El artista conmueve con sus formas, su color y su voz. Hay personas que por su trabajo o por su facilidad, llegan a tener un perfecto control de la estética del arte. Con una forma equilibrada y justa, logrando las tensiones y distensiones según pretenden a través del lenguaje y de los tonos.
Es interesante descubrir los diferentes lenguajes que a través de los diferentes caminos de expresión buscan engrandecer el espíritu. Aunque también vemos que muchas veces, toda esa facilidad estética se queda en una apariencia, una forma totalmente inerte de un lenguaje, aunque rico y aparentemente sabio, no es más que inocuo para el alma.
De forma insustancial esa forma tan estética y armónica de expresión artística, provoca al ego. Ensalza todos aquellos pensamientos, emociones, tan humanos que nos comprometen en la vida.
Porque, hablando claro, a veces, ya sea que se utilicen más rebuscadas o más sencillas palabras para lograr un dialecto inteligible a través del léxico adecuado, o tal vez palabras y con el sonido, el gesto, la pintura, la danza o el mimo, si no hay nada que decir, que importancia tiene el cómo decirlo.
Igual que el profesor que utiliza la mejor metodología: sino tiene nada que trasmitir, ni inteligencia, ni valores, ni cultura alguna, ¿de qué le servirá, digo yo, todo su título universitario?
Muchas veces, para lograr llegar al alma del otro, utilizamos vagamente ejemplos de frases, formas estéticas y condimentos que otros tantos utilizaron en el pasado, ya sea renombrándolos para presumir de cultura, o ignorando que otros hayan podido acceder a su conocimiento, repetir esas formas no hará que logremos la misma conmoción que ellos lograron. Porque no fueron sus palabras, ni sus formas, ni la armonía precisa, sino el empeño, el corazón y el alma en su aliento.
En música esto es fácil de ver: el virtuoso logra coloridos y formas estéticas sonoras irrepetibles de una calidad excepcional, hay coherencia y perfección en su expresión. Lo que, sin fondo, da igual la buena técnica o la precisión, incluso la pieza que esté representando, no habrá esencia alguna.
Otras veces, el fondo nace del egocentrismo del artista, quien, con buena o mala intención, descubre en su ombligo el centro del universo y la única verdad que merece ser expresada dedicando materiales y tiempo para que todos escuchen su mensaje.
Y a veces nos sorprendemos, de pronto, de la nada, aparece una forma artística desconocida, una música, un cuadro, una escultura o una danza. un estilo prejuzgado y sin valor aparente, como rumbas, o pop, o esos dibujos que se utilizan en las plantillas de los posavasos, que realmente parece anodina, más está tan llena de vida, que la voz que reclama ser escuchada, se compromete incluso a romperse si es necesario para gritar desde el alma.
Por último, existen artistas, muchas veces muy poco reconocidos, que, por su profundidad y entrega, no necesitan estética, ni adornos, ni nada, para expresar y llegar al alma.