Cada gota de agua tiene un recorrido exacto para llegar al universo. Hablamos de que todas las gotas llegan al mar, más todas, también, llegan a fundirse en el vacío. ¿Qué es una gota de agua? ¿dónde está? ¿qué define la cantidad de agua que hay en cada gota? ¿Por qué siempre te comparas con ella? ¿Y si tu eres el cielo que da cabida a la gota de agua, y no la gota de agua en sí?
Hablamos de cosas que no se pueden definir en formas concretas. Y ahí está el problema. Muchas veces sacamos conclusiones de cosas que no pueden ser definidas. Entonces uno podrá decir que el color es anaranjado, otro que es azul, otro que es violáceo, otro que no tiene color; y todos tienen razón. Es un problema porque no se puede definir de lo que se que habla. Y está bien así.
Muchos sabios discuten por la forma exacta de Dios. Muchos sabios discuten y se dividen en escuelas, ramas de la sabiduría, conocimientos incompletos e inexactos de la vida, porque están viendo tan solo una porción incompleta de la totalidad. Porque la totalidad no puede ser descrita, ni descubierta, no se puede desnudar aquello que ya está desnudo, ni se puede señalar aquello que está en el dedo que señala y en la fuente a la vez. El infinito no se puede tocar; no se puede unir, no se puede romper, ni dividir, ni se puede soltar aquello que nunca fue agarrado.
La fuente, tal cual se presenta, tan solo es un nacer constante de energía, sin límites. Qué importa hacia donde vaya esa agua, a qué sepa, sabrá diferente en cada momento de la vida.
Yo no tengo nada, entonces puedo beber agua de esa fuente. Mi mente está vacía y por eso puede beber agua de esa fuente. Mi cuerpo no tiene forma entonces puedo convertirme en esa fuente. No tengo prisa, entonces me dejo transformar a mi ritmo, a mi tiempo, por esa fuente. La humildad son mis pies descalzos bañándose en la fuente de todo conocimiento. Mi mente pura, limpia, es el espejo que permite que se refleje todo lo que en esa fuente surge. Como agua transparente y tranquila, mi mente refleja el universo. Y cuando mi mente está agitada, ni se lo que es la fuente, ni se lo que es el agua, ni puedo dibujar un ápice del universo; tan solo manchas, al igual que el agua empañada sobre un cristal. No hay forma de saber cuando una mente está turbia desde fuera, porque la mente nunca es la fuente del universo, tan solo el cristal que genera un reflejo, pero si podemos comprender si la mente será un buen o mal espejo del universo.
Cuando la mente está muy agitada, como las olas del mar, no permitirá que el reflejo sea exacto ¿verdad que no? Entonces lo que refleje será sucio, sin forma, amorfo. Entonces no habrá comprensión sincera del interior. Cuando nuestra mente se muestra así se dice que tenemos muchas cosas en la cabeza, tenemos un problema de atención. No podemos grabar nada de lo que Dios nos dice, no podemos entenderlo, escucharlo, no puede aparecer reflejado en nosotros. Entonces tenemos que hacer lo imposible por cambiar nuestras aguas.
Cuando la mente está agitada uno se siente confundido por todo lo que le rodea. No puede comprender realmente nada, pero sí se siente agitado, y esa agitación tal vez le guste. Tal vez le guste el movimiento y se quede ahí detenido. Refleja colores, formas sin forma, luces, y se siente completo porque refleja algo. Y mañana vuelve a repetir el mismo ejercicio, la misma meditación, con el mismo esfuerzo, reflejando nuevamente colores, formas sin forma, luces, y creyendo que tiene en su mente una imagen grabada exacta del universo que repite sin más en medio de la agitación de sus aguas. Mas la mente solo es un espejo. No hay imagen grabada en ella, porque está agitada, está turbia. No puede mostrarse el infinito con fidelidad en ella. Falta atención. Entonces descansamos, nos apoyamos en lo que ya conocemos. Nos tranquilizamos.
Algunas personas es bueno que dejen su trabajo espiritual unos días, que dejen de pensar como piensan, para tranquilizar las aguas de su mente, para no pensar tanto, para permitir que la luz del universo realmente se refleje en las aguas de su mente. Y que no esperar que esa luz, mágicamente, calme la mente, sino calmar la mente a fin de que la luz pueda reflejarse con fidelidad.
