La insaciabilidad de los deseos

La experiencia de la vida que conocemos requiere la individualidad. Si en esencia todos somos uno, igual que en la naturaleza todo es parte de una unidad, nuestras mentes son una, nuestro corazón es uno, nuestro espíritu es uno, y todo resuena en una armonía perfecta. Sin embargo, la experimentación requiere a sensación de separación, y eso implica un yo, ilusorio, temporal, individual.

El yo, el ego, genera máscaras para experimentar la vida. Y esas mascaras se generan a partir del deseo.

El deseo está ahí siempre, latiendo de alguna manera. A veces está silencioso, otras veces late con fuerza. El deseo es parte de esta vida. Esto no se puede cambiar.

En niveles mentales más densos, nuestros deseos son más banales, agresivos, animales, en niveles mentales más sutiles, el deseo es más espiritual, más refinado y sutil.

Intentar apagar el deseo es imposible, el simple hecho de creer que se han aniquilado los deseos, es síntoma de gran arrogancia y conflicto con la propia identidad natural.

Cuando más se contienen los deseos, sea cual sea la voluntad de la persona, más presión ejercen intentando manifestarse de una forma u otra. Cuando más se sacian todos los deseos con más fuerza fluyen y menos voluntad para lidiar con ellos se posee.

La vida se convierte en una batalla contra los deseos, todos luchan por sus deseos, algunos para hacerlos realidad, otros por contenerlos y superarlos. Cada individuo es un guerrero silencioso que lucha por o contra sus propios deseos, sufriendo a diario en esa batalla. Algunas veces intentando con todos sus medios que sus deseos se manifiesten, otras intentando que nadie los descubra, que no asomen, apagarlos.

Creemos que algunos deseos son “buenos”, y que otros son perversos y negativos. ¿Acaso hay alguna diferencia? En la batalla personal contra los deseos, en la búsqueda de la libertad y plenitud, no importa tanto tal o cual deseo, importa más la voluntad personal, el camino que se elija con cada uno de ellos.

Por mucho tiempo que una persona dedique a diferenciar entre lo que debería o no debería ser, entre los buenos o malos deseos, esta justificación o estos principios, no acaban con el sufrimiento, pues el deseo es independiente de la ética y la moral.

¿Sería pues justificable que alguien, con sus “buenos deseos” intente gobernar y controlar a otro, a otros, o toda la humanidad, porque siente y cree que tiene mejores ideas que los demás? Tal vez una persona con una ética intachable desee imponer su propia ética estableciendo una moral obligada y dictatorial. Y es posible que a muchas personas esto les parezca bien, por que compartan los mismos valores ¿pero no es acaso un deseo más? ¿un deseo de poder, de control?

Gastamos demasiado tiempo en determinar lo que debería y no debería ser, lo que está bien y lo que no está bien, los deseos aceptables de los no aceptables, y esto cambia en cada casa, en cada nación, en cada cultura. Lo que hoy aceptamos, mañana nos puede parecer horrible, lo que hoy negamos, mañana puede ser algo normal. Y no es evolución, son los deseos que permitimos se satisfagan y aquellos que negamos, en cada momento de la historia, en cada cultura.

Algunas personas añoran una sociedad donde todos los deseos se satisfagan, sean cuales fueren; otras personas añoran una sociedad en la que los poderes que gobiernan, entreguen a cada ciudadano aquello que necesitan y punto, estableciendo límites que no permitan a ningún individuo satisfacer más deseos que los esenciales. El que se debería o no se debería desear u obtener, es un debate sin fin muy mal justificado, pues se basa en el deseo, no en aquello que origina los deseos, ni en la superación de la frustración, ni en la voluntad individual, ni en la lucha interna que vive cada ser humano.

Los deseos siempre implican la separación del individuo, porque los construye el ego, para existir. Implican una manifestación de una máscara, de un yo diferenciado de los demás. Bien sea que se diferencie por ser mejor o por ser peor, por lograr éxito o por lograr fracaso. Es la máscara que intenta ser algo, alguien.

