El espacio interior y la intimidad

Hay un espacio dentro de ti sagrado. Un espacio que debes aprender a reconocer y cuidar, como un templo divino.

Cuando por primera vez lo descubres, te asomas a él y lo sientes, algo en ti cambia. Tal vez descubres lo sagrado que hay en ti, o tal vez te rindes ante el silencio que vibra en él, o tal vez tu corazón se purifica, es una sensación única, personal. Llegas a casa.

Con este trabajo que te propongo, podrás refugiarte en ti más rápidamente y en cualquier momento, lo que te ayudará a reconocer tu espacio interior, cuidarlo y descansar en él.

Primero se debe conocer lo importante de la intimidad. Tu vida tiene aspectos públicos y aspectos privados, íntimos. Aspectos que sólo se comparten con unas pocas personas, y otros aspectos, personales, que sólo has de compartir contigo mismo. Las heridas del viaje de la vida, los sufrimientos y el dolor, muchas veces nos trastocan impidiéndonos descubrir qué aspectos son realmente privados y no deberíamos compartir con nadie. Para muchas personas esta diferencia entre lo privado y lo público es muy difícil de entender. Cuando uno se ama, se respeta y reconoce ese espacio interior, sabe perfectamente cuándo guardar silencio, qué compartir, con quién y en qué momento.

Si eres de aquellas personas que rápidamente cuentas todo, que te desnudas ante los desconocidos, que publicas en internet fotos de momentos íntimos y privados, que hablas en foros o por redes sociales, con conocidos y desconocidos de detalles íntimos de tu vida privada, es probable que tengas que refugiarte más en ti, y la mejor forma de hacerlo es a través del silencio. Aprendiendo a callar y más tarde desde el silencio expresar.

Cuando expresamos lo que sentimos desde nuestro silencio, nuestras palabras se hacen grandes y con sentido. Tienen dirección y fuerza y nos permiten lograr grandes objetivos. Sin embargo, al contrario, si nuestras palabras surgen del dolor, del ruido mental o de nuestra propia ansiedad, nuestras palabras se pueden volver un arma contra nosotros mismos. Se vuelven nuestros propios impedimentos y en muchos casos limitan totalmente nuestro desarrollo.

Aprender a callar es aprender a escuchar lo que hay dentro de nosotros. Más no sólo aprendemos a callar con las palabras, también con las expresiones, las imágenes, lo que compartimos en nuestra vida en general.

Refúgiate en ti como si tu cuerpo no fuese tuyo, sino más bien la gran madre Universal que extiende su dulce mano donde tu espíritu solar se apoya y descansa. Descubre tu cuerpo como una extensión de la madre, quien te da cobijo, forma concreta y te regala la experiencia de la vida.

Durante el día, estés donde estés, caminando, hablando, meditando, trabajando, refúgiate en tu propio cuerpo, tu hogar, sintiendo que no es tu cuerpo, sino la misma madre sosteniéndote.

Así tu cuerpo se convierte en tu primer refugio: una puerta de entrada al hogar. En tu cuerpo te sientes cómodo, ágil. Cuando tu cuerpo grita, habla, llora, lo escuchas y lo sientes como los mensajes de la madre, que a través de tu propio cuerpo te anima a continuar y cambiar. Escuchas así tu cuerpo aprendiendo a sentir a la madre.

Cuando tu cuerpo es “tuyo”, el dolor se hace insoportable. Tu mente quiere escapar de él. El cuerpo es una limitación y una pequeña cárcel. Tu imaginación encerrada no puede viajar y tus alas no se pueden expandir. Cuando tu cuerpo es la tierra, tu espíritu libre sonríe y descansa. Tus alas se expanden y tu creatividad ilimitada vuela por el mundo al encuentro de lo trascendental.

Entonces la experiencia de la vida se hace mágica y sencilla y tu propia experiencia con tu propio cuerpo se torna amorosa y sin sacrificios.

Muchas personas cuidan su cuerpo como una obligación, o como la necesidad de ser diferentes de lo que ya son. Pero si cuidas tu cuerpo desde el autoconocimiento, la escucha y el respeto, no a ti, sino a la madre universal, entonces todas las posibilidades se abren y la luz que hay en ti puede expandirse y traspasar tus ojos.

El brillo de tus ojos se hace inconfundible y la belleza de tu alma invade tu cuerpo. Te vuelves transparente y las heridas, desde ese refugio sagrado que la madre universal te enseña a cuidar, se convierte en bálsamo para todo tu dolor.

Apóyate en tu cuerpo descubriendo que no eres tú, que es la madre. Un tronco fuerte y grueso de un gran árbol donde tu alma anida y que te permite expandirte y vivir. En simbiosis con él.

