Tu cuerpo, es tu templo sagrado. El arca de la alianza, la espada Sagra del Arcángel Miguel, las casas, las iglesias y todos los templos, los altares y todas las construcciones que encuentras artificiales, buscan imitar y comprender lo sagrado y perfecto de un cuerpo humano.
El cuerpo humano es perfecto y maravilloso. No sólo tiene un equilibrio necesario, sino que en él, todos los órganos, tejidos, células, están en completa y exacta comunicación unos con otros. Y así debería de ser. Aquella célula diminuta que deja de comunicarse con el resto del cuerpo, muere y es expulsada del resto del organismo. No hay excepciones. Todo lo que existe dentro del cuerpo forma parte de un equilibrio natural maravilloso. Y en definitiva, el cuerpo sólo tiene una misión: guardar tu alma para poder darte la posibilidad de vivir una vida humana. Por ello es un templo sagrado. No es el alma, ni mucho menos, pero sí la sostiene con amor y fuerza, con equilibrio y entereza.
Cuando el cuerpo está dañado, se decía que el vínculo con la vida estaba dañado. Entonces era momento de replantearse cómo estamos viviendo esa vida. Qué necesitamos cambiar, qué necesitamos agradecer, valorar. Si nuestro templo estuviera dañado, el alma no tiene un buen sostén. Entonces uno se replanteaba el valor de la vida, meditaba en ello, agradecía lo que tenía, hacía las paces con su entorno y consigo mismo, a fin de replantearse y valorar cada momento de su existencia, perdonando y liberando el rencor y cualquier aspecto que le estuviera haciendo daño.
También se sabía que ciertos hábitos generaban enfermedad. Esos hábitos eran evitados, se consideraban nocivos, corrosivos, negativos. La gente se espantaba de los malos hábitos de vida y de aquellas personas que los practicaban. Esto era así porque también se conocía que existían las adicciones. El cuerpo por si solo no puede hacer nada, necesita el alma y la mente.
Muchas veces, escuelas oscuras espirituales intentaron levantar un cuerpo sin mente o sin espíritu. Realizaban magias negras para lograr que un cuerpo se levantara y caminaran. Con más suerte de la que imaginamos. Pero lograban que esa persona no tuviera vida, sino un mal sueño. Porque el cuerpo necesita un alma viva que goce de una conexión mágica espiritual con la propia vida.
Tampoco se puede intercambiar el alma, la conciencia sí podría ir a un cuerpo nuevo. Y existen fórmulas en que un cuerpo fabricado, clonado, en perfecto estado, se utiliza para transferir la conciencia de otro ser. Algunos seres con vidas muy debilitadas, pero con mentes muy inteligentes, logran transferir la conciencia a dichos cuerpos. Pero aun no pueden transferir la conciencia a un cuerpo que no es el propio o que no esté vacío. Cuando la conciencia intenta entrar en un cuerpo ajeno, ese cuerpo se defiende e intenta expulsar al invasor. Este acto se conoce bien, y ocurre igual cuando parte de un cuerpo con vida se trasplanta a otro cuerpo. Todo cuerpo que está sujeto a una vida en concreto, guarda una relación misteriosa y mística con el cuerpo de origen, está diseñado para sostener una única alma, un único espíritu en particular, cuando ese órgano, o cualquier célula de esa persona es trasplantada a otro cuerpo, puede habituarse, pero lo normal es que se defienda e intente apartarse del alma ajena. De no poder, intentará añadir su memoria a la memoria del cuerpo nuevo, incluso generando una impronta nueva y una conexión con el antigua alma.
Por otro lado, no cuidar el cuerpo, en muchas tradiciones estaba considerado rechazar la propia vida. Ser desconsiderado, insultar, agredir, expulsar al propio espíritu de la casa divina, es enfermar y dañar la propia naturaleza. Cada cambio que tuviera un cuerpo, debía estar en equilibrio con el espíritu.
Básicamente esto tiene sentido cuando se comprende que el cuerpo tiene una utilizar, si no cumple esa utilidad, el cuerpo deja de servir.
Todo cuerpo tiene una mente. La mente no funciona como las personas creen, no es el cerebro ni el sistema nervioso la mente, ni el pensamiento, ni la inteligencia. El cuerpo mental abarca mucho más allá del cuerpo físico. Es una conexión con el alma que busca abarcarlo todo, completarlo todo.
La mente tiene una función expansiva.
Cuando observamos la mente comprendemos que puede impregnarlo todo, lo que significa que, de una forma u otra, todo es mente. Todo cuanto nos rodea es un gran cuerpo mental luminoso y sereno. El cuerpo mental de una persona abarca también sus recuerdos, sus allegados y los lugares que habitúa a pasear.
Cuando una persona cercana sufre, la mente puede percibirlo. Esto es debido a que la mente también abarca a las personas cercanas. Pero una mente entrenada puede abarcar muchos más espacios, no sólo a los más próximos, sino seres que están muy lejos de ella.
Cuando más basta, densa, compacta y concreta es una mente, más se especializa en un tema, y menos compatibilidad tiene con su exterior. Menos puede expandirse. Ciertos problemas, como creencias negativas, mentes obtusas, testarudez, recuerdos muy dolorosos, marcan el estado mental, imposibilitando una expansión libre y consciente, una interacción equilibrada y luminosa.
Según una persona más se aferra a ciertos pensamientos, más frágil se torna, más se contamina. Y su mente más se cierra. Pierde la cualidad natural de la luminosidad que surge en el instante primero de la vida. Esta luminosidad al perderse deja de generar una apertura mental, y de alguna forma, la mente se torna oscurecida, borrosa, como empañada de una nube oscura que ciega y daña la inteligencia y la integridad humana.
