El Golfo de México es un lugar de Historia Cuando la vida te lleva a esas aguas no se trata de una experiencia de meditación, ni un encuentro con la vida, se trata sobre todo de un encuentro con la historia de la humanidad.
En el Golfo de México están las huellas de casi todas las historias que de alguna forma cambiaron el rumbo en el pasado. Al colocarte ante el golfo, lo primero que sientes es movimiento, pero no un movimiento del mar, sino un movimiento de personas. El golfo en muchas ocasiones deja de ser un mar y se convierte en un camino. Así, cuando uno se sienta frente al golfo, primero puede sentir ese camino, y te invade la curiosidad de quién habrá ido a donde, cómo.
El mar tranquilo, intenso, conteniendo todas las historias de la gente que lo traspasó. El golfo de México es uno de los lugares con más riqueza marina en el planeta. El hombre apenas puede comprender su grandeza. Allí, mires donde mires, la vida retorna y se expande.
Parece que las sirenas durante siglos excavaron en el fondo marino porque miles de barcos fueron atraídos durante décadas en el pasado, aunque actualmente muchos de ellos desaparecidos, esconden sólo restos de lo que fueron. Cuando el golfo de México está turbio, todo el agua se nota más contaminada, así te sientes invadido por su tristeza y a su lado te puedes notar incluso más apagado y cansado. Suele ser justo después de tormentas, huracanes o lluvias. Y como el golfo tiene mucha vida, le gusta mostrar a los hombres lo pequeños que son. Sin darte cuenta rápidamente se transforma y te transforma. Así, entre todas las historias, hay una sobrecogedora.
Existe una historia que se debe contar:
La Princesa Perdida
Existía en la antigüedad una niña que su padre ya murió en una gran batalla y su madre se refugió en unas cuevas, y para protegerla no le contó que realmente era una princesa, ¿de dónde? De la Atlántida. La princesa Liv Manyiaghe (pronunciación: Manyig) de la Atlántida era una niña preciosa, cariñosa, asustada por todo la prisa e inseguridad con que su madre la movía. Y como todas las personas estaba destinada a morir, pero fuera de su pueblo, sin ser conocida por nadie. Sin conocer ni si quiera su destino.
Sus antepasados durante siglos habían cuidado la majestuosa isla de la Atlántida, habían viajado desde pueblos muy lejanos y se habían instalado al principio de la civilización, pero poco sabía la pequeña Liv de todo esto. Su origen familiar se desconocía de tantos viajes y encuentros, y se fusionaba a lo largo de la historia con pueblos de otras regiones, así sus misteriosos rasgos parecían desdibujar el recorrido. En un tiempo, un antepasado de Liv Manyiaghe supo aprovechar su posición en la isla, todo lo que su padre y abuelo benefició a las grandes familias y gobernó no por su nombre sino por su recorrido personal, su capacidad diplomática y sus teorías pacíficas revolucionarias. Liv tan solo era una niña y se escondían en una cueva húmeda. Un lugar apartado en la zona montañosa al sureste de la isla.
-No te muevas, le dijo la madre a Liv, y marchó a buscar ayuda. Los trajes de las dos se veían muy cambiados y despeinadas, polvorientas, asustadas, habían corrido más de 20 km buscando aquel lugar. Para Liv todo era desconocido y esperaba que su madre en algún momento le contase qué ocurría, aunque aun era muy pequeña para entender.
-Mam! Dijo Liv llamando a su madre apresurándose de regreso a la ciudad.
-Hija, no te preocupes, – y la miró con ternura – estaré aquí rápido, no te muevas.
Y así marcho.
Liv al instante sintió un frio que le recorrió todo el cuerpo. Supo que su madre no regresaría.
Al momento la isla comenzó a temblar. El suelo parecía que se abría. Cuando Liv despertó estaba en el Golfo de México. Una familia con un habla extraña la encontraron dos días más tarde. Estaba perfecta, intacta. Parecía que el frío y el hambre nada podían hacer en ella. Su mirada era fuerte y segura y para nada se diría que esa niña vino de donde vino.
Años después, en un poblado al sur de México le preguntaban y ella decía: Yo vine de allí, y señalaba un lugar inexistente un poco más al noroeste del Golfo de México. Era una preciosa isla. Y recordaba la cueva, a su madre, a su padre en una batalla, pero no sabía que ella era la princesa de aquel pueblo, la princesa perdida.
Hoy aun se siente la nostalgia de Liv en esta tierra, en este agua.