Nuestros deseos buscan satisfacerse a toda costa, y todos, en algún momento, de algún modo, hemos puesto nuestra voluntad a su servicio, o hemos sufrido cuando no se han realizado.

El deseo sonríe cuando se agarra con fuerza a su aliado la frustración. Se crea en esta frustración un vacío que intenta llenarse con más y más deseos. Aunque le entregues esas sensaciones que reclama, la batalla interna creará más deseos.

Cada máscara que nuestra mente forma también genera sus deseos.

El yo ambicioso que desea más de lo que tiene, el yo víctima, que desea generar lástima, el yo líder que desea poder, el yo espiritual, que desea alcanzar la cima, el yo apegado que desea tener a los demás a su lado siempre, el yo controlador, el yo enamoradizo, el yo del placer, el yo sexual… cada una de las máscaras del ego, generar sus propios deseos para existir, y todos ellos quieren más y más comida.

El silencio, el observador, no es un ego, no es una máscara.

En los cuentos de hadas todos los personajes anhelan algo, todos los personajes tienen deseos excepto la víctima: el protagonista del cuento. Quien lucha a lo largo del cuento para satisfacer los deseos de los demás personajes, o para superarlos. Una parte de nuestra mente, que no desea nada, se agota en su labor fiera para lograr que la máscara tal o cuál deje de insistir en su cabeza lo que quiere, a veces dándoselo, otras intentando acallarla.

La búsqueda del placer está totalmente ligada a la frustración. El deseo es dolor, es conflicto, ya sea que se satisfaga o no. Invariablemente de los resultados, el deseo no puede entenderse sin comprender el sufrimiento, van unidos.

Nada más lograr una satisfacción, aparece una pena, una ansiedad. Tras una ansiedad aparece un nuevo deseo, este desencadena una lucha personal, ayudándose de la voluntad de cada uno para su logro, cuando el deseo se libera, ya sea se satisfaga, generando una paz y un placer asociado a la paz de haber logrado lo que se pretendía, o se acepte que no se logrará, generando una paz al abandonar la lucha y un placer asociado a esa paz, y tras ese instante, hay un momento en que el individuo vuelve a sentir una ansiedad, una sensación de vacío, de que algo falta, algo aun sin definir. Y entonces aparece un nuevo deseo.

Es un círculo vicioso que nos arrastra toda la vida.

Cómo abordan los deseos los distintos caminos espirituales

Toda filosofía espiritual entiende fundamentalmente a los deseos como venenos o tormentos del ser humano. Todo mal está asociado a los deseos, toda tentación negativa o maligna igual.

Puede ser en sus diversas fuentes filosóficas que los deseos los haya generado lo maligno, que hayan sido una prueba entregada por lo divino o incluso el pecado, pero en todos los caminos el deseo se compara al veneno.

Al comprender esta raíz en común, podemos observar que la única diferencia entre unos y otros caminos espirituales sólo está en la forma de lidiar con los deseos:

Hay quienes eligen acabar con todos los deseos, como los yoguis, monjes o ascetas.

Hay quienes eligen la búsqueda de entregar al ego todo cuando desea, como los tántricos o el camino de la nueva era.

Y también hay quienes eligen observar esos deseos, como los monjes laicos, y los meditantes del camino medio.

La única diferencia en tal o cuál línea espiritual, consiste en cómo se aborda el deseo. Pues la lucha interior ante los deseos es la más fiera batalla de la vida.

En el camino yogui o el monje, el deseo se aborda con dureza, no es admisible. No se puede justificar ninguna acción, sea cual sea, gobernada por los deseos. El iniciado abandona los deseos carnales y sexuales, los alimentos sabrosos, el dinero, tener y poseer riqueza. Abandona su vida material y se entrega al espíritu, no se casa, no tiene hijos, ni propiedades. Su vida se centra en ese apartar todo deseo o satisfacción.

