Todos caminamos hacia la misma dirección, todo lo que te rodea, inebitablemente, camina en su inconsciencia hacia el inicio. Lo llamamos muerte, pero sigue siendo el mismo final. La muerte, tal vez no exista, y tras ella otro final más , y otro, pero igualmente un día nos volvemos a convertir en polvo de estrellas y todo lo que fuimos algún día se funde en el cosmos. Y aquellos que se agarran con fuerza a sus recuerdos, que doloroso se puede llegar a hacer convertirse en simplemente luz.
Se dice que tú y yo no somos nada, pero no es cierto, una pizca de una estrella, allá arriba en el cosmos, se levantó un día y nos creó. Fundió su cuerpo en millones de pedazos y así surgió la tierra, los animales, todos los seres, el fuego acarició una roca empapada en agua tibia y tu apareciste en su corazón, como parte de una estrella más. Y miraste hacia el cielo, pero la estrella madre ya no se podía ver, se fundió en ti, desapareció.
Así tu, igual, un día te levantarás y crearás millones de pedazos vivientes de carne, huesos, mar, fuego, aliento, y más tarde desaparecerás en ellos.
¿Somos acaso un camino para llegar a la totalidad cuando nos fundimos en ella? Y este aspecto agotado de luchar, agotado por intentar ser único, ¿cómo se sentirá cuando sepa que ni si quiera existe? El día que desaparezca, qué frágil se verá todo aquello que cree y anima.
Amo este instante porque me vacío de mi misma en cada momento, como un regalo a la vida, sin esperar que una sola persona lea este pedazo de mi, en el que muero por convertirme en Sol, estrella, lago, en una pizca de sal. Dejando la lucha de intentar ser yo.
Me planteo, ¿cuánto trabajo me cuesta alimentar mi ego? Que agotador resulta en ocasiones intentar ser yo misma. Si al menos un sólo día espero no ser más que viento, espuma del cielo, o piedra que rueda por la vida. Y no tanto ese yo que agota, que desea ser diferente, que cree tener humor, sabiduría, cuerpo propio. Ese yo que asesina todos los momentos de silencio.
Me siento un rato a meditar, y allí también está el yo, aunque le dejo de escuchar.
Todo está en silencio. No hay que hacer nada, simplemente estar. El estado de meditación emerge como una rama que lanzas al río en primavera, al principio remueve todo, y luego calmadamente se deja mover por la corriente. Mi conciencia es la rama, es el agua, es el movimiento, es la persona que contempla.
Luego camino hacia dentro y descanso en mi. El más bello regalo que el cielo te entrega, tú mismo, y está en ti. No tienes más que sentarte un rato para escucharle. Muchas personas lo escuchan actuando descontroladamente, caminando, bailando, hablando, gritando, yo soy muy lenta en la vida, necesito detenerme para escuchar el regalo que hay en mi. El regalo de la vida.
La muerte no existe, lo llamamos muerte a una puerta más, pero allá adelante, inevitablemente, caminamos hacia eso que algunos llaman Dios, y algún día, como estrellas, nos fundiremos en su totalidad.