En la vida hay cambios, continuamente. Nosotros, cada día, somos una persona completamente nueva. Uno se vuelve más transparente, más honesto, más feliz, cuanto más fluya en los cambios de la vida. Y fluir no es dejarse llevar por los impulsos dejando a un lado las responsabilidades de la vida, fluir es ser auténtico momento a momento.
Ser parte de los cambios de la vida, adaptarnos a ellos y fluir, es la clave de la felicidad.
Cuando una persona fluye lo da todo, cada momento, se adapta, se conmueve, abraza los instantes que la vida nos ofrece.
Nos entretenemos a veces en todas aquellas cosas que no nos permiten fluir. A veces las pasiones nos entretienen, y creemos fluir con ellas, y no, en vano intentamos no perder más energía y tiempo perdiendo nuestra identidad y el respeto hacia la vida y hacia nosotros mismos.
A veces nos entretenemos en el miedo. Y creemos fluir evitando aquello que nos asusta, y sin embargo continuamos alejándonos de los retos de la vida, postergando el inevitable encuentro con lo que la vida nos obliga a enfrentar.
Vivir con los cambios, adaptarse, fluir, es estar presente, consciente, con integridad.
Cuando se presentan cambios en el hogar, cambios en las relaciones, estar íntegramente nos ayuda a poder observar desde otras perspectivas lo que acontece, por ejemplo podemos observar qué daño estamos haciendo con nuestra actitud, con nuestras palabras, con nuestras formas, con nuestra evasión.
Muchas personas ante los cambios inevitables se alteran, se ponen nerviosos, se enojan. Les cuesta más dormir o se sienten heridos por lo que está ocurriendo. A veces culpan el alrededor del cambio sin comprender que la vida es movimiento y el cambio es natural. Toscas evitan el cambio, enojadas, juzgan y se alteran inquietas. En los niños que actúan así se puede ver más pataletas, nervios, estrés, ansiedad, problemas de estómago, caídas y golpes sin sentido.
No llaman la atención, les altera no saber lo que ocurre. Tal vez no eres consciente que necesitas tener una atención más plena. Ir más lentamente. Según eres consciente de lo que ocurrirá mañana, de lo que pasó ayer, los nervios se van, el enojo se va. El cambio de humor ayuda entonces a integrar el cambio y a fluir con él.
Otras personas, toscas, se bloquean ante el cambio. Aquellos que tras un despido pueden estar años sin salir de casa, tras una ruptura tardan años en rehacerse. Dejan de comunicarse con otros, de hablar, de reír incluso. No intentan adaptarse. Pueden cambiar de provincia o país y les cuesta mucho la nueva gente, las nuevas costumbres, los nuevos hábitos. Cuando se trata de un cambio de casa les cuesta adaptarse al nuevo espacio. Cuando se trata de un cambio en hábitos grandes se sienten perdidos completamente en su nueva vida y se paralizan. No piden ayuda. Se encierran y se lastiman a sí mismos. Cuanto mayor es una persona que sufre este tipo de actitud ante un cambio, más complicado es la transformación. Debemos aprender del miedo. Es posible que de niños nos dejasen solos, perdidos, y nos costó mucho rehacernos. Es posible que un trauma de la niñez evoque la imagen de la soledad, el estancamiento, el miedo. Salir de la pesadilla de vivir en un mundo extraño, no diseñado para nosotros, de un cambio en la forma de pensar, de vivir, de amar, es perder el miedo a estar solos. Enfrentarnos con valor a un nuevo tiempo y una nueva vida. Simplemente ofreciendo la posibilidad del cambio, aunque no de golpe, sino lentamente, un día un paseo, otro día cambio en la vestimenta, otro día una conversación agradable. Pequeños cambios que nos obliguen a perder el miedo a enfrentarnos a la vida solos. Ya no somos ese niño o niña abandonado, ahora podemos dirigirnos con confianza a nuestro destino.
Algunas personas enfrentan los cambios con demasiada ilusión. Sin pensarlo abandonan todo el pasado y se lanzan al futuro. Es posible que parezca que enfrentan bien los cambios pero qué pasó. ¿De qué huyen con tanta prisa?. ¿Por qué no utilizan aquellos recursos del pasado para su futuro?. Y sobre todo ¿qué empeño tienen en abandonar el pasado? ¿Qué desean enterrar? El pasado se convirtió en una herida tan fiera que buscan escapar de él como sea, desean olvidar algo, algo que posiblemente ya olvidaron. Dicen que fluyen, que se lanzan al destino, que son felices y plenamente viven la vida, y sin embargo simplemente están evitando el conflicto que tanto daño les hizo. Actuar en estas situaciones es fácil siempre que la persona desee enfrentarse a si misma, no huir más. Fluir es también adaptación. Y la adaptación surge de la experiencia. Las experiencias del pasado nos pueden ayudar a integrar lecciones difíciles. Cuando abrazamos el dolor, la experiencia se convierte en transformación y libertad.
Otras personas racionalizan en exceso el cambio. Todo debe estar controlado, es posible que si un pequeño detalle se les escapa se sientan invadidos por la ansiedad. Con excesivo orden desean que acontezca un cambio que de todas formas se dará. Los cambios no se controlan, lo único que podemos controlar es nuestra actitud, nuestra mente. Y siempre que sepamos dirigirnos hacia la introspección. El excesivo orden no puede llevarnos a un gran cambio, siempre habrá que arriesgar algo, y ese algo es uno mismo. Todo se pierde para poder ganarlo todo. Uno se lanza con todo su ser. Aprendiendo del pasado, aprendiendo a ser libre en el momento presente.
La responsabilidad en los cambios es algo siempre a tener en cuenta. Durante un tiempo se buscó vivir cambios para poder ser feliz. Uno abandonaba su trabajo porque no le hacía feliz, o abandonaba su pareja porque no le hacía feliz, o abandonaba su familia porque no le ayudaba a crecer. Y si tal vez es uno el que no permite al alrededor crecer y desarrollarse por su falta de respeto e integridad.
Una persona integra, conoce sus responsabilidades y se compromete con la vida a cada instante. La felicidad no es una recompensa, ni un lujo, sino un estado que surge de un conocimiento sincero y verdadero. La felicidad temporal, esa es fácil de recrear rodeándonos de elementos que camuflen el sentimiento de vacío que podamos sentir. Sin embargo la felicidad, la dicha plena, sólo puede surgir de un vivir consciente.