En el camino de la nueva era y del tantra, el deseo se aborda como algo necesario. Todo, incluso el camino espiritual, acaba justificándose en la búsqueda de la propia felicidad y satisfacción de los deseos. El iniciado busca ser triunfador, tener el cuerpo deseado, la pareja o parejas deseadas, la familia deseada, el dinero deseado, vivir con plenitud todos los placeres sin negarse nada… la búsqueda espiritual se convierte en un fiel aliado de los éxitos personales y muchas veces banales. Toda la voluntad se dirige al éxito de los propios deseos. En la filosofía, que muchos iniciados olvidan, cuando se logra ese deseo o placer, el cuál es considerado un “veneno”, el meditante debe tomar conciencia plena de lo que ocurre, y abrazar con amor dicho veneno transformándolo en luminosidad de la mente. De no ser así, el veneno daña a la persona y a su conciencia nublándola aún más y generando adicciones y conflictos mayores. Es requisito en este camino utilizar el veneno para transformar la mente, utilizar el dolor, y el placer, como un escalón hacia otros estados ampliados de conciencia. Aunque en la historia, esta forma de abordar el deseo ha generado las corrientes espirituales más oscuras y peligrosas.

En el camino del medio, todo se centra en la observación y contemplación de la mente, independientemente de su estado. No se lucha contra la mente, pero tampoco se alimenta. El iniciado en este camino no busca darse los placeres ni negárselos. Aprende a contemplar la vida y contemplar la mente, independientemente del éxito y fracaso personal. Su objetivo es centrar el foco en el aspecto de la mente que observa y es, no el que desea, ni el que ambiciona. La complejidad de este camino es mantenerse en dicha observación, en la plena conciencia. Comprender la negación y aceptarla, comprender así mismo la lucha personal y aceptarla, comprender la necesidad de satisfacción de los deseos, y aceptarla. El esfuerzo y la voluntad no están en el logro de dichos deseos ni en su superación, sino en el observador.

Esto de lo que hablamos se llama el punto de vista. Desde dónde camina cada persona. Este punto de vista cada uno lo elije en el momento que inicia un paso en la autoobservación y contemplación.

A nosotros, desde un aspecto filosófico, no nos importa cuál es mejor o peor camino espiritual, igual que no nos interesa saber qué deseos deberían permitirse y cuáles no son justificables. Este debate lo podemos dejar en manos de personas más inteligentes y con mejor juicio.

Lo que intentamos comprender es la estructura del deseo, y ya de paso, intentar comprender porqué el deseo es tan poderoso. Qué hace que todos tengamos miles de deseos cada día, y comprender de qué forma al abordar dichos deseos, se genera nuestra experiencia de felicidad y sufrimiento, nuestra lucha, nuestra voluntad, todo cuánto somos.

El deseo es energía

Lo primero es comprender que el deseo es energía. Es una forma de energía potente que no puede reprimirse, pues esto genera más presión. Cuando se intenta disciplinar el deseo, aparece un conflicto. Cuando intenta reprimirse un deseo se puede generar insensibilidad.

El deseo no es una emoción, es una energía poderosa que utilizará recursos nuevos cada día para manifestarse. Se justifica en las emociones, o intelectualmente.

Las guerras que vemos en la historia, las luchas personales, el poder, el fracaso, el apego, las adicciones, los conflictos en la sexualidad, la posesión, la agresividad, todo ello existe por la fuerza del deseo. En ningún momento podemos menospreciar la fuerza que tiene.

El deseo no es peligroso, pero si poderoso. Es una energía fuerte e intensa que suele adquirir su máxima manifestación a través de la sexualidad, por lo que, en la adolescencia, el joven logra un poder y voluntad nueva, que, según haya sido educado en valores, le manejarán en pro o en contra de los anhelos de sus sentidos.

El deseo es parte de la mente

El deseo no es emoción; la emoción es el resultado del deseo. El deseo es un aspecto de la mente que busca satisfacción. No busca que la persona se sienta feliz, sólo busca satisfacerse a sí mismo, independientemente de la persona. Estar satisfecho, pleno, realizado, es el objetivo del deseo. Para ello se vale de emociones y pensamientos, dirigiendo la voluntad hacia su éxito. Dirige toda la atención de la mente al logro de sí mismo, utilizando las artimañas que sean necesarias.

