Los juicios y los asuntos ajenos

Es común para muchas personas querer inmiscuirse en los asuntos ajenos. Cotillean, curiosean, juzgan o se detienen en juzgar la moralidad o inmoralidad ajena.

El pensamiento, la palabra y la acción de cada cual, son libres. Incluso el pensamiento, la palabra o la acción que nos puede parecer incorrecta.

La mayor parte de la gente pasa demasiado tiempo intentando cambiar el mundo, arreglándolo, mejorándolo, o eso creen, pero realmente se meten en los asuntos ajenos. Intentan influir en las decisiones que tienen otros, intentan imponer su punto de vista, porque creen que su punto de vista es el más correcto o porque no tienen nada mejor que hacer.

Meternos en los asuntos ajenos es una falta de respeto, una falta de comprensión de la capacidad creadora humana.

Cuando alguien me mira creyendo que me conoce, toda la opinión que tiene de mi es limitada, absurda, oscurecida por la negación de todo lo que no ve. Su mirada se torna juiciosa y mezquina, con arrogancia cree saber incluso lo que yo no se de mi misma, y el resultado es que todo lo que soy, lo que siento, lo que vivo, lo que he aprendido, lo que puedo llegar a ser, queda invisible a su mirada limitante.

Porque no lo dudes: todo lo que señalen de ti, todo lo que otros creen que eres, todo lo que conozcan, donde te encasillen, lo que digan, incluso lo que recuerden, no puede significar ni una pizca la grandeza de tu ser.

Podemos señalar a una persona que es madre, y podemos decir que es una madre, todos sabemos lo que es una madre y sabemos que cuando una persona es madre o padre, nunca deja de serlo. Es una sencilla afirmación: esa persona es una madre. Pero incluso esa limitante creencia, no es la verdad. ¿Acaso esa persona no fue nadie antes de ser madre? ¿dónde está toda su experiencia de vida más allá de la maternidad?

Señalar que alguien es una madre, significa que esa persona tiene hijos, pero señalar que alguien es madre, es limitar su existencia al mero hecho de la maternidad. Como si no hubiera nada más. Entonces, cuando crees que una persona es madre, ya no hablas con ese ser infinito, maravilloso, inmenso, cuando hablas con ella, hablas con una madre, y punto, y no puedes ver nada más, y no puedes experimentar nada más.

Podemos ir a una oficina pública y encontrarnos con una persona que trabaja allí, cuando nos atienden nos sentamos ante un ser humano que trabaja en esa oficina pública. Por lo general se llaman funcionarios. Entonces tú, en el juicio, en tu mirada limitante, te sientas en esa oficina y no estás ante un ser humano, estas ante un funcionario. Olvidas que esa persona fue un niño, tal vez tenga familia o no, tiene sus hobbies, tiene sus aventuras, desventuras, sus talentos, tiene su vida, y lo único que ves y por lo único que le señalas es por lo que hace de tal hora a tal hora en esa oficina. Esa persona deja de ser un ser humano completo, íntegro y maravilloso para ti, y se convierte en un funcionario, un burócrata. Tu comportamiento hacia él cambia, no le tratas como tratarías a un amigo, ni le tratas como tratarías a cualquier persona por la calle, porque no lo es, para ti es un burócrata. Tu mirada juiciosa a limitado tu experiencia para con él. Esta sutil creencia cambia tu postura, tu tono de voz, tu actitud, y por su puesto cambia la suya, quien tampoco te ve como un ser humano completo, te ve como una persona más a quien tiene que atender, con las mismas limitaciones, problemas, conflictos que tienen todos los demás, te ve como un trabajo más, como un problema, como algo que tiene que resolver y arreglar, cuanto antes mejor.

¿En qué momento esa persona deja de ser funcionario y se convierte en ser humano? ¿En qué momento para ti esa persona abandona el disfraz de su trabajo y es simplemente ella?

La respuesta puede tener relación con tu apertura mental, pero en el ejemplo utilicé un ejemplo sencillo, general. Ahora imagina que esa persona es el presidente de tu país, o que esa persona es un rey, o que esa persona es el papa. ¿En qué momento esa persona abandona su disfraz del trabajo y puede ser simplemente ella? ¿Serías capaz de estar en frente del papa, o de un rey o de un presidente y tratarlo simplemente como cualquier otro ser humano, comprendiendo que tiene un trabajo complicado, pero no deja de ser un humano lleno de experiencias y aspectos increíbles que no pueden ser simplificados?

Nuestro punto simplifica, en su prisa simplifica. Mucho más gracias a las redes sociales donde con dos o tres iconos creemos poder describir algo o a alguien.

Existen programas de televisión donde aparecen personas que bailan, cantan o realizan un espectáculo, pero a diferencia del pasado en que el público se limitaba a disfrutar de su arte, hoy día el público lo juzga generando dos posibles opiniones: me gusta, no me gusta. Ya está. El público ya no escucha, ya no experimenta, ya no disfruta del espectáculo, su mirada ha dejado de ser escuchar y se convierte en examinar. Disfrutan de ello y creen que es lo correcto.

