La educación tiene un error fundamental en la concepción del individuo como un mero engranaje social.
Educamos para dirigir al humano a lo que creemos que debería ser. Encauzamos su mente para que se convierta en lo que creemos que debería convertirse. La educación actual busca disciplinar. No podemos negar que la actual educación es una forma de disciplinar.
¿Por qué los partidos políticos de todo el mundo insisten en disciplinar? ¿Por qué los padres, los maestros, toda la sociedad busca disciplinar? ¿Hay realmente una necesidad de disciplina? ¿Es tan necesario someter a los niños desde tan pequeños? ¿Y qué temor tan grande tienen los padres, maestros, la sociedad al completo, los gobiernos a la indisciplina?
Existe un código moral, una ética, la cual define lo que está bien y lo que está mal. Desde niños aprendemos a ser “buenos”, porque de lo contrario seríamos estorbos, no seríamos útiles, seríamos dañinos para algo que otros han construido. Domesticar, disciplinar, ayuda a que los niños sean “buenos”, útiles.
El educador, el maestro, los padres, con todo su amor, entregan al niño lo que creen que es más valioso, pensando realmente que el niño podrá ser feliz si sigue la norma, podrá alcanzar sus sueños, si sigue la senda marcada. Pero olvidan que ellos no alcanzaron la felicidad, ni la libertad, ni la plenitud, sino que se acomodaron en unas pautas que limitaron su vida impidiendo toda expresión extraordinaria y maravillosa única del ser humano libre. Tal vez haya aspectos más y menos hermosos en sus vidas de adultos, pero también grandes sacrificios como la capacidad creativa e ilimitada humana.
Nos han enseñado que todos los niños deben acostumbrarse a una disciplina por su propio bien. Una disciplina constante y severa que ayude a convertir al niño en lo que todos esperan que sea, porque de lo contrario, será un enfermo, será un estorbo, será veneno para la sociedad. Hemos aprendido que un niño indisciplinado es un peligro para sus semejantes y para él mismo.
Disciplinarse es ajustarse a algo, a ese engranaje, ser útiles para alguien, para algo. Disciplinarse es cumplir con lo que otros esperan que cumplas. No es una educación hacia la libertad y el equilibrio emocional, sino una educación para asfixiar la propia naturaleza humana.
Realmente la disciplina es innecesaria. La disciplina sirve únicamente para ser eficientes para otros, no para uno mismo. Ser disciplinado no ayudará al niño a crecer, a ser feliz, a amar, ni a amarse más. Ser disciplinado sólo servirá para obedecer un sistema tal cual una máquina en una fábrica es eficiente. Y cuando una máquina no es eficiente, y no se puede reparar, se prescinde de ella.
Pero los humanos no somos máquinas, somos educados como ellas, pero no somos máquinas. Y mientras hacemos tantos esfuerzos por ser eficientes, perdemos nuestra humanidad y nuestra libertad.
La disciplina nos introduce en patrones. La enseñanza son la automatización de dichos patrones hasta la mecanización de los mismos. Patrones ideológicos, de pensamiento, patrones de movimiento. El esfuerzo de los mayores ante los niños es inculcar dichos patrones hasta que sean integrados completamente y en ningún momento exista un planteamiento de romper dichos patrones.
No sólo hay un esmero en lograr establecer los patrones, sino también en advertir el peligro de vivir sin ellos.
La educación está realizada de tal forma que existen deseos, sueños, cosas maravillosas que te pueden llegar a ocurrir, algo para que la persona aspire a aquello que le daría más felicidad: dinero, sexo, trabajo, familia…. Son deseos de algo aparentemente maravilloso que sólo lograremos de seguir los pasos o patrones aprendidos.
En la educación se aprende que felicidad es ser bueno, es tener una casa, es obedecer, es ser sumiso, es tener familia, es tener contratos, es tener obligaciones, es sacar mejores notas, felicidad es tener ese coche, esa casa, esa deuda, ese traje, ese aspecto…
El niño está atrapado en dichos sueños que le obligan a obedecer, porque cree que de ninguna otra manera alcanzará la felicidad.