En las personas menos atentas a su mente, los deseos son más animales, instintivos y emocionales, en las personas más atentas a su intelecto, los deseos son más intelectuales, razonables y objetivos. Pero la estructura y manifestación de uno u otro deseo, es la misma.

Además, al observar los deseos que genera la mente, podemos determinar que nuestra mente prioriza en los deseos, primero los instintos, luego las emociones y luego intelecto. Y esta misma estrategia de priorización utilizará para lograr satisfacerse. Mientras esté activa una parte de la mente instintiva y animal, las otras aparecerán más apagadas, cuando se activa una parte de la mente emocional, el intelecto resultará más torpe, y por último, cuando la parte activa de la mente y el deseo se centre en el intelecto y la razón, se manifestará una carencia de ciertos instintos y emociones, lo que puede generar cierta insensibilidad emocional e instintiva.

En momentos de gran estimulación emocional o mental, la mente genera más y más deseos, y cada vez más difíciles de controlar. Cuando dejamos un deseo, cuando nos cansamos de él, aparece rápidamente otro que busca ser saciado.

En la estructura del deseo, cuando calmamos la mente ante un deseo, por pequeño que este sea, no bloqueando el deseo en sí, sino centrándonos en calmar las emociones y los estímulos de los que se alimenta el deseo, hasta lograr paz y calma personal, entonces aparecen deseos más inconscientes, los cuales afloran a la superficie mostrando aquello que ocultaba el deseo.

La agitación pues, esconde los auténticos deseos, tantas veces ocultos y muy profundos, que hay en todos los humanos.

El amor incondicional

En momentos de amor incondicional, la mente no genera deseos.

Estos instantes de apertura en el corazón, el ser humano se siente pleno, no tiene necesidad. La mente deja de generar deseos y se escucha una calma y luminosidad intensa.

De esta forma podemos comprender como el amor es diferente del deseo, el amor es mucho más fuerte y real.

Es fácil confundir el amor incondicional con el apego y el deseo de placer. Todas las personas necesitamos amor, cuando no logramos sentirlo, buscamos apagar esta necesidad en el deseo y el placer. Entonces el amor se torna mucho más ansioso y basado en las sensaciones.

Cuando la persona siente amor, no tiene necesidad de placer. Se siente nutrida y completa.

El amor no tiene distancias, ni deseo, ni angustia. El amor se manifiesta perfecto y pleno. En el amor no hay carencia, ni hambre, ni duda.

En la sexualidad basada en el amor, el orgasmo no es una meta, ni si quiera una necesidad. El placer tampoco es una necesidad, es la presencia, el compartir, el ser. La sexualidad no tiene ansiedad, tiene calma, escucha, unidad. La energía fluye en equilibrio entre dos corazones que laten al unísono. No busca finalizar, no necesita llegar a ningún lugar, la energía busca fluir y unir.

En el amor basado en la sexualidad, ocurre al contrario, el amor se comprende como una necesidad de saciar los deseos carnales, hay una necesidad de completarse. El amor en este punto ya no es incondicional, es químico, animal, instintivo. Uno se siente incompleto, o siente que le falta algo, que necesita terminar algo, llegar a algo, sentir algo, poseer algo. Es la carencia y el deseo lo que dirige la acción. El amor no importa tanto, sino el sentir, la sensación, la química, el placer. Entonces el amor deja de ser el enfoque y el deseo gobierna la relación amorosa.

Por esto, el amor incondicional no genera deseos. Una relación mágica y consciente centrada en el amor, aborda el placer desde un punto compartido y secundario, pues el objetivo no es ese placer físico, sino el gozo de compartir en unidad.

El deseo se manifiesta como el hambre

El hambre es un mecanismo completamente natural que nos ayuda a determinar nuestras necesidades más básicas. El hambre natural es hermosa y fácil de entender.

