¿Hacemos sentir mal a otras personas?
Cuando una persona no sabe gestionar su dolor, y tampoco sabe expresar asertivamente lo que le ocurre, es muy fácil que consciente o inconscientemente haga daño a otras personas al intentar expresar sus sentimientos.
La mente observa y analiza muchas experiencias a lo largo del día. Experiencias satisfactorias o insatisfactorias. Y la mente busca la forma de sacar hacia fuera su realidad. Con gestos, actitudes, miradas, palabras, acciones, la mente intenta proyectar todo aquello que vive.
Así funciona nuestra psique: intenta comunicar continuamente todo aquello que vive internamente, proyectarlo en otros, para entenderlo y verlo.
Todo tiene relación con la asertividad.
La persona asertiva tiene claro lo que siente y necesita y se encamina a ello sin dudarlo. La persona que no es asertiva no tiene claro sus sentimientos ni sus necesidades, proyecta sus carencias y dudas, sus temores y dolor, intentando ver en otros su propio sentir.
¿Pero que ocurre cuando sentimos algo y no sabemos qué es, o porqué lo sentimos, o simplemente no lo aceptamos o comprendemos?
Entonces es muy probable que nuestra actitud sea muy negativa, hacia otros y hacia nosotros mismos.
La mayor parte de las personas no creen dañar a los demás, es más, incluso consideran que hacen todo pensando en otros y olvidándose a sí mismas. La mayor parte de las personas no son conscientes de sus gestos, de sus palabras, ni de lo que generan con ellas. Pero de nada sirve cambiar los gestos y las actitudes, de nada sirve perfilar y arreglar el trato que tenemos con otros, cambiar nuestro tono de voz, o intentar tratar bien a otros, esto sólo camuflará la realidad. La única forma de comprender qué estamos entregando a otros, proyectando hacia otros, es observar y comprender lo que hay dentro de nosotros mismos, y expresarlo de una forma asertiva y clara, limpia y transparente.
La forma de expresar negativa podría ser pasiva o agresiva.
De una forma pasiva, puede tratarse de ignorar la realidad que acontece ante nosotros o que nosotros estamos viviendo. La persona niega su mal humor, niega su dolor, sus celos, su mala actitud. Justifica su sufrimiento y no actúa ante él. Esto genera mucho sufrimiento a su alrededor, ya que, inconscientemente, culpa y hace sentir culpables a los demás de su sufrimiento. Se siente víctima, se siente incapaz de actuar. Siente que nunca hace daño a otros, nunca haría nada malo ante los demás. Pero su expresión hace que su alrededor se sienta mal por su dolor. Las actitudes son de manipulación, negación, silencio, indiferencia, exclusión, rechazo, e incluso soberbia y superioridad al negar todos los conflictos que genera, o al tratar de “ayudar” al otro por un problema común entre ambos.
La forma agresiva es mucho más directa y clara. La persona directamente ataca, insulta, grita. Intenta actuar para resolver el conflicto, intenta resolver su mal sentimiento. Sabe que se siente mal e intenta resolverlo, pero no lo hace bien, pues genera más dolor a su alrededor. Hace daño, menosprecia, juzga, ataca. La persona es posible que no sea asertiva, o que intente ser clara al mostrar sus deseos, necesidades, pero que, al hacerlo, dañe a otros o les coaccione.
Las personas, cuando no reconocen lo que sienten, o no saben expresar y gestionar ese sentimiento, sin darse cuenta caerán en uno u otro problema, pues de una forma u otra, la mente buscará sacar hacia fuera lo que vive en su interior. Siempre proyectará de una forma u otra el mundo interno.
En estos casos, al no reconocer el dolor original, o al no saber gestionarlo, y proyectarlo sin buscar cambiarlo, nuestras relaciones se tornan dolorosas. La actitud y la expresión no busca lograr algo, sino generar algo en el otro.
En la conversación la persona tratará de hacer sentir algo en el otro: pena, compasión, dolor, sufrimiento… buscará que el otro sienta y experimente lo mismo que uno está experimentando. Entonces la conversación y la actitud no es constructiva, no sirve para resolver el sentimiento de dolor, sino sólo para mostrarlo, expresarlo y condicionar a otros.
Salimos de este tipo de vivencia y relación solamente cuando empezamos a comprender qué sentimos y que necesitamos. Lo expresamos sin atacar y sin segundas intenciones. No buscamos que el otro sienta algo en particular, ni que cambie algo en particular, sólo buscamos expresar nuestro sentimiento y nuestra necesidad.
Buscamos el equilibrio y respetamos la experiencia ajena, no la condicionamos. El objeto de la comunicación cambia porque la primera parte: observar y entender nuestro sentimiento, ya lo hicimos nosotros con nosotros mismos. Y la segunda parte: entender qué necesitamos sentir, también lo hicimos con nosotros mismos.
Nuestra comunicación, expresión, actitud hacia el otro, es mucho más equilibrada, transparente y limpia.
A partir de aquí, es mucho más fácil convivir en amor y respeto.
Algunas personas, cuando se encuentran con sus defectos de comunicación, ante una persona asertiva, se sienten dolidos. Ellos hacen lo que siempre hicieron: intentar que el otro sienta lo mismo que uno, o intentar que el otro sienta pena, dolor, empatía por ellos. No conocen su propio dolor, no conocen sus necesidades, e intentan cambiar al otro y dirigirlo hacia donde uno ya se siente, a fin de poder observar en el otro el propio sufrimiento. Entonces, ante una persona asertiva, que observa y comprende sus propias emociones, se sienten confundidas, dolidas, ignoradas, ya que sus tácticas no funcionan, su manipulación no funciona. Es posible que, hasta ese momento, ni si quiera se hubieran dado cuenta de sus actitudes tan negativas. Entonces, se frustran al comprender, no sus emociones conflictivas, si no cómo esas emociones conflictivas afectaban tan negativamente a sus relaciones.
Cuando una persona se acostumbra a vivir en relaciones de apego, manipulación, agresión… le cuesta comprender hasta que punto está implicada en ese tipo de actitudes. Suele creer que es el otro quien le genera el sufrimiento, o que son los demás quienes tienen mala actitud. Niega sus emociones conflictivas al creer que son originadas por otros, y cree que, si los otros no estuvieran, no tendría esas emociones, pero el dolor y los problemas en la convivencia se repiten e incluso se agravan.
Cuando esto ocurre, sólo queda desarrollar la asertividad, observar y entender el propio dolor, transformarlo y hablar de él. No hace falta condicionar a otros, generar pena, generar empatía, ni contar lo que uno vivió, sino expresar de una forma limpia y transparente el fruto de nuestra observación con el único objetivo de construir una emoción más sana y equilibrada.