Anui desterrada

Hubo una vez un tiempo y un lugar donde seres extraterrestres convivían con humanos en la Tierra y todos conocían de su presencia. En algunos lugares se conservan grandes monumentos de aquellos seres.

El secreto más grande del mundo se trata del poder que conservaban estos seres, y este residía en su gran tecnología.

La humanidad, esclavizada por muchos de estos seres que hacían llamarse titanes, sacerdotes o sacerdotisas, dioses o faraones, no podía hacer nada ante su “magia” increíble. Pero ellos aun no sabían que estos seres no poseían ninguna magia más allá de la gran tecnología que traían con ellos de otros planetas.

Los seres más poderosos del planeta utilizaban su poder a su antojo, predecían terremotos, maremotos, eclipses, sabiendo de antemano cuándo y de qué forma iban a ocurrir.

Cuando entre los humanos se despertaba un hombre o una mujer con una inteligencia divina o una visión especial, era elegido como gran escriba o inventor por estos seres. A aquellos afortunados o desafortunados por las experiencias de vida que les tocaría vivir les mostraban parte de sus artes y tecnologías a fin de que colaborasen con ellos. Incluso algunos podían ser utilizados para engendrar nuevos seres, nuevos tipos de humanos o para “inventar” formas diferentes de cerebros humanos pensantes. Así utilizaban igual que si fueran animales, a los humanos que ellos mismos utilizaban para sus trabajos más duros.

Estos seres procedían de diversos lugares del cosmos, pero únicamente uno de estos grupos que tubo tanto poder y hubo tantos en la Tierra, que podremos encontrar restos de sus huellas en todas las culturas, se tratan de aquellos que llegaron de Nibiru. Seres masculinos y femeninos con cabezas alargadas, con un extraño lenguaje, ojos pequeños y manos débiles, alargadas, pero precisas, con cuerpos grandes, altos, delgados en su mayoría. Seres viciosos y muy sexuales, monógamos en matrimonio pero muy promiscuos tanto con otros seres extraterrestres como con humanos, sobre todo con humanas.

Eran temidos y a la vez respetados como los grandes dioses y adivinos, pero nadie sabía su secreto, ellos, no poseían ningún tipo de magia.

En la caída de uno de los mayores imperios que construyeron, 20 siglos atrás, allá donde la tierra siempre era fértil y el agua fluía fresca y limpia en abundancia, reinaba una familia de extraterrestres algo torpes y embrutecidos tras varios milenios en los que su familia había gobernado y casándose unos con otros.
La mujer de la familia real tenía un cabello negro y largo, completamente falso, formado por cabelleras de las mujeres que había envidiado en su juventud y que ella misma envió decapitar. Era alta, muy temida, y siempre le gustaron los hombres pequeños humanos, pero no se atrevía a estar con ellos por miedo a que descubriesen que no era completamente humana.

Esta gran mujer no pudo ver su descendencia crecer por no tener acceso a ellos, pero sí llegó a robar bebés humanos a otras mujeres y simuló que eran suyos hasta que las diferencias eran demasiado notorias.
El marido no era mucho mejor. Poderoso y tirano se dedicaba a reconstruir ruinas de sus antepasados, a intentar traducir con ayuda de escribas de todo el reino textos antiguos con antiguos secretos. Tenía orgías con animales y mujeres a la vez y comía y bebía carne y sangre humana. Gobernó poco más de 12 años y envió matar a su único hijo creyendo que le destronaría sólo por quitarle el poder. Este matrimonio real tenían dos hijos como ya dije. Una hija más joven, de unos 16 o 17 años, y un varón de unos 20 años.
El joven imitaba todas las costumbres humanas, hablaba como ellos y peleaba como ellos, incluso comía como ellos, pero les odiaba. Les castigaba y tiranizaba igual que vio a su padre. Nació grande y creció exageradamente grande para su edad. Siempre aprovechaba su poder para estar con otros y vestía con ropajes de ceremonia continuamente. Entre otros, castigaba a su hermana pequeña, a quien burlaba en privado para no mostrar públicamente que había debilidad en la familia real.

Todos se odiaban, infeliz familia solitaria en la Tierra, sabían todos que su imperio pronto decaería y a quienes no quedarían nadie.

La joven Anui, la hija menor, poseía un objeto de poder familiar. Era un colgante con un extraño laberinto metálico que señalaba el punto exacto de su planeta en el cielo junto con los astros que afectaban al planeta Tierra y en qué forma, posición estaban colocados con respecto a esta. Solía mirar su colgante con detenimiento sintiendo frío por la distancia con su hogar. Pensaba: “Aquí estamos nosotros, los que no tenemos un verdadero hogar, con estos primitivos hombres y mujeres que huelen mal. Querría tanto viajar lejos…” Pero la joven Anui no comprendía que aquel desprecio que su pueblo sentía por los humanos podría costarle tan caro.

Anui, igual que su madre, sus primos y tíos, apenas conocía el idioma de la región que vivían. Ellos continuaban hablando un dialecto antiguo de su planeta de origen. Para ellos hablar como los humanos era señal de mediocridad y decir una palabra en ese idioma podía ser motivo de insulto, asco o desprecio. El hermano de Anui sí aprendió un poco el idioma de la región y dos más, pues como algún día asumiría el trono, debía ser educado para poder gobernar. Pero realmente apenas sabía unas palabras, los pronombres y algún insulto.