Por ejemplo, un bebé, tenderá a buscar alimentos que le son más naturales. El bebé no intentará meterse a la boca un conejo vivo, ni jamás pensaría en comerlo o cocinarlo, sin embargo, una fruta o un alimento que se pueda comer y digerir sin cocinar, lo cogerá sin que se lo den.

Es tal el hambre natural, que el bebé con ciertas carencias, intentará llevarse a la boca todos lo que tenga a su alcance, hasta que encuentre justo el nutriente que le falta. A veces incluso intentando masticar ramas, tierra o juguetes, señalando una búsqueda de un sabor que contiene el nutriente que el cuerpo le está reclamando.

Con los años, y sobre todo en una sociedad sin carencias de alimento, centramos el hambre en aspectos más emocionales. Y es probable que el niño deje de comer muchos alimentos llamando la atención, o que se centre en comer todo aquello que no necesita, pues su hambre se centra en emociones que busca satisfacer. Tiene hambre de atención, de cariño, de amor, de comprensión…

La estructura del hambre es muy natural y nos enseña mucho del comportamiento que utilizará el deseo. Pues el deseo también se mostrará como una necesidad, como una carencia. Se vale de ese mismo instinto de necesidad vital y esencial.

Al inicio, el bebé o el niño no tiene necesidades, no tiene casi deseos. Cuando sus necesidades vitales están cubiertas crece feliz en su entorno.

Cuando estas necesidades vitales esenciales no son cubiertas, aparece una lucha personal para lograr algo, que muchas veces no se sabe qué es, como el bebé llevándolo todo a la boca para encontrar ese sabor que sabe que le entregará el nutriente que le falta, ya sea calcio, hierro, algo que ni sabe lo que es, pero sólo sabe que le falta.

Pudiéramos comprobar que hay un hambre natural, y un hambre artificial. Un hambre generada por el propio cuerpo, que nos dirá qué comer, qué cantidad o cuándo beber agua, todo de forma natural, acorde a nuestra naturaleza; y un hambre artificial, generada por la ansiedad, la prisa de la vida, los conflictos emocionales, que nos llevará a comer de más, cosas que no nos sientan bien, o comer de menos, ignorando las necesidades del cuerpo, o incluso tener sed de bebidas que nos envenenan confundiendo la sed con la embriaguez.

El deseo sería como un hambre artificial, donde confundimos las auténticas necesidades vitales, con complejas estructuras inconscientes y rebuscadas que nos alejan de la armonía, paz y felicidad reales.

Los deseos no buscan satisfacer las auténticas necesidades vitales, pero utiliza la misma fuerza, emoción e impulso para arrastrarnos, incluso haciéndonos ignorar el hambre natural y esencial que surge de la naturaleza de nuestro cuerpo y mente.

Cuando más artificial sea la vida, tantos más deseos se generan y más difícil es diferenciar las necesidades vitales de los caprichos de la mente.

Diferencia entre deseo y necesidad

Al comprender que el deseo es diferente de las necesidades, es imprescindibles aprender a diferenciarlos.

En la necesidad no hay contradicción, es natural, es esencial. Las necesidades vitales reales no generan ansiedad, ni frustración, pero si no se satisfacen no nos sentimos integrados, ni completos. Cuando las necesidades vitales no están cubiertas, aparecen conflictos estructurales básicos en las personas.

Existen necesidades vitales, como abrigo, casa, alimento, agua… necesidades emocionales, como cariño, integración, amor, y necesidades mentales, como realización personal. Existen necesidades externas e internas.

Los deseos son contradictorios, no son naturales, no son esenciales. Si no se cubren no ocurre nada. Generan conflicto, ansiedad, frustración. Intentan disfrazarse de necesidades, sin las cuales sufriríamos o incluso podríamos morir, pero no son justificables ni objetivos.