Puede subir la persona al escenario para compartir algo que ensayó durante años, pero nada más subir, todo el público empieza en su juicio: cómo es su imagen, su figura, su ropa, su voz, su postura, todo lo analizan, todo lo juzgan en algo sencillo: me gusta, no me gusta. Como si la experiencia de la vida se pudiera limitar a esto. Como si un baño en el mar, un paseo en la montaña, un abrazo, una puesta de sol, una comida… se pudiera simplificar con: me gusta, no me gusta.

Qué patética y triste vida la persona que juzga a cada momento lo que le rodea. Que mirada más limitada y limitante tendrá la persona que cada instante sólo ve una superficie, o ni eso, su prejuicio hacia esa interpretación de la realidad.

A veces me pregunto a qué le sabrán los abrazos a la persona que mira el mundo con esa negrura juiciosa y arrogante de quien cree saber distinguir y señalar lo ajeno.

Por eso te digo que tú eres todo aquello que el otro no puede señalar, lo que no se puede tocar, tu eres todas las posibilidades, tu eres tu potencial. Tú eres las palabras que dices, pero también las que callas, y también las que podrías decir. Tú eres lo que hay en tu vida, trabajo, tu familia, tus acciones, pero también eres el potencial para mucho más. Quien te señala con el dedo, no ve nada más.

El juicioso, la persona que abandona la experiencia única de este momento, por el sinsabor arrogante de creer que sabe más que otros sobre su propia realidad, la persona que abandona la vivencia y se agarra al análisis y juicio de todo cuanto le rodea, quien mira el mundo y cree distinguir la verdad en él, cree saber lo que nadie más sabe, no se detendrá en esta acción. La persona juiciosa intentará condicionar la mirada de otros sobre ti. Intentará que todo el mundo vea las cosas desde el mismo prisma limitador que cataloga, analiza y considera lo que es bueno y lo que no. Y después de considerar que su juicio es la verdad absoluta, y después de intentar que su juicio lo asimilen como propio los demás, sus acciones no se detendrán tampoco aquí, intentará seguir indagando en el mundo que le rodea escapando de sí misma, porque dentro de sí, sólo encontrará vacío, ya que no vive, no experimenta la vida, sólo juzga.

Muchas personas creen que viven rodeados de juiciosos que no les permiten crecer,  entonces, si es así, sólo deberían comprender que las miradas ajenas no pueden verles, no pueden comprenderles.

Antes hablamos de la madre, el ser humano que tiene un hijo, a veces es madre, a veces es amiga, a veces es una psicóloga, a veces es la cocinera, otras veces es alguien que necesita un abrazo. La madre siempre es madre, no es capaz de ver a su hijo como un ser humano completo, su hijo sigue siendo su bebé, es más, sigue siendo suyo. El hijo crece, tal vez se independice, tal vez se case, seguro que tendrá sus propias opiniones de la vida, pero para la madre que no puede dejar de ser madre, ese hijo no puede dejar de ser su hijo. El amor se enmascara en apego, juicios y prejuicios, dolor y miradas limitantes que no permiten ni a uno ni a otro experimentar la vida plenamente.

La madre que se libera de estas cadenas, cuando mira a su hijo, también ve un hombre, un amigo, un ser humano completo. No le habla como si fuese un objeto, le habla como le hablaría a cualquier ser humano, no le habla como si fuese suyo, no le trata como si fuese una escultura que tiene que moldear, ni como si fuese una marioneta, ni tampoco al mirarle da por sentado toda su vida porque cree conocerle más que de lo que se conoce él mismo; la madre que se libera de las cadenas de la identidad, habla a su hijo como un ser humano libre, completo, perfecto, maravilloso. La madre que se limpia los ojos de todo lo dado por sentado, ama a su hijo como un ser completo, perfecto, maravilloso, independientemente de ser su propio hijo, la madre que no juzga ni cree conocer a su hijo, sino que vive cada experiencia como nueva y perfecta, observa la experiencia más allá del apego, con libertad y descubrimiento. Esa madre sabe que su hijo no es suyo, su hijo es una vida preciosa, que le han prestado, que la vida le prestó, para que ella alimentara y cuidara. Y admira y agradece cada día esa vida preciosa, pero no la acapara, porque esa vida no es suya, esa vida, de ese hijo, es de él mismo.

Las madres y padres que viven en la identidad, son expertos en meterse en los asuntos ajenos, son expertos en creer que saben más que los hijos, y más que todos los demás. El orgullo de padre, a veces hace que incluso cuando se han dado cuenta que están equivocados, lo disimulen no vaya a ser que pierdan credibilidad.

El juicio empieza ahí, metiéndonos en los asuntos ajenos. Creyendo que sabemos algo que nadie más sabe, analizando, dividiendo, limitando.

Entonces, ¿Cuándo miremos el mundo no podemos catalogarlo? Claro que sí, es necesario para vivir la vida comprender bien quién es tu madre, tu profesor, tu jefe, tu médico, es necesario para vivir esta vida. Lo que digo es que esa persona, que encaja en ese espacio, o arquetipo que hemos construido, es muchas cosas más allá de esta forma limitada. Abre tus ojos y tu experiencia a la vida al completo, sin dar por sentado, sin buscar respuestas en los asuntos de otros, sin analizar ni juzgar lo que no conoces. Primero vive con aceptación, luego integra y aprende la enseñanza de la vida que te entrega tu experiencia con la otra persona, una experiencia que es sólo tuya, y nada dice de la otra persona.

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