Nos podemos enfocar en la respiración, que es fácil. Es fácil respirar y permitir que los pensamientos vengan y vayan y observarlos venir e ir. Es fácil observar la emoción venir e ir. Y que nosotros somos lo que ocurre cuando no está el pensamiento, lo que acoge todo eso que viene y va. Comprendiendo que lo que hacemos es calmar la mente para que ninguna agitación transforme la imagen fiel de la divinidad que queremos recibir. Más sabemos que no podemos recibir ninguna imagen de la divinidad, mucho menos fiel, porque la esencia no tiene forma, el universo no tiene forma concreta, más nuestra mente actuará como un recipiente sereno, calmo, tranquilo, que permitirá que la luz del infinito sea reflejada. Y para eso hay que trabajar la atención.
Qué importa de dónde viene la agitación. Tal vez venga de la imagen precisa, el tiempo, el horario, la rutina, las tragedias, las imágenes del pasado, de la familia, lo que creemos y lo que no creemos, lo que continuamente pensamos y pensamos, o que venga de aquello que observamos sin trascendencia alguna: de las faltas del otro, el ingenio, la duda, todo agita la mente. No importa de donde venga la agitación. Tal vez venga del dolor como del placer y la necesidad de sentirlo. De los deseos, del temor. No importa de dónde. Importa que la mente está agitada, y entonces la calmamos.
Aprendemos a calmarla dando su espacio al mismo trabajo de calmarla. A veces la habremos calmado unos instantes y ocurre algo realmente conmovedor, nuestro corazón se llena de fuego intenso, la fuente se ve reflejada unos instantes en nosotros. Y con ese reflejo nos llenamos de gracia, de vida. Y ya está. La persona rápidamente confunde este instante con un despertar y abandona la práctica que le llevo a ese estado. Ya lo consiguió. Ahora puede enfocarse en otra cosa. Más en ese instante hay que trabajar un más la calma mental, para que no sea una trampa en la vida creer que ya hemos logrado algo cuando nunca tendremos nada.
Las manos vacías pueden llenarse de agua, más las manos llenas es imposible.
A veces el agua se escurre rápidamente por entre las grietas de la mente. No importa lo que digamos, lo que pensemos, lo que sintamos, nada es contenido en ella. No podemos resolver lo que ocurre en nuestra mente, solo miramos hacia fuera ¿Qué tipo de mensaje estamos recibiendo? ¿De dónde viene? Lo juzgamos, lo analizamos, o tal vez nada dice de nuestro interior. Creemos que es algo ajeno. Nos llenamos con nada y no nos llenamos con nada.
Ocurre que es un misterio recibir así. Es un misterio lograr atención cuando realmente nuestra mente ya está atenta a todo lo que ya contiene. Hay un grabado en ella, un grabado fiel. El agua en nuestra mente está dibujando una forma concreta. Nada puede ser reflejado en ella. Y cuando lo que vemos aparece casi reflejado en el interior, enseguida repetimos aquella forma que ya conocíamos sin poder avanzar. Sería igual que cuando la fuente tiene una forma muy bonita, un dibujo bonito, o los árboles son reflejados en el agua de nuestra mente. Realmente el reflejo es casi idéntico. La mente está calmada, escuchamos, recibimos, más nada de lo que de fuera nos inquieta. Es como un bálsamo recibir un mensaje más ese mensaje es parcial. No hay una imagen divina en la mente, porque nuestra mente ya tiene una imagen de Dios. Y es un error. No puede haber ninguna. Nuestra mente rápidamente, en esa aparente calma, se tranquiliza y busca una forma determinada, a fin de que nada sea mostrado. Igual que cuando una charca de agua está repleta de hojas. No se puede grabar encima ninguna imagen del cielo. O igual que si muchos niños juegan en el agua, sus chapoteos, sus risas. La inquietud de los niños es hermosa, sí, es brillante, más no permiten que el cielo se refleje sobre las aguas. Llega la noche y cuando vuelve a estar tranquila la charla, las estrellas se ven reflejadas con calma sobre toda la charca, más el agua continúa recordando a los niños que chapoteaban, y mantiene esa imagen en su interior, y el universo entero queda suspendido, no puede ser contenido en un reflejo que recuerda el pasado. Un exceso de pasado o de futuro no permite que el cielo se refleje en tu mente. Una carga de algo que viviste, sea bueno o malo, no permite recibir algo nuevo. Está tu mente llena, no está vacía. Todo lo que llegue, por mucho que intente llegar a uno, no puede. Porque el agua de tu mente está llena. Tan llena que el agua se escurre. No hay sabiduría, sino repetición de patrones. No hay seguridad en lo que se hace, sino seguridad en lo que ya se hizo, o lo que hicieron otros. No hay trascendencia porque el pasado aun pesa sobre uno.