Los deseos más materiales se pueden confundir con necesidades vitales básicas; los deseos emocionales como el apego se pueden confundir con carencias emocionales naturales, y los deseos mentales como el reconocimiento o el control, se pueden confundir con la búsqueda vital de la propia realización.

Mientras la necesidad se manifiesta de forma natural y satisfacerla genera libertad. El deseo se manifiesta de formas muy completas, y satisfacerlas nos ata y reprime aún más.

Para muchas personas, encontrar la felicidad, la calma, la armonía, el equilibrio, depende de aprender a diferenciar entre los deseos y las necesidades reales.

Realización personal

Cuando buscamos comprender cómo operan los deseos, encontramos una necesidad real en cada ser humano de realizarse, la cuál el ego utiliza de forma muy perspicaz.

Todo ser humano, en su mente, requiere realizarse. Esto no significa tener éxito en la vida, pero sí sentir que es exitosa. El baremo que mide ese éxito es muy relativo, y depende de aquello que inconscientemente se haya dibujado en la mente del niño según crecía.

Sólo cuando se calma la mente, y aparecen los auténticos deseos ocultos y profundos del inconsciente, podemos descubrir los deseos de la realización personal que delimitan lo que cada individuo considera que es lograr el éxito de la propia realización.

En esa calma, algunos descubrirán el deseo de ser amados, otros de ser entendidos, otros de dejar una huella o un legado más allá de su vida, otros encontrarán el deseo de superar a los ancestros, o de apartarse de todo el mundo… esa meditación y calma dará muchas claves de lo que la mente considera que es el propio éxito y las limitaciones que esto genera.

La realización personal es natural, sin embargo, disfrazada en el deseo, entrega la sensación de necesidad, una necesidad que será instrumento para el ego en su generación ilimitada de deseos. Esta concepción de lo necesario en base a la realización personal, lo necesario real o ilusorio, para lograr la propia realización, desdibujará la línea entre la necesidad y el deseo, haciendo más desafiante diferenciar entre los caprichos personales y las necesidades vitales.

El deseo, el poder y la voluntad

El deseo utiliza la voluntad. Y la voluntad es la segunda fuerza más poderosa del universo, después del amor. La voluntad es la fuerza para crear, para manifestar. Al servicio del amor es ilimitada, transformadora y arrolladora: la voluntad al servicio de la mente es poder de manifestación y creación.

Esta maravillosa fuerza de la voluntad, que convierte al ser humano en creador, cuando se sitúa al servicio de la unión entre la mente y el corazón, nace la sabiduría.

Aunque, ajenos a los ideales del ser humano, por lo general vemos la voluntad al servicio del ego y la satisfacción de los deseos.

Al ser la voluntad una fuerza que genera poder, los deseos en sí, se convierten en un instrumento del poder.

Cada uno anhela el poder en base al concepto de realización personal generada en su mente. Desde el místico, hasta el empresario, hasta la ama de casa o el profesor, buscan el poder de una forma u otra. El místico el poder de la mente, el empresario el poder del dinero, la ama de casa el poder del control en la casa, el trabajador el poder de su profesión.

El poder y el control van de la mano en un sinfín de sensaciones de satisfacción personal, de éxito personal.

Mientras la persona tiene el control y el poder, se siente en calma, cuando este control y este poder se pierde, se siente perdido y quebrado.

El deseo se puede transformar en poder

Una clave que es ampliamente abordada por todos los ensayos de tantrismo, esoterismo y magia, es la transformación del deseo en poder.

Esto ha ocasionado graves conflictos en la historia, generando las mayores atrocidades que ha realizado el ser humano en nombre de la divinidad.

Aquí podríamos hablar de los sacrificios humanos y otras atrocidades que la religión ha cometido en nombre de sus dioses… En sus distintos mitos, los dioses, en estas religiones antiguas, reclamaban los sacrificios, ellos también poseían deseos que buscan ser saciados. Por los deseos de los dioses se justificaban todo aquellos actos que los humanos no lograban entender. Los sacerdotes, nombrados así por los dioses, en su nombre, practicaban los sacrificios y aseguraban entregar la fuerza resultante a divinidades superiores. El temor, la angustia, la sangre, la viveza de aquellos actos, generaba una energía poderosa que aseguraban elevaba a las personas acercándoles a sus dioses.

