Practicas espirituales sin adornos

Prácticas espirituales sin adornos

Conmovidos por lo inquietante de las formas y texturas de la apariencia, muchas veces adornamos sobremanera todo cuanto vivimos hasta el punto de no ser capaces de discernir entre lo esencial y lo superfluo.

Si observamos nuestra vida, miles de gestos, palabras, frases, “complementos”, pensamientos que nos llevan a emociones, ilusiones, son totalmente superficiales, y de hecho, claramente la falta de ellos sería una tranquilidad y una liberación.

Palabras de más, gestos de más, formas de más, se convierten en ruido molesto en nuestras vidas. Dar por sentado cosas que ni conocemos, juicios, ilusiones sobre lo que vendrá, melancolías, autoengaños… todo son superficialidades a las cuales nos vamos acostumbrando más y más.

Incluso, pudiéramos decir que esta es la era del engaño, de la apariencia, pues aquello que aparenta ser bello y auténtico, cuando lo observamos con claridad la mayoría de las veces nos sentimos engañados.

Los símbolos espirituales se convierten en un adorno, y el trabajo interior en un escape. La vida, cuando echamos cálculos, es un gran esfuerzo para alimentar todos los adornos y engaños a los que nos hemos acostumbrado. Y poco a poco, sin saber cómo, hemos llegado a normalizar situaciones que serían impensables en otro tiempo.

Cuando observamos niños, jóvenes y adultos pegados a placebos, entreteniendo el tiempo para no pensar en algo en lo que nunca han pensado, cuando descubrimos la cantidad de relaciones actuales por el simple hecho de tener compañía, la necesidad creciente de un ocio o de vivir para el ocio, y sobre todo, la fuerte aversión que se ha generado hacia el trabajo en los últimos años, perdiendo toda dignidad y amor hacia el trabajo y el convertirse en un ser social, hasta el punto que la mayor parte de la población preferiría no trabajar, podemos decir que tenemos un problema social.

Más este problema social posiblemente surja de haber rellenado nuestro tiempo, vida, casa, cuerpo y mente de adornos.

El primer requisito en un trabajo interior de profundización y autoconocimiento, es acabar con el dialogo interno, pues se trata del primer adorno que más problemas genera en la sociedad. Una vocecilla, o varias, que a la vez resuenan haciendo eco y dispersando cada uno de nuestros pensamientos hacia el alimentar la multiplicidad del yo.

Acabar con el dialogo interno nos ayudará a enfocarnos en la vida y vivir con honestidad y claridad. Comprender cuándo estamos proyectando en otros los problemas que tenemos, cuándo estamos viviendo en el pasado, cuándo estamos escapando de nuestra propia realidad.

Incluso meditando, en silencio, en yoga, puede aparecer un dialogo interno molesto, hasta el punto quien comete el error de convertir esa segunda voz que responde como eco a los pensamientos vacíos, en el “observador” meditativo y sabio, el gran consejero, continuando así con el ruido interno, aunque ahora en una apariencia más consciente y lúcida, cuando en realidad simplemente es una apariencia, y continúa habiendo dos personajes, o tres, o cinco en su cabeza.

Entonces un problema no resuelto antes de ciertas prácticas, se convierte en un problema serio del que tendremos que hacernos cargo para poder avanzar más tarde. Puede que una voz en nuestra cabeza, una supuesta intuición o una respuesta del universo, nos den la señal de que estamos preparados para avanzar, pero mientras necesitemos esa voz, esa intuición o esa señal, seguramente no estemos preparados.

La persona que se acostumbra a su propio dialogo interno, se las ingenia incluso para borrar los recuerdos que no le son prácticos, porque como en su cabeza ha creado dos o tres personajes, tal vez ese pensamiento que no le guste no sea suyo, sino que sea de esa segunda voz que no considera suya, o el que responde a las preguntas, o una voz que se inventa para cuando le conviene. Entonces, el que está observando, viviendo, sintiendo, no se hace responsable de lo que piensen esas segundas voces de su cabeza, incluso de pronto tiene amnesia de aquello que le conviene, o de pronto su experiencia está totalmente distorsionada, y cuando comprueba deja la mirada al vacío para estar una respuesta y cree tener la razón.