Entonces toca aprender a limpiar y liberar todo constantemente. Toca aprender a liberarnos de lo aprendido, como si fuera chatarra, como si no hubiera pasado. Esa pequeña fuente, humilde y caprichosa que brilla en lo alto de la montaña con un agua pura y transparente, un día, en la noche más larga, logró calmar sus aguas hasta el punto que el infinito más lejano se vio reflejado en su interior. Entonces la fuente se lleno de dicha y confió en ese dibujo, confió en esa luz. Y es perfecto. Y en ese preciso momento dejó grabada la imagen en su interior. Dicen que sus aguas se hicieron sanadoras, puras, como las lágrimas de una virgen. Y miles de personas recorren cientos de kilómetros para beber agua de esa fuente maravillosa. Más la fuente ya perdió todos sus poderes, ya perdió el reflejo exacto del universo, pues eso ya pasó hace mucho tiempo, y ahora, hoy, es incapaz de actuar con total trasparencia, pues gasta demasiada energía en reflejar aquello que ocurrió hace miles de años. El agua ya no es sanadora, ya no es un manantial puro. Es un recuerdo, un recuerdo exacto y fiel de lo que fue. La gente que bebe en esa fuente no sabe que es el recuerdo lo que beben, y no saben que es su propia fe en Dios lo que les sana. Así una mente que en un pasado reflejó exactamente la divinidad, nada más reflejará sin continúa intentando reflejar lo que ya fue, si una y otra vez intenta reflejar aquello que aconteció una noche oscura en su interior. Tal vez las mismas personas que acuden y reclaman el reflejo de lo que fue impiden que refleje algo nuevo, tal vez la intención del manantial de ser fiel a quienes beben de su agua y no a la fuente que le ilumina, enturbia sus aguas. Ya no importa.
La mente caprichosa recreará fielmente aquello que ya sintió. Y es humilde y sencilla, es calma y tranquila, más no logra vencer el deseo de agarrar un estado que no se puede agarrar. Entonces su agua no es transparente completamente, por mucho que parezca que sí. La esencia de universo, la divinidad, el universo, el infinito, el gran espíritu es siempre cambiante. Y lo que hoy ha sido no se repetirá más. No volverá a ocurrir. Imitar aquello que ocurrió hoy de nada sirve pues cada instante es único. Por eso aquellas aguas que reflejan sólo lo que ocurrió hace siglos, nos pueden ayudar a calmar la sed de hace siglos, más no la sed nueva, de vida, de plenitud, de totalidad.
Unas veces la mente está sucia y ensucia todo lo que se refleja en ella. En algunos casos la fuente del conocimiento intenta reflejarse sobre nuestra mente, más nuestra mente está llena de suciedad, de venenos, de pasado envenenado. Juicios, dolor, mentiras, hipocresías. Tal vez arrogancia, vanidad. Nuestra mente no logra reflejar nada porque está empañada de egoísmo. Entonces da igual que imagen se quiera reflejar dentro, da igual cómo de tranquila esten las aguas de nuestra mente, da lo mismo si realmente la mente estaba libre de todo pasado y futuro, de todo rencor y avaricia. Da lo mismo porque nuestra mente está envenenada. Continuamente juzgará, ensuciará y enturbiará la realidad infinita que se refleja en su interior. No es bonita. La mente no es hermosa, es sucia y ensucia. Cuando una persona así mira el universo, lo analiza, lo juzga, lo atrapa y lo divide, lo piensa y lo compara, lo mancha, lo pinta, lo ensucia con su propia suciedad. Tal vez tenga veneno de “mi madre no me quiso” o tenga veneno de “no tengo trabajo” o tenga veneno de “no me gusto”, tal vez sea un veneno de “eso no es así exactamente”, da igual que veneno sea, todo aquello que se refleja en su mente se ve enturbiado por ese veneno. Enseguida ve algo y dice: “eso es como me ocurre a mí”, o “de la misma forma que me ocurrió a mí”. Que importa, ya no se puede reflejar nada, pues nada ve, su mente actúa envenenando todo. Y no queda otra que vaciar la mente y empezar de cero. Es posible incluso que refleje todos los problemas anteriores de escucha profunda. Tal vez, por tener un veneno, la mente adquiera