Encontrar la paz

Un momento muy especial surge cuando desaparece la necesidad. Comprendes profundamente que todo está bien y desaparece la ansía de lograr algo, luchar contra cualquier cosa, y simplemente estás en paz.

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Meditación

En este tiempo de paz, uno no posee absolutamente nada, deseos, rabias, enojos, envidias, está en paz. Respiras y estás en paz. Miras a tu alrededor y nada sumarías, todo es tal cual. No sobra ni falta nada. Y no tiene por qué ser un presente maravilloso o perfecto, es. Simplemente no sientes la necesidad de cambiar nada.

No hay deseos por lo que ya no hay lucha, y al no haber lucha, te sientes en calma.

Para muchas personas la paz aparece sólo cuando su mente está en blanco, más para mi, la paz surge de la carencia de deseos, y la carencia de deseos surge de la superación de los miedos, porque tras cada miedo, hay un deseo escondido. Y la carencia de deseos, genera un corazón dichoso, alegre. El corazón puede estar alegre como una mariposa revoloteando las flores. No pide nada, no hay esfuerzo, la misma alegría genera el movimiento de la vida, pero no es una alegría emocional, sino profunda. Una alegría que entrega energía. Al alrededor puede estar todo revuelto, puede haber problemas, entonces miro adentro, y está esa alegría y esa paz, entonces me siento en quietud.

Una luz intensa ilumina el espacio de la mente y no hay oscuridad en ella. Fuera ocurren cosas negativas, pero la mente se torna luminosa igualmente. Esos momentos de calma, de paz, generan paz alrededor.

Tampoco tiene por qué ser un estado que se consigue alcanzar y ya es un logro. Vamos a dejar de jugar los superheroes espirituales. Realmente los estados mentales vienen y van, al igual que las emociones. Simplemente habrá momentos en la vida en que la mente tenga más luminosidad y otros en que no lo tenga. Hay muchas personas que tienen una vivencia y en ese momento se relajan pensando que ya lo han logrado, que han logrado algo, no se bien lo que han logrado, pero ellas están relajadas. Entonces recordemos que a veces la mente está enfadada y luego se le pasa, y en ese momento uno no se pone tan feliz pensando «ya se me pasó el enfado, ahora se que no me volveré a enfadar más», al contrario, sabe que podrá volver a ocurrir, entonces está alerta: consciente, contemplando, observando. Y probablemente quien cree que ya no volveerá a caer en ese error es quien tenga más posibilidades de volver a caer.

En un estado de quietud y alegría infinita ocurre igual. Sería igual que si una luz intensa disipase todas las sombras de la mente y con una total claridad parece que amanece en nuestro interior. Vemos la luz, la sentimos. No se trata de un éxtasis ni un estado en trance, sino una claridad o lo que en cristianismo se llama epifanía. Y aunque pudiera ser un estado mental que se mantenga más o menos un tiempo prolongado, también es común que rápidamente se disuelva ese instante para dar paso a otros multiples estados mentales.

En la meditación, en la contemplación, se sienten muchas cosas, hay muchos estados, incluso hay estudios antiguos que intentan describir cada uno de esos estados, pero a fin de cuentas, son estados, instantes, sensaciones, vivencias, y lo que realmente importa es estar presente de igual forma en todos ellos.

También comprendo que algunas personas permanecen en la lucha e incluso se sienten agredidas cuando observan esa quietud y esa alegría en el corazón en otros. Curiosamente las personas que más presumen de poseer esa calma, son las personas que más agredidas se sienten. Sin hablar, sin reclamar nada, se alteran. Parece que, ante un espacio de verdadera calma interior, que no exterior ni superficial, sino un estado y un espacio de verdadera calma interior, se sienten agredidos, pues tal vez comprendan que no han experimentado esa calma previamente. Entonces hay una lucha interna, que pueden incluso expresarla. Y está bien expresar esa lucha, sacar a la luz lo que uno siente, y aprender a observar que ocurre dentro cuando lo hacemos.

En estos momentos, estas personas podrán ver en el otro depresión tras la mayor de las alegrías, apego tras el amor puro o incluso inconsciencia tras la luminosidad clara. Pues su mente turbia se siente realmente agredida, ya que la luminosidad tenderá a aclarar las ilusiones en que vivimos, y es un problema cuando la ilusión es el mismo espejismo de creer estar despierto o tener la certeza de algo.

Cuando la mente surje lucha, incomodidad, dolor, temor, entonces observo mi propio espacio interior, de calma, de alegría infinita, y desde ahí observo el exterior. No intento analizar rápidamente lo que ocurre fuera, sino que primero «voy» a mi espacio interior, y desde una contemplación de mi estado mental, observo mi interior.

