Abrir el corazón

¿Abro el corazón porque confío? ¿Qué filtro es ese? Qué limitación tan grande. ¿Si no confío, no abro el corazón? Es difícil responder.

Las personas pensamos que, si abrimos el corazón y nos hacen daño, sufriremos. Pero tal vez sufrimos mucho, mucho más cuando no abrimos el corazón. Abrir el corazón es enfrentarse a las cosas difíciles con amor, con el entendimiento sagrado del corazón.

Confiar es la mente. El corazón va ciego, sin pensar. Se expande en amor, y su autoridad gobierna la vida.

El amor no es sacrificio, no es dar y dar hasta que no queda nada de uno. Amar es unir, equilibrar la balanza, ver y sentir. Amar es vivir. Amar es compartir y armonizar. Pero amar no es temer. No es separarse, no es ignorar y, mucho menos, no es temer.

Entonces, la primera parte de la vida es amar. Abrir el corazón incluso en los momentos difíciles, incluso cuando hay temor, incluso ante las personas que temes o que ya sabes que te harán sufrir. Amar es también eso. Lanzarse a ese valle de dolor, donde la batalla no cesa, y confiar en la única cosa que conoces: tu valiente corazón. ¿Vas temeroso? No, porque sabes que cuando la batalla cese, tu corazón continuará estando intacto. Tu orgullo no, tu orgullo será golpeado una y otra vez.

Muchas personas hablan del dolor del alma, y les aflige únicamente su ego; Saber diferenciar esto es crucial para sanar las heridas del alma.

Partimos de que, antes, en el pasado, algún día cerraste el corazón a algo, tal vez a lo nuevo, tal vez a alguien que te dañó, tal vez a todas las personas del sexo opuesto, o tal vez a tus propios padres. Tal vez cerraste el corazón a lo eterno. Lo cerraste porque te sentías solo, abandonado, y no encontrabas forma de entender por qué estabas así. La herida de separación es profunda y cuesta comprender por qué es necesaria en la vida, pero sin esa herida, la vida misma no existiría como tal. En todos los lugares, en todos los tiempos, es necesaria la ilusión, la apariencia de una separación, una dualidad que permite que la vida se dé. No es doloroso, aunque a veces, por momentos, puede parecer que uno no es nada, o que está perdido, que el tiempo y el espacio son un abismo que nos separa de todo lo que nos rodea, de todo lo que es.

Si es así, si tu herida fue la separación, entonces ama en el presente. Ama la respiración. Siente las palmas de las manos mientras respiras. Siente la espalda mientras respiras. Siente las piernas, el pecho, el abdomen, siente el cuello, siente toda la cabeza, siente todo tu cuerpo mientras respiras. Recuerda en la inhalación, retención, exhalación, retención… estás en ti. Ahora mismo estás en ti. Si tu herida es la de separación, por un instante vive el momento presente donde todas las cosas se dan. Fíjate en cuántas cosas no eres capaz de percibir. Es probable que mientras sientes la mano derecha, pierdas ligeramente la atención de la mano izquierda. Es posible que, mientras notas el aire en el rostro, pierdas la atención de otras cosas que parecen no estar, como tu familia, tu trabajo, tu pasado.

Observa y amplía la conciencia del momento presente, un día y otro. Un momento y otro. Si tu herida es la separación, perdona todo aquello que no ves, que no comprendes, que no está. Perdona la parte de ti que hizo daño, que no sientes ni ves, porque ya pasó. Perdona la parte de ti que sufrió, a la que hicieron daño, porque no la ves, no la sientes. Ahora mismo, mientras respiras, no está. Y luego piensa: ¿por qué no está? Existe, claro que existe. Existe cada una de las batallas que has vivido, cada aspecto de ti, pero parece que no están. Igual que existe todo el amor que has sentido en tu vida, y parece que no está. No lo ves, no lo sientes ahora mismo. Parece que no está. Tu conciencia es limitada. Debe ser así, para que ames desde esta dualidad, para que vivas esta experiencia.
El temor a estar solo, separado, la sensación de dolor que surge por la separación, es necesaria, pero no definitiva. Comprende cómo funciona, pero no te sientas atrapado en ese dolor que se genera. Amplía tu conciencia comprendiendo que eres mucho más. Eres todo cuanto has sentido, vivido, experimentado. Y eres todo lo que otros han sentido, vivido, experimentado…

No temas el dolor, porque todo es una apariencia para tener la oportunidad de vivir la vida.