Es tan sencillo como enseñar que existe el caramelo más rico del mundo el cuál solo probará si obedece y es disciplinado. Entonces crecemos intuyendo que es posible vivir mejor, es posible la felicidad, siempre que cumplamos, obedientemente, con todo lo aprendido. Y tan astuto es este sistema que desde la infancia no existe la posibilidad de soñar otra cosa. Desde los 3 años, aprendemos que nunca, jamás, un suspenso en el colegio equivale a ser feliz en la vida.
Aprendemos que ser libre es equivalente a sufrir, suspender es sufrir, no saber la lección es sufrir, no haber hecho la tarea es sufrir, tener ganas de jugar cuando tienes que estudiar, es sufrir, estar solo es sufrir, abandonar el trabajo es sufrir, no tener dinero ni casa ni nada es sufrir. No hay sueño posible para ese niño más allá de seguir la senda de la obediencia a un sistema antinatural que promete una felicidad el día que la obediencia sea 100% integrada. Ese es el planteamiento: la única felicidad podría llegar con esmero al cumplir todos los requisitos.
Pasan años y es cuando uno se da cuenta. Cuando con suerte se comprende que la senda aprendida no conduce a la felicidad. Aunque normalmente esta reflexión surge de la pregunta ¿Qué hice mal?
En definitiva, el extraño concepto del bien y del mal, bueno y malo, expone la felicidad como algo posible siempre que nos conduzcamos por el sendero del bien. Pero el sendero del bien no nace en el corazón, la intuición ni la verdad, sino la obediencia los cánones estipulados. En la naturaleza no existe el bien y el mal, ni lo bueno y lo malo, existe la vida, existe la experiencia, el amor, la tristeza, la rabia, pero no el concepto de bien y mal, bueno y malo. En ningún lugar del bosque encontrarás algo que esté bien o esté mal. ¿Un volcán está mal? ¿El océano está mal? Todo lo que está mal es una idea, una negación a un aspecto de la naturaleza.
Y de nada sirve ser rebelde. Una persona rebelde lucha incesantemente contra una fortaleza inexistente basada en dogmas, normas y sobre todo, construida sobre el temor de no ser nada. Un rebelde lucha contra nada, desgastando su furia por haber sido parte de algo que no existe y, que por ende, no tiene alma. Cree realmente que podrá cambiar el sistema, pero el sistema no existe como tal, no es naturaleza, el sistema son conceptos, ideas, temores, abstracciones, pero no es una realidad tal cual lo es el sol, la tierra o la vida humana. Su rebeldía le convierte en el más obediente, creyendo que algún día tendrá respuesta, será escuchado, será recompensado. Pero la enorme fortaleza del sistema civilizado no se acobarda ante nada, porque no tiene oídos, ni boca, ni ojos, y cualquier acto de rebeldía no la destruye, sino que la empodera, ya que la rebeldía solo hace que otros crean y teman aún más al inexistente sistema.
Obedecer es morir, como una mariposa que corta sus alas, como un pez en una pequeña pecera, como un niño que olvida la risa. Obedecer asesina un aspecto de nuestra inteligencia y creatividad. Un pequeño movimiento obediente, ahoga alguna capacidad de elegir por nosotros mismos para siempre. Algo en ti desaparece cada vez que obedeces una orden. Algo en ti desaparece para siempre cada vez que obligas a otros a obedecer una orden.
Por ello, la verdadera educación basada en el desarrollo armónico humano, tendría que nacer de conceptos totalmente nuevos. Sería necesario incluso destruir toda idea actual del desarrollo mental, emocional y físico, para lograr una educación que permita al ser humano crecer ilimitadamente feliz, sano, consciente y libre. Pues toda idea del desarrollo actual está basada en la necesidad de lograr engranajes sociales útiles y eficaces, y no personas felices, extraordinarias y únicas.