todas las formas y defectos rápidamente, se enturbie, se quede agarrada, ensucie… entonces está sucia, sucia de vanidad, de miseria, sucia de egocentrismo. No es capaz de ser un reflejo exacto de la luz divina. Y no importa lo que de ella surja. Rápidamente creerá que es una fuente propia con luz propia, rápidamente menospreciará todas las fuentes, y sobre todo, intentará que las demás fuentes se sientan inundadas con su veneno, o con su supuesta sabiduría. Porque su veneno intentará corromper todo lo que le rodea, pues así actúa el veneno, quiere avanzar, desea impregnarlo todo. Quiere llegar a todos los rincones. Y nuestra mente es igual que el agua, se empaña de todo y por todos lados. No puedes echar tintura azul en un vaso de agua y esperar que sólo se empañe una parte del agua, la tintura azul lo manchará todo, lo enturbiará todo. Y cada vez que esa agua se vierta sobre otras aguas, las manchará igualmente. No importa lo hermoso que refleje el universo, será impregnado con el azul, no será el universo, será un reflejo inexacto, impreciso, sucio del infinito. Y no se puede manchar una sola parte, a veces no queda nada en la mente que pueda ser salvado y hay que empezar de cero. Desde la nada, desde el vacío de la mente. A veces es preciso empezar de cero porque la mente ya está empañándolo todo. No hay nada que hacer. Y un maestro, un profesor con la mente turbia y sucia, ensuciará a todos a quienes enseña con su veneno, envenenando con sus juicios, con su ego, con su vanidad, con su ignorancia.
Entonces no queda otra, vaciar, vaciar, vaciar, un día y otro y otro. Y no creer que la mente es algo que hay que salvar, la mente es agua, no hay nada en ella, tan solo lo que refleja, y si todo lo que refleja está sucio y se ensucia rápidamente, hay que vaciar las creencias, las formas, los valores, todo, hay que vaciar, y así la mente pueda quedar libre de todo residuo. De nada sirve vaciarla parcialmente, tiene que ser entera, y esto es muy importante. Incluso es bueno de vez en cuando hacer un vaciado porque los humanos solemos enturbiar con mucha facilidad la mente y no nos damos cuenta de ello, entonces la vaciamos y ahí está llena de nuevo de un agua limpia, celestial, pura, capaz de reflejar nuevamente el infinito con pureza. Retornamos nuestra mente a un estado similar a un niño inocente, auténtico, con una sonrisa completa; entonces no hay veneno, no hay nostalgia, no hay ira. Muchas veces una persona intenta creer que su mente es limpia, imita las formas de una persona que tenga una mente limpia, cree que su risa es como la de un niño, pero no es así, se siente la falta de alegría en sus ojos, se siente que no son una mirada limpia, su mente no está limpia, su mente está envenenada, puede que del pasado, puede que de residuos de algo que desea, o una frustración, o un dolor, o un temor, está sucia. Tal vez crea que su mente está limpia, y que realmente su risa, su amor, su transparencia es pura, más no es así, hay arrogancia. Entonces hay que vaciar. Porque ese veneno, ese veneno que esconde el autoengaño, lo acabará enturbiando todo, y pronto no habrá nada que hacer.
Una mente llena de alegría, de pureza, de amor, de bendición, de sabiduría, no existe. Existe una mente limpia, que permite que el corazón infinito del universo se refleje con alegría, pureza, amor, bendición, sabiduría. No existe una mente totalmente amorosa y sabia, ni un corazón así, existe un reflejo inmaculado y puro de la esencia del universo. Comprender esto es la base para poder iniciar un trabajo espiritual.
Aquella persona que intenta con avaricia llenar su mente con conocimientos, con capacidades, con los dones del universo, con la felicidad y la alegría del universo, no llenará de nada su mente, pues la mente, en todo momento, es la respuesta a lo que ya existe en el infinito.
Tal vez haya mentes más rápidas, más agiles para desarrollar una u otra imagen del universo, más no quedarse apegadas a ellas, trae felicidad y expansión.