Detrás de esa fría máscara de autocontrol, autodominio y responsabilidad en exceso, muchas veces encontramos un gran temor a ser libres. Una persona busca la perfección, el equilibrio, se compromete a diario consigo misma, se esfuerza sobremanera para ser perfecta hasta que un día logra ese punto donde aparentemente todo está bien. No hay necesidad de cambiar nada, de mover nada. Aunque lamentablemente sigue sintiéndose vacía en el fondo.
Es hermoso una búsqueda interior, escucharse a uno mismo, buscar el equilibrio, organizar la vida, tener claros los objetivos y estar con uno mismo. ¿Más en qué punto podríamos establecer la diferencia entre la búsqueda de ser mejores personas, más coherentes, honestas y comprometidas con la vida, y en qué punto estamos intentando tener el control de la vida y de nosotros mismos?
Una persona cierra la puerta de su casa, esconde sus pensamientos, miente y habla cuando no miran, comenta de otros aquello que no se atreve a decir a la cara, desconoce lo que otros sienten, desconoce a sus vecinos y ni si quiera se acerca a ellos salvo lo indispensable con un supuesto respeto condicionado por cordialidad. Controla y juzga cuando se inmiscuye en los asuntos ajenos. Evita romper las relaciones obsoletas, evita crear nuevas relaciones, controla la agenda, la cartera, y sobre todo, controla que no se ponga en peligro el equilibrio de la vida que llama bienestar.
Miedo
La palabra maestra, la coraza perfecta.
Existe el miedo, y cuando el miedo se alimentó, cuando se construyó la vida al rededor del temor, uno ya ni si quiera se abre a la vida por temor a cambiar y ser libre. El miedo nos hace esclavos. Y como cualquier hábito negativo, exige alimento: control, apego, exclusión, difamación, manías y soledad.
¿Qué le pasaría a esa persona si dejara de tener el control?
La inseguridad de saber que el destino es más poderoso que nuestro ego. La inseguridad de saber que queremos controlarlo todo porque tememos darnos cuenta que no controlamos nada en absoluto.
El miedo es un extraño amigo con quienes muchos conviven y alimentan con puertas blindadas, cerrojos, multitud de llaves y defensas a su corazón. Y el día que se muestran frágiles, rápidamente se transforma la vulnerabilidad en autonocimiento, seguridad, y autocontrol.
Entonces el miedo crece y la persona busca controlar, ya no sólo su intimidad, su mediocridad, sino también a todos los que le rodean. A veces conociéndolos, a veces regalando de más para generar deudas emocionales, a veces aconsejando, a veces mendigando cariño cuando peligra la relación.
El control es una forma curiosa del temor. Más detrás del control sólo hay miedo.
Una persona así encontrará frialdad y miedo en los demás rápidamente. Enseguida descubrirá como los demás le tienen miedo. Como se defienden, como se aferran a su dolor, a su dinero o a su vida para no soltarla por miedo a perder algo de sí mismos. Más sólo ve un reflejo inexacto y vacío de sí mismo. No ve más que la superficie.
Los codos levantados, los brazos cruzados, la confrontación justo ante cada situación de vulnerabilidad. El recordar los puntos débiles del otro, el jactarse de sus logros, el mostrar sus errores mientras sepa que ya los tiene bajo control. El ir pronto a casa, el no charlar, el no vagabundear, el sólo saber hablar con el desconocido con una máscara de hipocresía temporal.
El temor de ser observado, de ser escuchado, de ser amado. El temor que busca fabricar una coraza cuanto más grande mejor.
Entonces vienen consejos banales de aquella persona que por su temor controló todo en su vida, incluido la cantidad de hijos que tiene, en qué momento los tubo, el dinero que gana, el trabajo que tiene, la pareja que mantiene, las visitas a la familia de cortesía y las palabras exactas de cordialidad en el descansillo de la escalera: tienes que abrirte para que haya un cambio; mientras continúes actuando así tu vida seguirá sin cambiar; hay mucha inestabilidad en tu vida; tu cuerpo tiene dolor porque no lo escuchas; estas soltero porque tienes miedo de compartir; necesitas comprometerte; tu temor no te permite comprometerte, y etc. etc. etc.
Hay temor en sus consejos, temor en su mirada, temor en la vida del controlador. Y tal vez consejos valiosos más surgidos de un gran escudo protector.
Vamos a desplazarnos ligeramente a ese lugar donde no podemos controlar nada, y desde ahí mira, desde ahí observa, escucha y silencia tu mente. Observa ese lugar donde no hay control. Y no pienses que rápidamente puedes regresar a tu casa, donde controlas todo. Ni que rápidamente podrás mirar tu teléfono para escapar del barullo. Ve a ese lugar sin pedir permiso a nadie. Regresas a ese punto donde no hay posibilidad de controlar nada y desde ahí, si logras llegar, ríndete. Ríndete pues la vida es mucho más fuerte que tu orgullo. Y desde ahí, mira, observa, analiza, escucha, siente, ama.
El lugar donde no hay control y por tanto el único lugar desde el cual podemos crear algo nuevo. Y esa persona, insegura, dubitativa, perdida muchas veces, con la agenda en blanco, con la vida en descontrol, desordenada, solitaria y amante de las personas…, a esa persona, admírala, pues esa sí está apunto de lograr un cambio.
Si siempre hacemos lo mismo, siempre lograremos lo mismo. No habrá cambio alguno. Si siempre continuamente damos los mismos pasos, con las mismas posturas, de la misma manera, no habrá posibilidad de transformación. Sólo quien hace algo diferente logrará resultados diferentes.
El temor no permitirá que haya cambio alguno. El temor agarra, oprime, alimenta incluso aquello que nos hace daño. El temor no es un aliado del amor, ni del equilibrio emocional, sólo es un aliado del control.
El temor saludable nos avisará de un peligro para proteger nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestra familia. El temor amigo nos ayudará a proteger. Porque el temor agarra, protege, sostiene.
Más cuando una persona quiere avanzar, superar, liberar, transformar, toca abrirse y soltar el control, soltar el temor. Rendirse y abrirse a las posibilidades infinitas totalmente descontroladas que la vida nos ofrece, las cuales bajo ningún concepto son predecibles ni controlables.
Podemos excusarnos en la soledad, en el temor a que nos hagan daño, en los compromisos tomados, en la falta de fe en uno mismo, más continúa siendo temor el cual busca ser escuchado.