No estamos preparados tantas veces como nos gustaría para enfrentarnos a los diferentes sinos de la vida. Despertar el ingenio, recorrer caminos desconocidos, aceptar designios e incoherencias constantes de la vida, superar la idiotez, superar los deseos que tan vanalmente juegan ese injusto papel de la avidez, ansiedad, frustración y temor, superar los aires de nuestro carácter, que como mareas se desprenden de nuestros ojos, aterrandonos y alterando nuestras acitudes en la vida, no siempre es facil elegir el siguiente paso, o si quiera saber cúando quedar callados, agazapados esperando el mejor momento, o tan sólo ser nosotros mismos, avanzar con aires de confianza… El fuego interior, la calma de las aguas de una mente sosegada y un corazón pleno, la alegría que se desprende de esos aires victoriosos que han superado toda adversidad en nuestra mente, el equilibrio en nuestra vía, no siempre es fácil saber si es el momento de continuar o mantenernos quietos. Pero tal vez tengamos algún truco, pequeño pero igualmente valioso, que nos ayude a saber si el paso que queremos dar merece la pena o no.
Del equilibrio surge la respuesta.
Todo cuanto somos es energía, y todas las energías son una sola. Es imposible recorrer una a una todas las fuentes del movimiento interior. Las energías, fuertes y suaves, frías y cálidas, activas e incativas que nos atraviesan, son infinitas y poderosas, y todas tienen un sentido, en su origen son algo, y en su final, son algo. Un oceano de sabiduría aguarda traspasando todas las corrientes que nos atraviesan, pero mares encontrados con tormentas airosas, nos aguardan en la busqueda del equilibrio de dichas energías.
Como todos somos energía, estudiar esa energía, reconocerla tan sólo, es un trabajo necesario en la vida.
Podemos intentar vivir una vida sin emociones, pero todos somos emoción, y debemos superar, comprender, escuchar nuestras emociones. Este tipo de inteligencia que emana del autocnoimiento de la emoción, porqué surge, de dónde surge y a dónde nos conduce, es clave para tener paz. Ahí tendríamos un tipo de movimiento interno necesario para comprender y lograr una vida saludable.
Podemos intentar vivir una vida sin pensamietnos, pero todos somos mente, sería imposible vivir sin pensamiento igual que sería imposible vivir sin emoción. Necesitamos nuestra mente para evolucionar, y necesitamos ejercitar y comprender, controlar y conocer nuestra mente. Cuando esto no se hace, la mente nos atormenta igual que el aire velicoso. Uno se pierde en sí mismo, se retuerce en sus pensamiento, se duele en la impotencia de vivir en un afluvio constánte de ideás, visiones, sensaciones y creencias que le atormentan y le resultan desconocidas. La persona que no conoce su mente sufre, y por ello, es un trabajo esencial en la vida: descubrir y escuchar la propia mente, conocer y apaciguar la mente viva que siempre busca ser más de lo que és, sin comprender que nunca será materia.
Podemos intentar vivir sin cuerpo, pero todos somos cuerpo. Nuestra materia reina la vida. Incluso en el mundo de los sueños, acogemos una apariencia física y nos rodeamos de un contexto físico, en el cuál nos sentimos tranquilos y equilibrados. Es doloros no conocer ni escuchar el cuerpo, comeríamos una cosa y necesitaríamos otra, cogeríamos un camino y a lo mejor necesitaríamos estar en reposo, si no escuchamos el cuerpo, no lo sabemos. El cuerpo es una guía, un mapa de lo que vivimos, y un mapa del resultado de cada paso. Nos guía y ayuda a comprender como estar en calma, como esperar. Pues la mente, sin el cuerpo como ancla, sería un velero a la deriva en un oceano agitado. El cuerpo te aisenta, te nutre de paz, y te nutre en lo esencial.
Por estas cosas, desarrollar un conocimiento básico sobre lo que somos, lo que nos forma, nuestras auténticas herramientas, es clave para vivir y sobrevivir tanto al mundo interior como al mundo exterior.
Se ha malinterpretado la forma de vida espiritual, confundiéndola como una búsqueda del más allá, de algo lejano, inaccesible, intocable, que se añora y a la vez nos aparta de lo conocido, cuando realmente, la vida espiritual es el desarrollo de lo más cercano, lo conocido, lo que permanece y se mantiene incluso más allá de la vida.
La búsqueda de la mente, el cuerpo y las emociones en equilibrio. La búsqueda y el encuentro con uno mismo. La búsqueda de la propia sabiduría, para actúar y ser de una forma honesta y humilde cada día de nuestra vida. No la búsqueda de lo inalcanzable, sino el encuentro con uno mismo, aquí, ahora, en equilibrio con la propia vida.
No se trata de una lucha fiera, el camino espiritual, es más bien, un templar las aguas para encontrar equilibrio.