El planteamiento educativo actual del niño trata de introducir los contenidos como si el niño fuese un libro en blanco. La creencia generalizada es que cuantos más contenidos se le hayan administrado, más logros se habrán conseguido. Cuanto más eficaz sea el niño mostrando los resultados, más eficaz creemos que será de adulto. La educación no tiene amor, ni respeto, sino que trata de ser una constancia de dogmas, normas, y sobre todo pautas, pautas para la buena letra, para la buena conducta, para la buena forma física, pautas para ser “normal”, infeliz, pero normal.
¿Será casualidad que casi todos los genios y personas que logran actos extraordinarios en sus vidas hayan sido expulsados de las academias por indisciplinados? El planteamiento actual no comprende al niño como un ser vivo, sino como un objeto.
Un planteamiento de educación superior comprendería al niño como un ser vivo que interacciona con su entorno, experimenta, reflexiona. El método actual anula toda idea de ver al humano como un ser extraordinario capaz de vivir esos actos extraordinarios para los que está predestinado, y observa a las personas como individuos ordinarios, con vidas ordinarias, aplaudiendo su ordinariez.
Muchas veces cuando los padres y educadores intentan observar a sus hijos como extraordinarios, sin comprender la estructura y el entramado social actual, ya sea con amor, con admiración o con rebeldía, suelen convertir al niño en un pequeño tirano, arrogante y desafiante que se cree por encima de los demás. El niño, la niña, en vez de crecer en libertad creativa y espontánea, asumió todos los dogmas que sus padres intentaron evitar, asumió todas las pautas, pero desde un lugar de poder, donde él mismo se cree capaz de establecer otras normas a todos cuantos le rodean. Así gran parte de la educación aparentemente libre y moderna genera personas caprichosas, egoístas, empoderadas, genera adultos que siempre creen que están por encima de los demás, que logran más cosas que nadie, que cumplirán todos sus sueños porque lo meren, y ocurre esto porque no se respetó el orden natural de las cosas ya que los mismos padres y educadores lo habían olvidado. Muchas veces intentando crear un ser extraordinario únicamente se logra obtener un déspota. Pues padres y maestros, intentando una educación más liberal y moderna, realmente se convierten en esclavos de sus propios hijos y alumnos.
En una pedagogía respetuosa con la naturaleza esencial humana, la educación no estaría basada en integrar, memorizar, comprender o analizar más y más datos, sino en desarrollar una interacción, reflexión y análisis adecuado y propio, en aprender a vivir por y para uno mismo. ¿Y cómo se logra esto cuando los mismos padres, educadores y todo el mundo parece que vive por y para el sistema, por y para sus hijos, por y para el trabajo, por y para el dinero, y olvidan vivir por y para sí mismos? Se trata también de naturalizar la toma de decisiones, la responsabilidad ante ellas y el asumir las consecuencias de las mismas.
El ser humano, como todo ser vivo, tiene dos funciones claves: manifestación e interacción. Una manifestación que se trata de pensar por uno mismo, de vivir por uno mismo, de experimentar la esencia de uno mismo, de SER. Y una interacción que trata de experimentar la vida y reaccionar ante ella, amar y sentir el entorno. Hay dos inteligencias básicas en toda vida, la conciencia de uno y la conciencia con el entorno. Y hay dos aspectos claves en la vida humana: mirar hacia dentro, descubriendo la propia capacidad creativa, y mirar hacia fuera, interactuando y relacionándonos con salud.
Cuando nos planteamos una educación física sí tenemos un poco más en cuenta la vida del niño. Entonces buscamos un desarrollo adecuado de su salud mejorando sus ritmos, su capacidad, su respiración, su musculatura… El objetivo no es que el niño corra más rápido y llegue más lejos, sino que desarrolle un cuerpo equilibrado y saludable que le ayude a tener un nivel óptimo de salud.