En este punto, muchas personas desean no vivir, desean no sentir dolor. Preferirían otra cosa. O temen que otros se vayan, temen que la vida termine o que la vida de sus seres queridos se acabe. A veces, el dolor, el motivo por el que uno se ha cerrado a la experiencia del amor, es el temor a la muerte, propia o de quienes le rodean. Tal vez el temor a la pérdida. Temor a que perdamos algo, a amar y que deje de estar. Entonces aparece una grieta. Se transforma en control, manipulación, obsesión, angustia. El temor a perder, a perdernos, a que algo se vaya para siempre, se transforma en ansiedad. El apego se manifiesta cuando uno cierra el corazón por temor a perder. Deja de amar y empieza a controlar, invade con su presencia, con su mente, manipula, coacciona, dirige y miente, porque teme que el otro no esté. Lo justifica con el temor a que el otro sufra, con el temor al sufrimiento, pero tras esa cortina fina, se encuentra el temor a la muerte. Pero la vida continúa. Tal vez uno no quiera creerlo, pero continúa. Las cosas no se apagan, se transforman.

Desde la materia, solo podemos ver la materia y sus cambios. Podemos ver cómo una planta nace, fresca y hermosa, cómo lucha por crecer y avanza superando los primeros obstáculos: tierra, piedras, frío, calor, agua… Y crece, y crece. Y cuando está lista, entonces madura. La planta madura y es hermosa, en pleno crecimiento. Florece y da frutos. Luego llega el otoño de la planta, toca el cielo, toca otras plantas, alberga otros seres vivos… Y empieza a dar sombra. Durante años se mantiene firme, segura de sí. Y llega un día en que el árbol, anciano, empieza a quebrarse y poco a poco se va despidiendo. Ya no tiene la misma fortaleza, se detiene en su crecimiento y se empieza a quebrar. No se quiebran sus hojas, ni su savia, sino su corteza, su tronco, sus huesos. Y un día el árbol cae. Ha dejado muchas ramas, hijos. Incluso a veces parece que nunca muere, pero sí: muere.

¿Y su alma? Ya no podremos tumbarnos a su sombra, no podremos comer sus frutos, no podremos disfrutar de su aroma. Cuando pasemos por ese lugar, ya no estará aquel majestuoso árbol. ¿Sirve de algo que haya vivido? ¿Ha servido de algo que exista si el futuro es morir? Morir es algo perfecto, pues da cabida a otras cosas. Cuando el anciano árbol se va, termina sus días alegre, porque sus hijos podrán avanzar. Sus creaciones podrán expandirse.

Todo aquello que uno ha soñado, sentido, amado, imaginado, creado, está debajo nuestro, no puede crecer. Como los patitos que siguen a la mamá pato, no pueden volar, pero un día la mamá pato se aparta, o ellos se apartan, dejan de estar a su sombra y vuelan. Cuando el árbol muere, deja de dar sombra, y sus hijos crecen, crecen más altos, más lejos, con una tierra firme y fértil gracias a los húmedos pasadizos que las raíces de su padre dejaron.

Llega la muerte, alguien se va, se pierde un trabajo, y la sombra desaparece, y uno puede volar, crecer, expandirse. Aquello que nos cubría del sol, lo que tanto amábamos, se aparta para que podamos ver la luz del sol, y así crecer ilimitadamente. Y un día, nosotros nos iremos, y dejaremos de dar sombra, y permitiremos que otros crezcan.