El dialogo interno es como el buen amigo del ego, no sólo potencia la multiplicidad del yo, sobre todo la normaliza. Miles de yoes que distorsionarán cada vivencia simple y natural, adornándola con puntos de vista, emociones, creencias, intuiciones. Y si una de las acciones pone en riesgo su lugar, el diálogo interno tiene la estrategia rápida de borrar aparentemente esa acción. El progreso es imposible. La persona cae una y otra vez en su orgullo, o presa de su temor, o en una tristeza inexplicable. No comprende por qué le ocurren las cosas que le ocurren, o recuerda todo de una forma extraña e incoherente.

Por ello enfocarse requiere callar las mil voces de la cabeza. Alcanzar la otra orilla, sentir el camino, descubrir al maestro interior, requiere callar las mil voces de la mente, y sobre todo, no actuar como si nunca hubieran estado ahí, sino comprender el grave peligro que tienen, cómo de una forma adictiva nos han invadido todos los días de nuestra vida, y disolver una a una la necesidad de una pregunta, una respuesta dentro de nuestra mente.

Entendamos que un diálogo interno es dispersión, no enfoque. No estoy hablando de dejar de pensar, o dejar de reflexionar, al contrario, hablo de desarrollar una forma de pensamiento y reflexión totalmente enfocada y clara, y no teñida por la multiplicidad del yo, dispersa y desenfocada por un diálogo carente de sentido. Una mirada enfocada, un pensamiento enfocado.

Entonces la inteligencia se puede desarrollar mejor. La persona no está atascada en alimentar todas las vocecitas de su cabeza, ni de justificarlas ni de protegerlas, ahora puede pensar, puede desarrollar hábitos mentales más sanos.

Comprendamos que ese dialogo no nos permite vivir la soledad, estar en silencio, escuchar, observar, conocer a otros ni a nosotros mismos. Ese diálogo no surge de la paz, sino de la aversión a uno mismo. Y claramente es un hábito superfluo y dañino.

Cuando en la mente no hay adornos, ni engaños, ni necesidad de visiones y respuestas, en la vida, en el día a día, desaparecen los engaños, la búsqueda constante de ese algo más, la superficialidad. La realidad se transforma en algo mucho más auténtico y completo.

Más tarde, cuando acostumbramos a nuestra mente a vivir sin adornos, sin artificios, cuando en nuestra vida claramente han ido desapareciendo todos los engaños y artificios, es fácil que ocurra algo también maravilloso y fresco: ¡que nos acostumbremos a ello!

A veces es común que personas que con mucho ruido deseen generar más ruido a los demás. Puede ser de una forma amorosa, como regalando “lo inútil” creyendo que es útil, llenándoles de objetos, o compartiendo un día y otro aquello que piensan que es importante, pero incapaces de compartir el valioso silencio del que carecen. Pudiera ser que llenen a la persona de deuda emocional (el mejor amigo, la pareja del alma, el más maravilloso hijo/a, nuestra razón de vida), o de obligaciones kármicas debida al supuesto dolor que han causado los otros, pudiera ser que intenten desatar su ira, su frustración, desahogar su dolor sobre los demás. Uno tiene ruido y lo proyecta sobre quienes le rodean, incluso juzga y desprecia a aquellas personas que no tienen ruido interno; pues no las puede entender, no sabe lo que es vivir en paz. Claramente con ruido mental se viven actitudes que generan karmas absurdos y dañinos.