En estos casos sí se tiene en cuenta que el niño no es un libro en blanco, sino un ser vivo, que debe interactuar, experimentar, crecer. Y lo único que planteamos en la educación física, es la búsqueda de ese desarrollo saludable. Un niño con poca agilidad, con una masa muscular sin desarrollar, o con tendencia a la obesidad, no podrá hacer ciertos esfuerzos, no se moverá con facilidad, le costará interactuar con su entorno en ciertos contextos. Además, un mal desarrollo físico repercutirá en muchas áreas de su vida. El objetivo no es pues que el niño alcance metas deportivas, ni la competencia ni la actitud deportiva, sino, básicamente, que pueda tener una vida óptima y su cuerpo este preparado para ello, en vez de ser un obstáculo para la misma.
En el día de mañana esta persona se encontrará con retos para los cuales debe estar más o menos preparado. Una buena educación física, una buena constitución física, un buen desarrollo del sistema muscular, esquelético, una buena respiración, un buen ritmo cardiovascular, ayudará en gran medida a enfrentarse a las mil situaciones que la vida presentará. Sin importar qué ejercicio físico hacía en su infancia, el objetivo es poder lograr un crecimiento equilibrado y saludable físicamente.
Lo mismo debería de ser el desarrollo emocional, cognitivo y espiritual. No se trata de conocer ni tener más datos, sino experimentar y desarrollarse de tal forma que la persona pueda estar preparada para enfrentarse a la vida mental y emocionalmente. Desarrollarnos para las situaciones diversas, como encontrar un trabajo nuevo, crear nuevos proyectos, tener familia, resolver los conflictos emocionales, entender el fallecimiento de un familiar, saber llevar posibles problemas de salud o diferentes limitaciones que uno tenga, estas deberían de ser las claves de los objetivos de la educación.
Se trata de ayudar al desarrollo que se realiza de forma natural, tal vez estimulando dicho desarrollo, tal vez corrigiendo tal cual corregiríamos una postura que pueda generar problemas graves de salud, tal vez experimentando y sintiendo a su lado.
En una forma de educación más avanzada, el maestro es un mero acompañante que sostiene y facilita los entornos, para que el propio alumno crezca y experimente. No dictamina, no enseña, no necesita ni hablar, ni trasmitir nada, sino acompañar en un proceso que es completamente natural, entregando las herramientas, de ser necesarias, para que esta evolución se pueda generar.
¿Pero cómo logramos un giro tan grande en la educación?
Lo primero es comprender que un niño no es un objeto, no es una cosa que podamos mover, cambiar, moldear a nuestro gusto. Su vida no es una proyección de nuestros deseos. Un niño no es un libro en blanco, no es una base de datos. Es un ser vivo, y por sobre todas las cosas tiene la necesidad de experimentar e interactuar con su entorno. Su objetivo de vida no es ser útil para la sociedad, ni para la familia, ni para el gobierno, su objetivo tampoco es alcanzar todos los sueños que se propone ni dar gusto a todos sus deseos, sino vivir y experimentar plenamente la vida día a día, instante a instante. Esto significa, vivir y experimentar plenamente su cuerpo, su mente y sus emociones.
Todavía en algunas culturas, los niños se consideran mano de obra barata, se venden, se encarcelan, se asesinan. Son considerados meros objetos que, de no ser útiles, pueden rechazarse, abandonarse, venderse, asesinarse… Hoy día 152 millones de niños son obligados a trabajar, 73 millones de ellos en trabajos peligrosos, 7,5 millones de niñas son obligadas a casarse cada año. Muchos bebés nada más nacer son asesinados por sus propios padres porque no nacieron del sexo deseado, o con las condiciones deseadas. Y esto ocurre porque no son considerados seres humanos, libres y naturales, sino meros objetos que deben de ser útiles para una sociedad ficticia. Independientemente de la amabilidad de dicha sociedad, el concepto actual global de la infancia considera que los niños y jóvenes son personas en desarrollo, que han de ser guiadas hacia el futuro que esa sociedad en que viven considera oportuno para ellas, han de ser forjados para ser útiles para dicha sociedad, ha de evitarse que sean estorbos sociales, que sean impedimentos, y para nada se considera su capacidad de elegir, vivir, experimentar y ser. La sociedad elige por ellos y así aprenden que, durante toda su vida, sus dogmas elegirán por ellos.