Temer la muerte propia, o la muerte de un ser querido, temer que una relación acabe, que algo desaparezca, es temer al propio crecimiento, a la propia transformación. Cuando acaba una cosecha, el granjero arranca la planta vieja y replanta. No deja ahí la planta vieja, la quita para dar paso a otra etapa. A veces es doloroso, pero es así. A veces, algo se aparta muy pronto, antes de dar sombra. A veces algo termina cuando está comenzando. No supera la etapa de desarrollo, o no llega a crear nada. Y desaparece, se va. Pero igual, es esencial comprender que se ha ido para dar paso a otras cosas.

El «barreño» de la vida, la cazuela en la que todas las almas, cosas, materia se manifiestan por igual, no es infinita. No puedes poner en una maceta todas las plantas del mundo, no puedes comer todas las comidas del mundo en un solo plato, no puedes abrazar a todas las personas del mundo en un solo abrazo. La materia tiene esa limitación. Por eso es esencial que algo se vaya y dé paso a otra manifestación.

¿Y el alma? Eso pregunté antes. El alma sigue ahí. Porque el alma, de alguna forma, vive en ese lugar que todos intuyen que existe, donde no hay tiempo ni espacio. Donde mañana y hoy, ayer y ahora, son uno solo. Donde tú, yo y todos estamos entrelazados. Donde no somos y somos, donde no escuchamos, no hablamos, no olemos, pero también somos, escuchamos, hablamos, vemos, olemos, tocamos y experimentamos plenamente.

Cuánto se puede decir. Qué dolorosa es la cultura de los ateos. Pues, si Dios existe, ¿estará en algún lugar? Los primeros ateos son aquellos religiosos que impusieron las leyes del hombre como si fueran de una fuerza invisible y poderosa que arrasaría la humanidad si no les obedecían. Esos hombres sí son peligrosos. Pero por ahora, si existe Dios, si no existe… ¿qué significará esa palabra que tanto temor genera? Lo que existe es la inteligencia, y llegado este punto de la ciencia, de la filosofía, de la historia, no queda otra que admitir que la naturaleza muestra claros signos de excelencia. La naturaleza no solo es inteligente, sino que es excelente en su acción.

Observando la naturaleza, uno puede darse cuenta de que, mire hacia donde mire, hay algo inteligente, mucho más inteligente que la mente humana, mucho más inteligente que todo cuanto conocemos. Observando la vida, y observando la materia, y observando la energía, todo cuanto nos rodea, hay inteligencia. Pues podríamos, por un momento, confiar en esa inteligencia. La inteligencia de nuestro cuerpo, cuando se ha desarrollado, del latido de nuestro corazón, de las neuronas, las cicatrices, la inteligencia de nuestro pelo, de nuestros ojos, de nuestras manos perfectas. La creación humana es perfecta. No sé si creer que «alguien» la hizo, y tampoco soy quien para pensar lo que estaría haciendo quien la creó. Pero la naturaleza crea constantemente de manera perfecta.

Si uno coge plastilina y empieza a crear formas, sería imposible que llegara a la perfección de la célula, de la materia, de la vida que nos rodea. Crearía formas, sí, pero la mayoría serían amorfas. Y en ese punto, hay algo natural y perfecto, incluso matemático, que permite que la materia se transforme continuamente. Y en esa transformación, está la separación.

Observar la transformación es observar la maravilla de la vida.

Es tan hermoso un nacimiento como la muerte. Es tan maravilloso algo que llega a tu vida, como algo que se va.

No abrir el corazón, no vivir, por temor a que las cosas vayan a acabar, es ser un necio. Porque las despedidas son tan acertadas y hermosas como los comienzos. Las despedidas son instantes de pleno amor y gratitud, donde las cosas se cierran, se finalizan para dar paso a otras nuevas. ¿Y el alma? El alma, lo que hemos amado, la historia vivida, la experiencia, sigue viva impregnando todo cuanto vayamos a vivir en el futuro.

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