Así visto parece sencillo ¿no es así?
Pero entonces nos apoyamos en las cosas claves que conforman la vida. Por ejemplo, el pensmiento, porque ¿qué es la mente? ¿dónde nace cada uno de los pensamientos? ¿Podríamos estar completamente seguros que cada uno de los pensamientos nace de nosotros mismos? ¿Cuándo entoncs empezaría a pensar un ser humano? ¿En el vientre materno, al encontrarse con la vida, más allá, en la decisión de nacer? Entonces, ¿sería propia esa necesidad de nacer? Y ¿Cómo podríamos saber todo esto? La primera pregunta se diluye en un enroscado y descolorido sinsentido para todos. La mente, la cual parece que lo abarca todo, no tiene forma, ni inicio ni fin. Cómo podremos conocer nuestra propia mente, cuando parece inabarcable, y no podemos asegurar dónde nacen los pensamiento, como se enlazan con otros, que mareas los conmueven y arrastran o a dónde se conducen ello, y nos conducen tantas veces con ellos.
Pero sí sabemos algo, entre los pensamientos, entre uno y otro, como en la espuma de la resaca del mar tras la ola que victoriosa alcanzó la orilla, aparece un espacio vacío muchas veces ligero y desapercibido. Algunos se conmueven cuando el pensamiento alcanza su máxima fuerza, otros justo cuando nace, allá en el horizonte de la psique humana, otros cuando por fin el pensamiento se libera y se siente tranquilidad, pero allá, entre uno y otro, surge un espacio. Un espacio aparentemente sin vida. Y es posible que puedas vislumbrarlo. Ese espacio eres tú. Todo lo demás surge de ti, son emanaciones, proyecciones, pero ese espacio entre pensamiento y pensamiento, entre sacudida y sacudida, eres tú.
Los vientos, aquello que se llama los vientos, no sería más que las corrientes que conducen las mareas. Fuertes energías que arrastran tus pensamientos y experiencias vitales en una dirección u otra. Pueden ser vientos que se originen en tu interior, o pueden ser vientos que se originen en el exterior, pero son movimientos de fuerzas ocultas, invisibles en su mayoría, que empujan con ansias todo cuando contienes en una dirección.
El camino espiritual, el camino interior, tiene varios focos de trabajo. Los senderos espirituales se muestran complejos cuando intentamos comprender porqué se fundan y dónde nos conducen.
El primero y más básico, es observar y conocer lo que es: la mente, el sentir, el cuerpo.
El segundo, y más místico, es observar y conocer esos vientos que conmueven: los vientos.
El tercero y más secreto, es observar el vacío, la esencia, lo incorruptible e inamovible, lo invisible y poderosamente atemporal que huelga en cada aspecto de la manifestación.
Para cada aspecto del camino, para cada forma, nos encontraríamos un tipo de ejercicio, prácticas que durante milenios se han ido perfeccionando, tal cuál las prácticas para aprender a leer y escribir. Tal vez algunas parezcan más o menos válidas, más o menos rápidas, pero no son más que ejercitaciones para lograr desarrollar una visión más o menos clara de estos tres aspectos. La profundidad en ellos, es personal.
Una nos enseñaría a reconocer el cuerpo, la mente y lo que sentimos, tal cuál se presente. Pero esto llevaría a que algunas personas desarrollen autoestima, otras que se ejerciten de una forma cuasi obsesiva, otros que trabajen técnicas personales más o menos virtuosas en unas u otras áreas, algunos aprenderan a hablar con elocuencia, otros a bailar con gracia, otros descubrirán el arte del silencio, otros ejercitarán el cuerpo… El conocimiento del cuerpo, la mente y el sentir, es personal, aunque el trabajo inicial parezca similar.
Otro camino nos habla de los vientos, y este es interesante de reconocer. El estudiante no intenta conocer el cuerpo, la mente y las emociones, ni si quiera en desarrollar una buena mente, un buen cuerpo ni un buen estado emocional, el estudiante sólo busca conocer y estudiar lo que agita y calma la mente, el cuerpo y las emociones, lo que mueve y conmueve el cuerpo, la mente, y las emociones. Busca comprender las influencias, las relaciones, la conexión, tal vez entre todos los aspectos, entre los distintos pensamientos, entre unas personas y otras, entre el cosmos y cada nacimiento. Las personas que desarrollan un estudio avanzado de los vientos, pueden trabajar y profundizar en áreas tan distintas como quienes trabajan el cuerpo, la mente y el sentir. Puede haber astrólogos, visionarios, personas que desarrollen un arte para liderar el mundo, para trabajar y mover el dinero en la bolsa y la banca, para influir en otras personas, o para controlar y no ser influido. Hay quienes aprenden a respirar energía, y quienes logran superar la ira, la envidia y el apego con gran eficacia. El desarrollo del trabajo de los vientos es complejo y profundo, y puede generar muchos resultados.