La protección de la infancia de países más desarrollados donde supuestamente se respeta la infancia, los cánones de educación, tan sólo determinan una propiedad diferente de estos niños, que en vez de pertenecer a sus padres, o a grupos más poderosos y radicales, pasan a ser objetos de la sociedad, del gobierno, que hay que entrenar y dirigir adecuadamente. Somos considerados recursos.
Todavía, de forma general, no hemos llegado al punto en que, en la educación, se considere al niño un ser único y libre, capaz de decidir, sentir, pensar, experimentar, expresarse y elegir su propia vida. Ni si quiera se le pregunta lo que siente o piensa. Todavía la educación busca “amansar” al ser natural y convertirlo en parte de una máquina más poderosa y superior. La felicidad está determinada por los deseos inculcados por dicha sociedad, que de ser obediente, uno podría lograr obtener.
Y mientras así sea, la educación buscará controlar la mente, el cuerpo y las emociones del menor para que este se convierta en un instrumento.
En una educación así, las emociones se aplacarán de tal forma que no existan comportamientos impulsivos o descontrolados. En caso de haberlos el niño tendrá que medicarse o tratarse para que las emociones no sean un peligro, no para él mismo, sino para sus padres y el sistema que intenta controlar al niño. Cualquier expresión emocional fuera de tono estaría considerada una enfermedad, porque hace peligrar la disciplina perseguida.
En esta educación que conocemos, el cuerpo será instruido, no para superar la vida y tener longevidad, sino para generar un espíritu competitivo y unos valores deportistas, dejando a un lado la importancia de respirar, de genera un buen ritmo cardíaco, de saber reconocer los propios límites físicos, lograr una buena complexión y un buen desarrollo musculo esquelético. La educación física de este sistema dará importancia a los logros temporales, y no a la larga vida. ¿Por qué le va a interesar a la sociedad un individuo después de su jubilación? Ya no es útil, ya es prescindible, por lo tanto, el deporte está destinado a fortalecerse hoy, para hoy, y no para toda la vida.
Y la mente, en esta forma de educación, será entrenada para obedecer, repetir, memorizar y guardar datos y datos, pero sin reflexionar demasiado sobre ellos.
La historia será cambiada, las matemáticas y las ciencias servirán para generar más dogmas en vez de invitar a descubrir el asombroso mundo mágico de la vida, las religiones estarán diseñadas para establecer prohibiciones, pecados, para generar miedo, todo un sistema que limita, corta, dirige, asfixia al ser humano.
La educación actual no busca crear un humano integro y completo, sino un animal amansado, dócil y útil. Y este sistema educativo, al igual que con el ganado donde un animal demasiado salvaje es castrado a tiempo, al niño se le limita creativa y emocionalmente demasiado pronto.
Dar la vuelta a esto es comprender que un ser humano es un ser vivo, que su principal función para con el entorno es interactuar con salud y experimentar la vida. Se trata de comprender que no tenemos familia porque gracias a ella tendremos placeres ni dinero, sino que tenemos familia porque el ser humano es un ser que busca y necesita la interacción humana. No tenemos trabajo porque busquemos dinero para vivir, sino porque el ser humano, a través del trabajo, experimenta la capacidad innata creativa. Somos creadores, e interactuamos para que dichos estímulos y experiencias que surgen de la interacción con nuestro entorno, potencien la voluntad, la inteligencia, la emoción que nos llevan a crear.