Por último, tenemos el espíritu, la chispa de la vida y del amor. Una cualidad mística, divina, perfecta, que cualifica el cuerpo y la mente de una sabiduría sensible.
Las piedras, la tierra, los ríos, también tienen cuerpo mental, pero no poseen esta última cualidad sensible de la misma forma que los humanos. Por esta razón, los sabios podían comunicarse con las piedras, a través de ellas recibían consejos, información. Y también se comunicaban con las nubes, con el viento y con los ríos, y prueba de ello era cómo manipulaban el tiempo a su antojo, o lograban crecidas y bajadas del río. Pero, aun así, estos objetos, aun sin ser completamente inertes, carecían del espíritu sensible que permite que la vida se manifieste tal cuál la conocemos.
Pudiera ser que existan formas de vida sin células, sin ADN, sin lenguaje, pero mientras los humanos no comprendan su propia vida, difícilmente podrán entender la vida ajena a ellos.
La enfermedad es un desequilibrio entre la conexión del cuerpo, la mente y el espíritu. Puede ser que falle el hábitat (cuerpo), o puede ser que falle el entendimiento (mente), o puede ser que el espíritu busque escapar de la existencia. En todos los casos hay una desconexión y un desequilibrio.
La buena sanación debería realizarse en estos tres niveles al unísono, comprendiendo el sentido de la vida y su contexto.
Primero, se busca comprender qué a podido dañar y generar la enfermedad. Casi siempre existen hábitos que deterioran la conexión espiritual con la vida, hábitos que dañan el cuerpo, o la mente. Y esos hábitos han de ser cortados de raíz.
Por ejemplo, la mala alimentación, trabajar demasiadas horas, beber agua contaminada, realizar demasiado ejercicio o no realizar ninguno. Existen muchas cosas que pueden dañar el cuerpo, que, de tener una vida equilibrada, natural, no se darían.
También se revisan que emociones y pensamientos pueden estar dañando el cuero y la conexión con la vida. Se analizan las creencias erróneas, el oscurecimiento de la mente, la testarudez, el dolor de recuerdos, traumas, temores ocultos… y, por último, se analiza el espíritu que rechaza la vida y rechaza la conexión natural.
Algunas personas no creen en lo espiritual, otras no creen en lo natural, pero independientemente de esta creencia, la vida se manifiesta igual para todos, y el único sentido del cuerpo es vivir. Y por ello cuidar el cuerpo es cuidar la vida. Descuidar el cuerpo, es sinónimo de rechazar la vida.
¿Cómo sabemos si cuidamos bien del cuerpo? La misma naturaleza te indica el camino. Desde un estado de equilibrio, uno tendrá ganas de comer y de hacer aquello que más necesita. Se puede comprobar que un niño pequeño tendrá ganas de comer justo aquello que su cuerpo necesita. También se puede comprobar como en una zona tenderán a nacer los vegetales que las personas necesitan para su cuidado, y los mismos vegetales en otras zonas, crecerán con otras cualidades. La misma naturaleza busca el camino de experimentar la vida. Tal vez en cualquier aspecto de la naturaleza podamos encontrar el desequilibrio, pero sobre todo veremos la fuerza con la que la vida se protege y se manifiesta. La vida busca florecer, existir, resistir, expandirse, al igual que la mente, al igual que el amor del espíritu sensible.
Cuando el cuerpo se contrae, la mente se contrae y el espíritu parece que se apaga, busca expandirse hacia dentro, hacia uno mismo. No desaparece, sino que se expande en modo contrario al que estamos acostumbrados.
Ahora ¿cómo abordamos un cuerpo enfermo o en desequilibrio? ¿Cómo realizaban sus sanaciones los antiguos sabios? En todas las antiguas tradiciones existían médicos, alquimistas o sanadores que trataban de encontrar el equilibrio entre la vida, la mente y el espíritu. Nunca existió hasta ahora, especialistas únicamente en el cuerpo o únicamente en la mente, cualquier sanador o médico de cualquier tradición, en la historia se ve como buscaba un equilbirio entre lo espiritual y lo terrenal, comprendiendo que el cuerpo tan sólo es el vehículo para vivir la vida.
El sanador o médico historicamente tenía dos formas de trabajar. La primera, buscaba trabajar con los síntomas, en la segunda, buscaba encontrar la raíz del problema. Cuando trabajaba con los síntomas, simplemente en un diagnóstico rápido podía encontrar hábitos de vida, rutinas, pensamientos que estubieran facilitando los síntomas más visibles. La medicina tradicional China, la Ayurveda, la sanación tailandesa, buscan trabajar únicamente con los síntomas. La teoría es sencilla, al trabajar con los síntomas, el mismo espíritu poco a poco encontrará el camino de retornar al propio equilibrio y sanar por sí solo la raíz del conflicto. En ningún caso se aventuraban a encontrar la raíz, permitiendo que fuese la intimidad del mundo espiritual y de la psique del sujeto, la que indagara y profundizase en sí mismo.
En tradiciones chamánicas, tanto mongolas, tibetanas, africanas como americanas, buscaban ir a la raiz del conflicto. Alejándose de los síntomas, o entregando algunos placebos para tranquilizar las dolencias, el trabajo debía ser integral, y sobre todo buscando encontrar el origen de ese mal. Incluso comprendiendo que de no atajarlo, este origen podría buscar otras formas de salir a la luz. Para ir al origen del problema, los síntomas se consideraban un llamado, un grito, pero no el problema en sí mismo.
Ambas formas de sanación son amigas y pueden hermanarse, pero también es bueno, a la hora de abordar nuestra propia salud, comprenderlas y descubrir la tendencia que estamos siguiendo.