En el camino tántrico ocurre algo parecido a través de la sexualidad. En los textos más sagrados tántricos se puede estudiar como el deseo y el placer, al servicio del ego, ocasiona los conflictos humanos, pero ese mismo deseo y placer al servicio de lo espiritual, es elevado. Entonces el practicante eleva toda la energía sexual y todo deseo, utilizando dicho estado y energía para elevar su propia conciencia.

El mago, eleva lo mundano a lo sutil. Luego logra traer lo sutil y manifestarlo físicamente.

El alquimista, transforma el plomo en oro, transforma el veneno en sabiduría y alimento del espíritu.

Más allá de las teorías, cuando observamos el deseo, podemos descubrir una fuerza interior poderosa inagotable que muchas veces es utilizada para saciarlos. Es posible que esa fuerza nada tenga que ver con el deseo. En principio no importa tanto su origen, sólo observarla y descubrirla latiendo con fuerza detrás de cada deseo. Se puede confundir con la pasión, la voluntad y el poder de la mano. Es posible que ese poder sólo sea parte de la fuerza tan atractiva y magnética de los deseos, que obliga a quien lo tiene, a colocar toda su energía, emoción y mente, en un único propósito.

El poder de los deseos es incalculable, y ha trazado las líneas de los actos humanos desde su origen.

Sin importar su origen, la persona con un deseo en mente, se torna más poderosa y despierta, tiene mayor fuerza, enfoque, y claridad. Se desdibuja, en lo bueno y en lo malo, hasta la razón, y dirige toda su atención hacia ese deseo logrando actos sobrehumanos, incluso mágicos.

Comprender esta fuerza ilimitada y utilizarla conscientemente es la base de muchas escuelas místicas de magia y poderes sobrenaturales.

El deseo puede ser orientado o dirigido

Si observamos la sociedad, esta fuerza puede ser orientada total o parcialmente, dirigiendo la voluntad de la población. Por ejemplo, en muchos medios de masas actuales, no aparecen mujeres mayores de 40 años, mucho menos con un aspecto sensual, generando que se relacione el deseo y el atractivo sexual únicamente hacia mujeres cada vez más jóvenes. Las jóvenes menores se muestran, incluso en las muñecas, de una forma provocativa y erótica, lo que ha transformado completamente los deseos de la infancia, la pubertad y la adultez en todos nosotros.

En esta orientación manipulada de los deseos de las masas, también podemos observar cómo se relaciona el “olor a pólvora” y la violencia, con el placer sexual. Pequeños detalles en los medios de comunicación de masas, orientan descaradamente, el orgasmo sexual con actos violentos y crueles.

Lo cual también ha transformado la sociedad, generando más violencia, agresividad, acoso… incluso ha generado en la sociedad una tendencia al placer ante el sufrimiento ajeno.

La máscara del yo y la generación de los deseos

Cuando en la calma y el silencio de la meditación, observamos con atención el ego, observamos que el yo, esencialmente, genera constantemente deseos.

Incluso, podemos observar cómo, en el momento en el que no se genera ningún deseo, aparece una amplitud y luminosidad en la mente, junto con una apertura en el corazón, una calma y bienestar, una sensación de paz y equilibrio pleno. Por unos instantes no somos esto o lo otro, no deseamos nada, no intentamos ser nada, no aparentamos nada, desaparece la lucha y sólo somos y experimentamos lo que somos.

Aquí nace un aspecto de la mente y del ser completamente distinto de la psicología convencional, una experiencia tachada de irreal por muchos, la del alma, el espíritu. Aparece la experimentación viva, la plena conciencia, independiente del yo.