Cuando el ser humano no interactúa adecuadamente, deja de crear, se siente atascado, limitado, atormentado en una vida sin sentido. Entonces aparece una negativa interacción, el ser humano puede “envenenar” su entorno; y aparece también la capacidad contraria a la creatividad, la “destructividad”, de uno mismo y de todo cuanto le rodee.
Así podemos comprender que la civilización actual, en términos generales se pueda considerar venenosa y destructiva, para los propios humanos y para todo cuanto le rodea. Porque al contradecir la esencia natural humana desde su inicio, que se nutre de las relaciones y tiene el poder de crear, limitando y controlando dichas relaciones desde la educación más temprana, y bloqueando todo pensamiento lateral y creativo, se logra un perfil de personalidad incapaz de relacionarse con salud y de acceder a su potencial intelectual, en definitiva, una persona que envenena y destructiva. Tal cual la misma sociedad es.
Crecer con salud es desarrollarse en una convivencia saludable que invite a la interacción y experimentación en armonía con el entorno, donde todo individuo pueda ser creativo y decidir por y para si mismo.
Pongamos la diferencia en un animal enjaulado y un animal libre. El animal enjaulado a lo mejor es útil, pero poco a poco su cuerpo se deteriora y enferma, se vuelve torpe, lento y deprimido. Necesita, por su propia naturaleza esencial, experimentar, interactuar con el alrededor. Los barrotes ayudan en gran medida a que el animal haga justo lo que se espera de él, pero no consideran que ese animal no nació para estar enjaulado. No sólo será cada día más torpe y más deprimido, sino que sus crías, nacidas en dicha jaula también lo serán, y de liberarse, tardarían entre 3 y 4 generaciones aprender a sobrevivir y recuperar su equilibrio natural, si acaso tienen la suerte de que las primeras dos generaciones liberadas sean acompañadas en ese proceso. Se acostumbraron tanto a los barrotes que no son capaces de vivir sin ellos.
Un colegio es como una jaula: los deberes, las fichas, los deportes, los amigos de la misma edad, todo está diseñado como barrotes que impiden la libertad, la experimentación, la interacción, la inteligencia. Cada contenido memorizado, es un barrote más en una cárcel mental, física y emocional que enferman un organismo.
Una jaula que asegura que no hay nada más peligroso que todo lo que hay fuera de ella. Una jaula que muestra lo infeliz y sacrificada que la naturaleza salvaje y lo perfecta y gratificante que es la civilización. Cuando es al contrario, la verdadera inteligencia y el estado más óptimo de salud y bienestar personal, surge de este estado natural, salvaje, sin pautas, sin disciplina, con auténtico amor y valor hacia la vida.
Niños y jóvenes se suicidan aun hoy por problemas escolares, de rendimiento, de relaciones con compañeros, de relaciones con sus padres… Deberíamos plantearnos que la jaula donde introducimos a los niños para domesticarlos es demasiado angosta y fría, y deberíamos tener en cuenta que algunos niños no logran sobrevivir en ella. Porque no se trata de educación, sino domesticación, disciplina, porque en definitiva eso es lo que es.
El planteamiento es sencillo: encontrar una forma educación más abierta y consciente que busque la experimentación; la relación con uno mismo y con el entorno con salud y equilibrio en su edad; la eliminación radical del concepto de éxito y fracaso que acompañará al niño el resto de su vida. Y sobre todo, plantear un paradigma nuevo donde el niño pueda decidir por y para él mismo, actuar, vivir, trabajar, por y para él mismo. Su objetivo de vida para nada es ser útil, ni tampoco hacer realidad los deseos añorados, no es convertirse en un engranaje de nada, sino lograr un equilibrio con su entorno y una vida plena.
Ayudar a formar personas que nutran y creen, en vez de personas que envenenen y destruyan.
Ayudar a crear una sociedad creativa y nutritiva, y no tan venenosa y destructiva.