Cuando este diálogo sale a la luz, la persona habla sola, es igual de dañino posiblemente como cuando calla. Pues a lo mejor alguien no ha dicho nada, pero en su cabeza esta odiando, juzgando y maltratando psíquicamente al otro, y eso es real, tan real como decir lo que se piensa, con la diferencia de que en un caso se cuenta, en otro no hay honestidad alguna.

Si deseas vivir en paz contigo mismo, despreocúpate del ruido ajeno y ocúpate sólo del tuyo. Cuando te hayas ocupado de tu propio ruido, ocúpate de compartir algo más valioso y sincero.

Una búsqueda personal debería de realizarse sin adornos ni artificios, y aunque todos nos hayamos dejado llevar por muchas superficialidades del trabajo interior sin entender la falta de trasfondo de ciertas cosas, o simplemente la cualidad puramente estética de ciertos trabajos, sería bueno que todos, poco a poco, vayamos simplificando para diferenciar el sendero y eliminar los detalles culturales, estético, dispersores o engorrosos y sin sentido que pudieran quedar de trabajos mal realizados.

Es más, al hacer esto, muchas tendencias de nueva era desaparecerían por tratarse de elementos totalmente distorsionadores o claramente superficiales.

Pero, más allá del diálogo interno, ¿cómo diferenciar los adornos de la esencia cuando ya nos hemos acostumbrado a ellos? La respuesta no es sencilla, pues tendremos que volver a analizar uno por uno todos los trabajos, teorías e incluso puntos de vista.

Los adornos en la práctica espiritual surgen con el mismo propósito que el dialogo interno: dispersar.

Las enseñanzas que son un remix de otras: zen y tantra, reiki y chi kung, medicina tradicional china y ayurveda, i ching y astrología, chamanismo y budismo… Claramente el practicanete, o niega la eficacia de cualquiera de los dos métodos por separados, o tiene un ansía por sumar en su vida y complementar hasta el punto de pisotear lo sencillo y natural. Es como tatuar a un bebé para que se vea más hermoso, o decorar un árbol, o poner música de fondo en la playa, o pintar la luna; pudiera parecer romántico o extravagante, pero realmente es un desprecio a la sencillez y totalmente inútil.

Si una silla vacía nos molesta, es porque necesitamos rellenar nuestra cabeza con propósitos, identidades y formas innecesarias.  

Las enseñanzas son perfectas tal cual son, las podemos personalizar, las podemos adaptar a nuestro tiempo, pero no por ello deberíamos despreciarlas hasta el punto de recoger algo que lleva más de 2000 años en la Tierra y cambiarlo para que sea más “moderno”, o como mucho esperar a vivir 2000 años para ver si merece la pena.

Poco a poco en vez de mejorar, lo que estamos logrando es menospreciar e ignorar la esencia, hasta el punto de convertir el yoga en gimnásia, el chi kung en danza lenta postural, el arte en artesanía, el amor en un spa.

A veces una enseñanza antigua transformó una cultura entera por su sólo poder transformador, a veces la cultura transforma la enseñanza y filosofía degradándola y tergiversándola.

La enseñanza correcta no es más rápida, ni efectiva, ni más complicada. Al contrario, es respetuosa con el proceso personal. No existen atajos, ni existe la necesidad de alimentar a todo aquello que no llegará lejos.

Los adornos brillan demasiado y es fácil dejar de lado lo importante y entretenerse en formas superfluas. No deberíamos juzgarnos por haber transformado algo, o perder el objetivo, o dispersar nuestra energía, pero sí comprender la diferencia entre algo esencial, y algo superficial.

Verás que habrá un día, un día en que la mente no se agarre a nada, cuando la acumulación de objetos y conocimientos ya no tiene sentido, en que podrá estar toda tu vida llena de adornos, y todos ellos nacerán y te llevarán por igual a una visión trascendental.

1 comentario en “Practicas espirituales sin adornos”

  1. Que artículo tan profundo y clarificador Altair y que difícil parece solo el comienzo de la práctica.. Me ha llegado muchísimo. Gracias

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