Luego pudiera ocurrir que el espacio interior se desdibuje en el eterno constante espacio infinido de la mente superior, más tal vez eso sea para ser explicado más adelante, otro día que sin reloj nos acerquemos a contemplar con más profundidad.

Comrpendamos ahora que es erróneo intentar trasmitir esa calma o esa alegría que surge de la consciencia de nuestro espacio interior, es sobre todo arrogante pensar que uno posee esa calma y esa alegría y el otro no. Y es erróneo intentar cambiar al otro con nuestra propia calma, o sanarle. Intentar hacer eso señalaría que en uno mismo no hay ningún tipo de calma ni alegría.

Pase lo que pase en el otro, es posible que también a uno tamibén le pueda ocurrir, por eso no hay intención de demostrar nada, ni de superar nada, ni de mejorar nada, desde el propio espacio interior, con la quietud y la alegría infinita, miramos al otro, observamos lo que ocurre fuera, observamos cómo reaccionamos a todo lo que ocurre fuera, sin manipular, sembrar nada, ni intentar hacerlo bien. Observo desde ese lugar.

Pues contemplar no se inicia en una visión externa, sino una visión interna. El espejo de la mente estará más y más limpio cuanto más nos miremos a nosotros mismos.

Y observando desde ese lugar ocurre algo mágico, aparece una alegría aun más grande, más intensa. Como una risotada del alma que no intenta nada. Sólo está. No hay lucha.

Tal vez comprendamos que esa risotada no es otra cosa que la dicha o alegría infinita que abre paso día a día a la experiencia del gozo de la conciencia. Aunque, por ahora, pudiera ser una alegría infinita que surgiera de transformar la sombra en claridad. El sentir es como abrir una puerta y permitir que entre el aire fresco y la luz.

Tal vez sentado frente a la burocracia, u observando un conflicto, o siendo parte de un asunto polémico familiar, incluso intentando defender los propios derechos. Fuera hay una batalla, una grieta, un dolor, un problema, y no importa. No dejamos de ser lo que somos. Continuamos en esa claridad.

El necio ante esta situación, imitaría a un hombre pacífico y dejaría de ser parte del conflicto, se sentiría por encima de él. Intentaría cambiar a los demás para lograr su calma, sanarles, hablar correctamente. Haría el teatro de tener calma interna.

En una discusión cuando más calmado está uno, más tenso se pone el otro, por eso podemos deducir que no es una buena actitud. Aparentemente una persona está serena ante el conflicto, pero no es real, está generando dolor. Pudiera incluso pensar que el otro es quien no quiere dejar que haya luz en su vida, pero si su estado fuera realmente de calma, tendría las agallas para empatizarse y amigarse con quien esté dolido a su lado. Y actuar, aunque sea salir corriendo, es mejor actitud que mantenerse indiferente ante el dolor ajeno.

Tampoco es buena idea “enviar amor” pues primero, el amor no se puede enviar, es necio pensar que en algún lugar falta amor, faltará cariño, pero el amor es una parte esencial del universo, totalmente divina y perfecta, no podemos coger el amor de un lugar y ponerlo en otro, es ingenuo y hasta estúpido.

Tampoco podemos enviar rayos de paz, es lo mismo, la paz se vive, no se envía, no se transporta. Podemos trasmitirla estando nosotros en paz, pero si detectamos que el otro no tiene paz, y nosotros sí, entonces tal vez no haya mucha paz en nosotros.

No es buena actitud quedarnos quietos “imaginándonos” por encima de esa situación, creyendo que no nos afectan los problemas “del otro”. Entonces el necio, aquí queda callado, observando con superioridad, sabiendo que no se alterará, aunque por dentro, muy probablemente esté totalmente dolido, cabreado. Mucho peor es situarse en una posición de superioridad que surja de la indiferencia.

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Meditación Apertura

El exterior nos afecta completamente. Somos lo que somos debido a todo lo que nos rodea que continuamente nos toca, nos transforma, nos mueve. Una manzana, tras una mordida no vuelve a ser lo mismo. Una persona con cada palabra recibida, con cada sonido, con el tiempo, con todo lo que le rodea, va cambiando igual que una manzana cuando es mordida. O igual que una planta cuando es cuidada. Nuestra naturaleza es alterable y está en un constante cambio. Cada cosa que escuchamos, percibimos y sentimos nos cambia y cada instante miles de emociones, pensamientos y sensaciones afluyen en nosotros de una forma natural y preciosa.