En muchos caminos espirituales se teoriza sobre “matar al yo”, algo totalmente malinterpretado, pues no consiste en acabar con el ego, ni con el yo, es imposible, se trata de lograr una experiencia en la que el centro sea el ser, vivir, experimentar; no centrarse en el intento de ser.

Con todo esto, podemos concluir como el yo se manifiesta con deseos constantes, alejándonos de la idea del ser, y generando una lucha por ese intento de ser algo que ahora mismo no existe. El yo desde el punto de vista del ego, quiere ser disfrazando la vida, quiere algo que no está, busca y anhela algo que nace en el recuerdo o en la ilusión, pero algo que no es, obliga a la mente, al cuerpo, al individuo a luchar con fuerza por algo que no está, no se puede ver, ni tocar, ni sentir, ni oler. El deseo nos aleja realmente de los sentidos, anhelando algo nuevo que ahora no existe. Intenta ser mañana, o ayer, y nos aparta el enfoque del ahora.

El ser, no requiere algo que no está, el ser se manifiesta en aquello que ya es, lo que ahora mismo es. Los recuerdos, los anhelos, no limitan la experiencia. En el ser, la experiencia es plena y completa.

Cuando sentimos con plenitud, estamos en el ahora, no hay deseos. Estamos integrados en el ahora y nos sentimos realizados en esa experiencia. Imagina un niño jugando, es ese momento, cuando ríe, cuando se enoja, cuando come, cuando se pone triste, es ese momento. No hay deseos de algo que no está. Vive justo ese momento y ningún otro.

Siente y experimenta con plenitud el ahora.

Entonces aparecen los deseos, cual caprichos, como poderosas fuerzas que le apartan de sentir el ahora. Posiblemente haciéndole creer que con esfuerzo logrará otra cosa mejor, mejor que lo que ya tiene. Entonces lucha y se revela ante el ahora, quiere otra cosa, lucha por otra cosa. Desaparece el foco en esa risa, en esa vivencia, en ese momento. La mirada deja de tener tanto brillo, de estar tan presente, pues aparece el anhelo de algo lejano, pasado o futuro, aparece el deseo.

La meditación tan sólo es la búsqueda de ese instante de plenitud y brillo, de vivir con intensidad el ahora.

No significa esto que los deseos sean malos o buenos, posiblemente sean necesarios. Mi objetivo, con todas estas palabras, no es hacer una teoría compleja sobre si es bueno o malo tener deseos, ¿quién soy yo para juzgar ningún aspecto de la naturaleza humana? Estas palabras sólo buscan sintetizar la estructura del deseo, para comprender mejor, para entender nuestra mente.

La sabiduría en los deseos que fluyen hacia dentro

Cuando los deseos fluyen hacia fuerza, son una fuerza de poder descontrolada, que transforma nuestra vida y nuestros actos. Generan emociones, pensamientos, acciones, cada vez con más fuerza y de forma más descontrolada.

Cuando los deseos fluyen hacia dentro, se pueden transformar con sabiduría.

El sabio no obedece a todos sus deseos, pero sí los escucha. Negarlos es generar abnegación y poco a poco presión y necesidad, pues los deseos son una energía que necesita moverse y manifestarse. El sabio escucha los deseos y luego los dirige, o los transforma, pero no se transforma a sí mismo en función de ellos.

El sabio comprende una cosa, que él no es el deseo, que él es quien escucha el deseo y quien posee la voluntad para hacerlo realidad, para negarlo o para dirigirlo. El sabio elige qué hacer con el deseo, y qué hacer con su voluntad.

Así, al comprender que tú no eres tus deseos, que no necesitas hacer realidad tus deseos, escuchas el deseo que sea y lo diriges hacia dentro, hacia ti mismo, enfocando esa fuerza en sabiduría y autoconocimiento. En ese fluir hay calma y equilibrio.

El guerrero se asienta al fin, con la espada en mano, preparado para la lucha, pues el yo no descansa en su generación constante de anhelos basados en ilusiones. El guerrero permanece alerta, pero en un tiempo de paz, integralidad y equilibrio, basado en el conocimiento de uno mismo.

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