Por último, estaría la voz del silencio, el espacio secreto del corazón, la vacuidad y la no forma de la cual se manifiesta toda forma. El camino lleva a desarrollar un arte por la mirada incorruptible y serena de la totalidad. Independiéntemente del sendero, de la práctica y del conocimiento en este área, el resultado siempre es la misma, una mirada contemplativa y pura, conectada con la esencia de todo cuanto le rodea.
Oh! Así visto el trabajo espiritual parece mucho más cercano y práctico. Existen multitud de prácticas, multitud de elementos a tener en cuenta y multitud de resultados. Por ello, se puede sinplificar y entender un poco más.
Vamos nuevamente a esas tres primeras formas, simplificándo para abarcarlo con más sencillez.
Materia, mente y emoción.
Postura, vista y habla.
Cuerpo, ojos y boca.
En estas tres cosas tan relacionadas, tendríamos el resumen de los tres caminos que hemos hablado, sus distintas profundidades y todas las prácticas que los completan.
Así, ya nos vamos acercando.
Materia, mente y emoción.
En el trabajo terrenal, de loque conocemos, tendríamos la materia, la mente y la emoción. Una mirada a todo cuanto somos cuando estamos en tal o cual lugar, en tal o cual postura, con tal o cual pensamiento, sintiendo esto y lo otro. Es el trabajo del reconocimiento, de la escucha y la observación de estos tres aspectos.
No tratas de cambiarlo, sino de conocerlo. Cuando respiras observas y sientes. Cuando hablas, observas y sientes. Cuando decides, observas quién eres y sientes.
En cada momento, cada instante, eres una materia ligeramente diferente, con una mente completamente diferente y una emoción cambiante. Es absurdo pensar que tu materia, tu mente y t emoción son incorruptibles, cambian, a lo largo de la vida y a lo largo incluso del día. Sólo se trata de conocerlo.
Habrá ejercicios de autocontrol, ejercicios de reflexión, ejercicios dirigidos para aceptar y amar lo que ya es. Pero en definitiva, los ejercicios de esta sección del camino, no son más que el autoconocimiento de lo manifiesto. Cuando esto se desarrollo aparece una comprensión clara de las influencias y ahí surge el siguiente sendero.
Postura, vista y habla.
Sin fijarnos tanto en que materia hay hoy, ni cuál es la mente que mira, ni dónde surge la voz, aparcen aquí ejercicios que se centran en el movimiento energético que impulsa, atrae, conmueve, arrastra, conecta… A veces es yoga, otras veces el dormir. No busca ser, sino busca no ser. No busca controlar, sino continuar moviéndose.
En esta parte del sendero, los ejercicios se centran en la impermanencia, todo cuando se manifiesta deja de estar separado, y comprendemos la interconexión entre todas las cosas, las mareas que nos agitan y nos calman. La manifestación ya no depende de nosotros, sino de mucho más.
La postura, en este trabajo, busca estar serena, sintiendo los ligeros aires que la empujan a través de la edad, superar los bloqueos que la mente puso sobre nuestro cuerpo, reconocer la vida moviéndose en nosotros mismos.
La vista, en este trabajo busca apoyarse en el océano infinito de la mente. Diferencia claramente el punto de vista, del observador, la mirada, el contexto. Busca expandirse y conectar. La mirada no nace en algo, sino que es, más allá de todo lo que aparente, la mirada es y trata de ser.
El habla se centra en la energía, viva, intensa, que enciende y agita, que apaga y daña, que crea y manifiesta. Los ejercicios aquí se centran en el conocimiento de nuestra propia energía y fuerza como creadores, cocreadores. El poder de la propia voz y el resultado de un habla dañina, enfermiza, que agrieta e intenta destruir a sí mismo y el entorno. Los ejercicios buscan comprender esas enrgías que tranforman nuestra voz en tempestad, que destruyen nuestra moral, o contruyen nuestra voluntad.
Cuerpo, boca, ojos.
En la última parte del sendero, lo sencillo y manifiesto, sirve como ancla para no perdernos a la deriva. El cuerpo muestra aquello que contiene, los ojos aquello que ilumina, la boca el espacio que se abre infinito de la mente iluminada.
El trabajo aquí es ser. No intentar ser, ni analizar, ni buscar, es ser, y permanecer en una constante atención de todo cuanto somos.
Con sencillez se aparta de la mente, de la postura, de los sentires, todo lo superfluo, y uno profundiza en la sensación de totalidad y espaciosidad. Lo eterno se hace manifiesto, lo manifiesto se hace lejano e indiferente a nuestros ojos. Ni cuerpo, ni boca, ni ojos nos aturden ni guían, pero son el cuerpo, la boca y los ojos, que se apoyan ligeramente en el ser.