La calma no es lograr que desaparezcan todas esas sensaciones, ni los pensamientos ni las emociones. No vamos a ser más felices si no sentimos nada, al contrario, esa indiferencia no logrará más que generar sufrimiento. La paz surge cuando nuestra mente luminosa se mantiene en esa claridad y luminosidad incluso en los momentos donde las sensaciones, las emociones y los pensamientos son turbios y dolorosos. Donde no hay necesidad de cambiar nada ni en nosotros ni fuera, y no porque lo que haya sea perfecto, sino porque no necesitamos cambiarlo para estar en paz. No hay remordimiento, no hay lucha, estamos en equilibrio.

Aparece ese estado de calma y felicidad, ese instante de quietud donde no hay necesidad, y da lo mismo estar en una cueva protegido que ante los leones, uno actúa, más actúa con su plena presencia.

Erróneamente confundimos la calma interna con la calma externa. Imágenes ilusorias de lo que aparenta ser se mezcla con lo que realmente es. Creemos en la calma o la superación personal como la persona saludable, tal vez mediana edad, o joven, con tales características físicas, con tal forma de vestir, con tales inquietudes, incluso con esa forma calmada de comportarse o con esa dieta en particular. Y todo eso no son más que ilusiones. Muy probablemente sean prejuicios que no nos permitan estar en paz con nosotros mismos.

La calma mental y la alegría interior, la dicha, generan mucha energía. Al contrario de lo que piensa la gente, una persona con calma mental y con dicha se moverá, estará activa y realizará muchas cosas. Aunque también pudiera haber momentos donde está totalmente quieta, contemplativa. Pero incluso en su contemplación está viva y despierta, no adormilada y pasiva.

La calma mental y la alegría interior también están unidas. Una genera a la otra, la apertura de corazón se realiza tras la calma mental, y no es posible que sea de otra forma, pues son todos los juicios, los oscurecimientos mentales, los miedos, las dudas, las angustias, que oprimen nuestro corazón. No es necesario trabajar sobre la capacidad de amar, ni sobre las emociones, sino trabajar sobre la mente y lo que en ella hace que nos cueste amar o recibir amor, o sentir y vivir con armonía las emociones.

La calma mental y la alegría interior generan vida y amor sin posesión. Y este también es una creencia errónea, creer que, al lograr tal estado mental y emocional, la persona vivirá el amor perfecto, o encontrará a “la pareja del alma” porque estará preparado. El amor que nace desde un estado de quietud y dicha, es un amor eterno, inmutable, pero completamente libre y sin posesión alguna. No hay temor, por lo que no surge la necesidad de agarrar nada, ni controlar, ni poseer. Esa persona deja de ser la pareja del alma, porque el alma no tiene posesión alguna, si ni si quiera el aire que respira es suya, cómo lo será la otra persona. La necesidad de fundirnos en un sentimiento amoroso hacia otra persona surge de la carencia en el amor, de la soledad y el temor. El acto de fundirnos en el amor hacia el mundo, convertirnos en sentir, surge de la mente calmada y serena, que borra todas las ilusiones y experimenta la unidad.

Para lograr tal calma mental que genere la dicha que nos genere la energía para vivir y actuar en la vida, tan sólo es preciso mantenerse en ese lugar, observar con constancia la mente, contemplar. Y en ese estado de contemplación, surge la calma que genera la dicha, que genera la alegría, que genera la energía que genera la vitalidad.

Cuando enturbiamos la mente y la adormecemos, cuando nuestra quietud es aparente y nuestra contemplación es demasiado tranquila. Los pensamientos vienen y van tal vez más tranquilos, y se genera un estado de ensueño placentero. La alegría que aparece es temporal y más sensorial, pudiera parecer más placentera porque aturde los sentidos. La persona en esa danza emocional y sensorial de placer y con esa mente adormecida, no genera energía, sino que está más pasiva, lo cual genera cansancio. Tal vez logre grandes cosas, como dejar de comer, de poseer, elasticidad o incluso capacidades en la visión o en la sanación. Aunque también la visión no es clara sino torpe, y la transformación no es completa. No es un estado malo, sino realmente es agradable y dichoso. La mente divaga feliz entre sensaciones y estímulos que calman y aquietan más, igual que al columpiarnos. En un estado de calma profundo aparece una alegría profunda que trasciende los sentidos, el placer y las sensaciones no son físicas ni emocionales, sino sentimientos transformadores. De ese sentimiento pleno de felicidad interna, surge una energía y una vitalidad fogosa, transformadora. De esa energía surge la necesidad de actuar, ser, pensar, vivir, libre y consciente. No es un deambular por estímulos de placer, serenos y gratos, sino una claridad luminosa desde una contemplación despierta y consciente, que con total calma interior nos acecha en un sentimiento de felicidad y amor compasivo pleno.

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