Se cuenta que Anui quiso tener una aventura con un humano, su primera relación con ellos. Ella ya había visto muchos humanos pero quería ir con uno de los consejeros y acompañantes de su hermano. Anui se encaprichó de él y cuando el hermano engatusó a su sirviente para que entrase con Anui en una sala a solas, ella comenzó a desnudarse lentamente. El joven muchacho, de unos 30 años, estaba asustado, nunca había estado con una mujer de la realeza, sentía que ella le comería, o le abrasaría con su cuerpo de fuego. Tenía tanto miedo que no podía reaccionar. Cuando Anuí solo llevaba su colgante y una tela fina de vestido, el joven humano se puso a llorar sintiendo que iba a morir. Anui, comprendiendo que el chico en ese estado no podría hacer nada como ella deseaba, intentando tranquilizarle, se acercó y le enseñó el colgante que llevaba. Mientras se movía sobre él sensualmente intentando provocarle y él miraba con detalle el colgante, sin entender si Anui buscaría un amante para una noche, o un amante para más tiempo. Pues parecía que le trataba demasiado bien. Mientras, al otro lado de la habitación, pegado a la pared, el hermano de la joven Anui espiaba todo lo que ocurría. Cuando los dos estaban en pleno acto sexual se atrevió a entrar y jugar con ambos, algo muy común entre aquel pueblo tan decadente y perdido en las pasiones.

Pasados dos meses el padre, en un conflicto del gobierno, se puso nervioso sintiendo que alguien quería destronarle, que alguien tendría secretos de la familia y querría acabar con ellos. Entonces el hermano aprovechó y delató a la hermana. Dijo que Anuí tubo relaciones con un hombre humano, y que le había enseñado el colgante con el mapa al origen de su pueblo. Le contó que le enseñó palabras y secretos de su raza. Los padres no podían creerlo. Preguntaron a la hija pero esta sólo replicaba que todo era mentira. Que aquel día fue el único que estuvo con un humano y que su hermano estuvo allí todo el tiempo. Desmintió y lloró pero los padres no la creyeron. Llamaron al joven en cuestión que temblaba de miedo. Le preguntaron si conocía el colgante y dijo que sí, que Anui lo tenía colgado siempre del cuello. A él le mandaron matar públicamente y a ella la desterraron del palacio. Con solo la ropa que tenía puesta, sin el colgante, sin sombrero ni cabellera real que simulase su cabeza cónica alargada, con un solo trozo de pan, la echaron de su palacio. Ella llamó gritando pero salieron los sirvientes reales con un gran látigo y la golpearon hasta que salió corriendo.

Caminó y caminó.

Cuando las gentes la veían al principio se asustaban pero luego algunos hombres decidieron acercarse y atacarla. Su familia había hecho tanto daño a su pueblo, ella debía ser castigada. Aun sin sus trajes, sin su peluca, sin su sombrero, la reconocían por su mirada y la extraña simetría del rostro.

Una y otra vez la golpeaban y la maltrataban, una y otra vez se curaba, así durante casi un año, vagabunda por tierra de nadie, lejos de la tierra de su familia donde la podrían reconocer y castigar con más fuerza.
Comía las sobras y suciedades que encontraba por el suelo, bebía agua de los charcos, trozos de comida que los agresores la echaban para reírse de verla comer como un animal.

Llegó a la puerta de una casa y allí se quedó escondida y acurrucada tras la puerta, esperando una limosna, un trozo de comida, algo. Hablaba otro idioma que ningún humano conocía y tenía el cuerpo y la tez fina, como alguien que nunca había trabajado, nunca había tomado el sol, nunca se había esforzado por nada ni por nadie.

Mendiga desterrada entre los hombres que tanto había maldecido con su familia, malvivió hasta que en aquel portal una mujer le tiró un trozo de carne vieja, igual que se lo hubiese tirado a un perro. – ¿Por qué la das de comer? ¿Es que no sabes lo que su familia nos ha hecho? -Por su culpa murieron mis hermanos -Por su culpa soy viuda -Por su culpa mis hijos fueron robados y son obligados a trabajar para ellos. -Merece la muerte, ¿por qué la diste de comer? -Ay, no se, me dio pena. No quiero que muera en mi patio. -Allí morirá, ya lo verás. -Ahora que la echaste comida no querrá moverse.

Y así fue. Anui se quedó agazapada en aquel lugar, esperando otro trozo de comida, con miedo, con frío. Por las noches era obligada a tener relaciones con diferentes hombres, igual que su familia tantas veces hicieron con otros, por el día era maltratada, la escupían y la golpeaban. Cuando hablaba lo hacía en su lengua, nadie la entendía y aunque les daba pena, nadie la quería ayudar porque durante generaciones, su familia había esclavizado y maltratado a todos los humanos, y aquellos que eran llamados a trabajar en los “asuntos reales”, palacios o cercanías, nunca más eran vistos con vida.

Murió al poco tiempo en aquel portal, en la puerta de la única casa en la que una mujer le echó comida.
No la enterraron, sino que con patadas la fueron echando hasta un borde al que no pasaba nadie. Allí los animales la fueron comiendo hasta que no quedó nada de su cuerpo.

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