Y al igual que no obligamos a un río a cambiar su cauce, respetamos al cuerpo, no le obligamos a cambiar su camino. Lo hablamos, vamos con él de la mano. Lo impulsamos con coraje y valor. Pero sin dañarlo ni intentar cambiar lo que por naturaleza somos.

Así, el primer paso de aceptación se da fácilmente.

Tal vez tu cuerpo tenga un sexo diferente del que te gustaría que fuese, o tal vez sea más alto, más bajo, o más grueso. Tal vez los años hayan pasado demasiado rápido y sientas que tu cuerpo avanza y desees detenerlo en el tiempo. Simplemente haz este ejercicio y descubrirás una fortaleza y un amor propio increíble.

Tan sólo se trata de que descubras que tu cuerpo es esa forma universal femenina y amorosa que sostiene el rayo de luz que tú eres. Es un vehículo temporal, que como todo, algún día perece, y como todo sufre cambios constantes, y por qué? Tan sólo porque tu rayo de luz, tarde o temprano necesitará otro vehículo, o tal vez en algún momento trascienda todo necesidad de una forma corpórea. Pero por ahora, lo necesita. Es su vehículo. Y es un préstamo para ti. Polvo que algún día no recordará quién anidó en él.

No busques que tu cuerpo te obedezca, ni que cambie, ni que sea diferente de lo que es. Para hacer este ejercicio tan sólo descubre que tu cuerpo es tu hogar sagrado. La mano de la energía femenina sosteniendo tu alma. Y descansa ahí. Manteniéndote el tiempo que necesites en esa seguridad de hogar. Después, al caminar, al dirigirte a tu propio destino, al avanzar y superar los retos de la vida, comprobarás como tu cuerpo no es ningún impedimento, sino más bien una herramienta precisa y perfecta para tu propio autodesarrollo y expansión. Así lo amas y lo abrazas como abrazarías a la madre.

¿Y qué pasa con aquellas personas que no aman a su cuerpo? ¿Qué nunca lo han querido mirar? ¿Qué lo sienten una trampa? ¿Qué les duele continuamente vivir en su cuerpo? Este reflejo te muestra el dolor de la unión con la madre. Tal cual puedas abrigarte y reposar en los brazos de la madre, tal cual la aceptas y la amas. Tu unión con tu cuerpo es un reflejo con tu unión con la madre, y si esta unión es dolorosa, también habrá dolor en la conexión espiritual con la madre universal.

La madre universal es la energía reposada que sostiene, la montaña firme que protege, la madre gruesa que alimenta a su bebé. Es una energía receptiva pues todo lo permite y lo acoge. No limita. Abraza y disuelve en su interior el dolor con la fuerza del amor.

La energía masculina, el espíritu vivo solar, es una energía expansiva que constantemente busca expresarse y vibrar. No se contiene, no se paraliza ante nada, inunda con fuerza todos los espacios llenándolos de luz y vida. Es el bebé en los brazos de la madre, es el trueno resonando en toda la tierra, es la luz del sol expandiendo la luz en todas las direcciones.

Aquellas personas que están demasiado quietas en su cuerpo, que lo abrazan de contínuo olvidando expandir su conciencia, o que simplemente no pueden apartarse de él y se sienten totalmente identificadas con su materia, claramente muestran un conflicto con su energía masculina creativa.

A través del ejercicio de descubrir tu cuerpo como el abrazo de la madre tierra uno puede reconocer ambos conflictos y sanarlos. Tan sólo se trata de, durante el día, en cualquier momento, recordar que la madre tierra, o la madre universal, la energía en esencia femenina del universo, te sostiene firmemente a través de una forma corpórea, un cuerpo humano que hoy te ayuda a estar aquí. ¡Y qué descanso!

Tras esto, de manera natural, sin seguir ningún trabajo concreto, tan sólo de vez en cuando reconoce este espacio que se genera dentro de ti. Guárdalo como un tesoro. La experiencia de amor que vivas contigo, en tu espacio sagrado, guárdala poco a poco. Reservando momentos de silencio contigo mismo. Descubriendo el regalo de estar en silencio contigo. Abrazando esa energía femenina que hay en ti, capaz de sostener toda la sabiduría, luz y amor del universo.

Y desde aquí, claro que si hay algo que te incomoda en tu relación con tu cuerpo puedes cambiarlo. Pues desde aquí no sólo hay respeto y amor, sino también autoconocimiento. Desde aquí puedes plantearte qué es aquello de tu cuerpo que piensas que te limita y por qué tal vez no sea una limitación, sino una forma más para ayudarte a expandir tu conciencia. Desde aquí el ejercicio físico, la alimentación, la sexualidad, todo aquello que hoy vives desde tu cuerpo, asease, todo, tiene un sentido más trascendental.

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