Es natural en el inicio tener experiencias significativas que nos marcarán.
Se trata de resplandores que surgen de las primeras aperturas mentales.
Cuando nos aferramos a estas experiencias y les entregamos más significado del que tienen, ya no buscaremos en la meditación el descanso en lo eterno, sino querremos revivir aquello que sentimos una vez. Buscaremos vivir ese estado de paz, o de amor sublime que nos invadió una vez, tal vez tener una visión en particular o recibir un mensaje desde otro estado de conciencia.
Entonces toda meditación y trabajo se volverá en balde.
Una de las cosas que más pueden dañar nuestra práctica son las expectativas.
Es interesante darse cuenta como las expectativas se convertirán en un condicionamiento positivo o negativo en nuestra vida. Y poco a poco estos condicionamientos alterarán nuestra conducta.
Para lograr una mente sana y en equilibrio, los condicionamientos han de ser transformados en una motivación auténtica y honesta.
En todas las prácticas antiguas encontraremos una plegaria previa y final a todo trabajo espiritual, en dichas plegarias vemos la importancia de esta motivación desprovista de ego.
No intentamos acercar a la meditación sin fijación alguna, buscando la apertura y el descanso en la gran unidad.
Incluso cuando durante la meditación sentimos una intensa felicidad y creemos haber tenido una buena meditación o cuando todo se ha visto confuso y hemos estado detenidos en pensamientos y juicios y por ello nos sentimos mal, transformamos rápidamente ese sentimiento y soltamos la necesidad de tener una buena o mala experiencia, pues lo importante es meditar y no el resultado de la meditación
Es indispensable desarrollarnos espiritualmente sin la búsqueda de méritos, logros o experiencias, sino simplemente desde una fuerte voluntad y motivación desprovista de ego y vanidad.
Poco a poco el meditante deja de hablar de sus experiencias, ya no las ve como parte de su proceso personal, sino como simples manifestaciones. La totalidad se experimenta por igual en el cuerpo, en el aire que se respira, en el vacío de la mente o incluso en la ira o envidia. No se derrama ni una gota de verdad en nuestro camino y cada paso es sin duda esencial para la autorrealización.
Un bello ejercicio que podemos practicar cada momento de nuestra vida, consiste en permitir que la experiencia deje de ser lo concreto a lo que nos apegamos y nos liberemos de ella, permitiendo que cada experiencia concreta se transforme en realización.