Vivir en armonía con los propios ciclos nos ayudará a poder escuchar y observar los ciclos universales, y más aún, a vivir en armonía con ellos. De nada sirve cargar el peso de la vida en la propia espalda, superara los desafíos de la vida, experimentar la vida, si no sabemos “encajar” aquello que somos con el Todo.
Los antiguos aztecas dibujaban ahí una gran serpiente que se conduce por el espacio, no se trata de una forma animal para designar una divinidad, ni una forma de consciencia más, sino un fluir, un abrir camino de la energía que fluye como una gran marea por el espacio infinito energético. Todo cuanto ves se comunica de una forma sagrada abriéndose paso entre las cien mil conexiones de los cien mil espacios de los millones de aspectos de los infinitos rostros del corazón en forma de una alargada serpiente que recuerda a un tobogán donde la energía colapsa en una experiencia luminosa y sonora a la que podemos observar con forma de espiral, o mandala, que expansiva o contractivamente se mueve ilimitadamente hasta su disolución inicial una y otra vez.
Pudiéramos pensar que estamos solos, que un humano camina y observa la vida sólo, luego cuando avanzamos y profundizamos podemos observar las conexiones con el alrededor, y ya son algo, ya hay interdependencia, aparece algo que surge al principio como un descubrimiento pero más tarde como una verdad profunda que es la impermanencia de la gran conexión entre todas las cosas, pero luego, al profundizar en este movimiento, podemos hallar verdadera armonía, comunicación universal lo llamé en otros artículos, incluso compasión divina, pero no es más que el fluir del paso de la luz manifiesta desde la voz profunda y conmovedora del silencio hasta la atronadora forma concreta.
Aprender a observar esas líneas, esos impulsos universales, aprender a escuchar esa sagrada sinfonía estelar, tan sólo consiste en escuchar los propios pulsos, las propias formas.
Algunos al escuchar, lamentablemente nos quedamos atrapados en los dolores, otros observamos con sorpresa la parte que fuerte se levanta ante el conflicto, y al dejar de intentar ser algo y simplemente caminar dejándonos arrastrar por la corriente sutil del paso de la vida y el sentir, entonces podemos escuchar una corriente mucho más trascendental e inmensa.
Todo cuanto vemos y sentimos es parte de algún ciclo. Respiramos, inhalamos y exhalamos materia en estado gaseoso, pero también energía, vida, y podemos observar en eso un ciclo. Igual hay un ciclo en la alimentación, hay un ciclo en el desarrollo de un árbol, hay un ciclo en la propia vida. Son pequeños ciclos que podemos comprender y dentro hay muchos más ciclos, y todos ellos están gobernados por fuerzas superiores.
El sabio vive acorde a estos ciclos, sin luchar contra ellos. Una persona que practica la inteligencia, no intenta hacer cosas que no correspondan a su tiempo, por ejemplo: comerá cuando tiene hambre su cuerpo, dormirá cuando su cuerpo está cansado. Una persona que practica la ignorancia, tenderá a ir en contra de estos ciclos alimentando su dolor o sus trastornos.
Aprender a vivir con estos ciclos es aprender a vivir con tranquilidad y amor propio, con respeto, con dignidad.
Aprender a meditar es aprender a escuchar los ciclos más profundos de la mente despierta que todo lo abarca y descansar silenciosamente en la luz.
El paso a través de la vida como un camino interno que se generó mucho antes de que naciéramos con la experiencia de nuestros antepasados, quienes nos dejaron sus huellas para poder seguirlas, es al caminar consciente y seguro, pisando la huella del tigre. El hexagrama 10 del I Ching.
El hexagrama 10 del I Ching nos ayuda a comprender la forma, el método de avanzar por este camino que no es nuestro, que se trata del camino que dejaron las huellas de nuestros ancestros. Parece algo sencillo, las personas, aparentemente y de una forma tranquila y sin prisa, van ahondando en una corriente que, aunque el necio crea que puede realizar a su antojo, este hexagrama, este movimiento de la naturaleza, nos ayuda a comprender nuestra pequeñez, uno está pisando la cola del tigre, quien pisa es pequeño, es la hija menor, el lago, que se abre paso por la vida atravesando el infinito Cielo, el padre.
Queramos o no, tenemos que conducirnos por ese camino, es una fuerza mayor. Incluso cuando aparentemente no estamos sujetos a nada, igual que los electrones que no pertenecen a ningún átomo, danzamos con una carga que impulsa y aviva la materia a través de los huecos del camino que podamos surcar, en aquello que llamamos electricidad. Somos en relación a lo que nos rodea y nos manifestamos en función, no sólo de todo cuanto está a nuestro alcance, sino también lo que hay más allá. Esto que llamamos comúnmente empatía, es un sentir del palpar más allá del tiempo de la unidad de la que formamos parte.
Aquel ermitaño que se esconde de sentir no es sabio, sino cobarde, huye del dolor y se encoje en su ignorancia y soledad.
Aquel ermitaño que goza de amar, se aparta para sentir más, para vibrar con el pulso de la vida más profunda. Y en su cueva, mirando a su piedra, el ermitaño descubre dentro el silencio amoroso del latido de todo el universo. Y conmovido por esta voz, se disuelve en el amor del que forma parte.
Cuando Bodhidharma nos enseña esta verdad, en su cueva no cierra los ojos al mundo, al contrario, abraza y experimenta el latido de todos los corazones. Esto es compasión, esto es meditación profunda.
Aprendamos pues a fluir con los pequeños ciclos de la vida y poco a poco, tal vez con alguna guía, logremos un día escuchar esa consciencia universal, ese latir, ese pulso, ese fluir que impulsa todo cuanto existe a su punto más álgido y de retorno, a su fuente.
Vivamos con el corazón abierto para aprender a recibir igualmente, sin desechar nada, todo cuanto aparezca en nuestra vida, pues no podremos luchar contra ello, y negarlo, es negarnos a nosotros mismos. Madurar es sentir, respirar, permitir.