Los hombres se preguntan: ¿no estará loco Milarepa?
También yo pienso que es posible.
Escuchad ahora, pues, en qué consiste mi locura.
El padre y el hijo están locos
y así también la transmisión de los maestros
y la sucesión de Vajradhara.
También estaban locos mi bisabuelo
Tilopa, el sabio maravilloso,
y mi abuelo Naropa, el gran erudito.
Mi padre, Marpa el Traductor, estaba loco
y así también Milarepa.
El demonio de los cuatro cuerpos iluminados
enloqueció a la sucesión de Vajradhara,
el demonio del mahamudra
volvió loco a mi bisabuelo Tilopa,
el demonio de los cuatro tantras
ha vuelto loco a mi abuelo Naropa,
el demonio de los cuatro mudras
enloqueció a mi padre, Marpa,
y el demonio de mente y prana
me ha vuelto loco a mí, Milarepa.
La comprensión ecuánime es de suyo una locura
y así también la acción espontánea,
la práctica de la iluminación intrínseca,
la realización más allá de la esperanza y el temor
y la disciplina sin pretensión.
Y no sólo estoy loco
sino que aflijo con mi locura a los demonios;
con la instrucción medular de mi maestro
castigo a todos los demonios masculinos,
con las bendiciones de las dakinis
atormento a los demonios femeninos,
con el demonio de la mente gozosa
penetro en la verdad última
y, con el demonio de la realización instantánea,
llevo a cabo todas mis actividades.
Pero no solamente castigo a los demonios,
también sufro penas y enfermedades;
el mahamudra me golpea en la espalda,
el dzogchen aflije mi pecho
y por practicar la respiración del vaso
contraje toda clase de enfermedades.
La fiebre de la sabiduría me atacó desde arriba,
el frío del samadhi me invadió desde abajo,
el sudor del samadhi del gozo me asoló en el medio,
por mi boca vomito las instrucciones medulares,
y me hincho estremecido en la esencia del dharma.
Tengo muchas enfermedades
y he muerto muchas veces;
muertos están mis prejuicios
en la vasta esfera de la visión;
todas mis distracciones y desidias
han muerto en la esfera de la práctica;
mis pretensiones e hipocresías
han muerto en la esfera de la acción;
muertos están todos mis temores y esperanzas
en la esfera de la realización;
y en la esfera de los preceptos
yacen muertos todos mis afectos y ostentaciones.
Yo, el yogui, he muerto en el reino del Trikaya.
Por eso, el día de mañana, cuando este yogui expire,
no será arropado por ningún bello sudario
sino por las sutiles voces de las deidades;
su cadáver no será atado con una cuerda de cáñamo
sino con el cordón del canal central;
el cortejo que lo conduzca al cementerio
no será el de los compungidos hijos
sino el del bendito vástago de la sabiduría;
y no recorrerá un camino de tierra gris
sino el del sendero al despertar…!