Desapegarse de las ilusiones
Desapegarse de la ilusión, disolver una ilusión, es tan fácil como dejar de entrarla poder. La vida entera son grandes ilusiones, y nuestro dolor está condicionado por lo profundas que sean las creencias en estas ilusiones. Al comprender esto, inmediatamente toda ilusión se desdibuja dando la posibilidad de soltar nuestro apego.
No significa esto que hay que vivir sin ilusión, sino comprender que todo cuanto nos rodea es efímero, y apegarnos a lo efímero no entrega más que sufrimiento y pesar. Pero mantener la mente en una consciencia alerta y el corazón abierto, nos conduce a una gran dicha indescriptible, totalmente libre y desapegada, y a la vez con un sentimiento profundo y transformador.
A veces es normal que una ilusión, más que otras, nos generé algún tipo de apego. Tal vez nos acostumbremos a ella, o tal vez, como una sombra en la mente, genera una gran neblina que condiciona todo cuanto nos rodea. No hablo aquí del sentimiento puro o incondicional, sino de la ilusión, del espejismo. Entonces decir adiós es una experiencia liberadora que nos dará la oportunidad de abrir los ojos al mundo nuevo. Ni si quiera sabemos lo que ocurrirá, pero dejamos de obcecarnos en dar forma a una ilusión y nos enfocamos de una forma consciente en abrazar la situación real que se esté viviendo.
La vida es un fluir. Como una gota en el río sin forma, sin concreción, fluimos hacia la eternidad. Es un impulso intenso y provocador que a veces no lleva a hacernos creer que somos el reflejo en el agua, como al mirarnos al espejo, a veces creemos que somos esa imagen que está dibujándose, o como al ver a una persona, a veces tenemos la desfachatez de pensar que somos el reflejo, la persona que observa, el personaje que mira. Pero más bien somos el agua que refleja la vida, somos el cristal atemporal que hoy refleja una imagen efímera, somos la mirada y no quien está mirando.
Hoy te escucho y dejo de ser persona y me convierto en oídos, hoy te miro y dejo de existir y me convierto en mirada.
Decir adiós a una ilusión es profundizar en la esencia, en el origen. Nos dará la oportunidad de abrir los ojos al nuevo mundo. Pudiera ser que mañana mismo se presente la misma ilusión, o que continúe a nuestro lado toda la vida, pero ya no nos condicionará igual, nuestra mente no estará enfocada en la ilusión, sino en su fuente, en su origen. Es una magnitud más profunda y misteriosa. Soltar cada día las ilusiones abrirá nuestro corazón a la experiencia ilimitada.
En las relaciones personales nos llevará a profundizar, porque el encuentro se vive sin deuda, sin promesa: libre y pleno. Eliges estar y permanecer cada día. Descubres y conoces al otro nuevamente cada instante. Sin proyectar ningún arquetipo viejo, sin creer saber nada de antemano, sin mantener tu mirada juiciosa sobre un reflejo efímero y sin vida, te convierte en sentimiento y tocas el alma atravesando todas las fronteras de lo ilusorio.
Decides cada día el reto de crecer, acompañar, ser parte de.
En el trabajo decides mejorar. Cada día. No intentas ser lo que no eres, no intentas demostrar nada. Estás presente y vives enfocado en lo trascendental. Actuando libre pero sin superficialidades.
En la familia decides nutrir, compartir, estar presente. No hay un enfoque en la deuda, ni en el amparo. No necesitas ayudar, ni que te ayuden. Es una conexión más allá del nombre, de la figura, del papel que nos toque vivir. Entonces en la familia no eres necesario, sino parte de. No hay imprescindibles, no hay necesidad, hay compartir.
O tal vez no. Tal vez al contemplar desde el sentir profundo decides apartarte, dar la vuelta, alejarte o incluso mantenerte en silencio y observar.
Consciente del sueño de la vida, abrazas la experiencia presente liberando la promesa y el sufrimiento condicionado por el apego y la ilusión de separación.
Desapegarse de la ilusión te ayuda a comprender que no debes nada a nadie, ni si quiera a ti mismo, eres un ser completo y sin remordimientos. Sin culpa, sin perdón, sin necesidad, sin dolor.
El rio nunca fue esa imagen que se refleja de los árboles que crecen en la orilla. Pero quien ve el rio por primera vez, iluso, tal vez piense que sí.
Tú corazón no es el amor que exhalas, no es una manifestación, sino el origen de la luz reflejada. El origen de la manifestación. Con tres hermosas cualidades: silencio, luz y espacio, tu alma infinita se origina en la esencia y forma parte de ella. Todo lo demás, es efímero, tal cual una ilusión que en apariencia aturde los sentidos y nos amenaza con hacerse real, pero el día que piensas que la vas a agarrar, tal cual la misma vida, se evapora.
¿Qué hacemos pues apegados a este engaño, a esta ilusión?
Sobre todo, si te duele, si distingues que ensombrece tu claridad, tan solo has de comprender que eres mucho más que eso y aprender a liberarte de la ilusión. No se trata de liberarte de la vida, sino al contrario: vivir. Plenamente vivir sin jugar al juego del tu y el yo. Sin distinción de formas, clases, actitudes, recuerdos, pensamientos, imágenes, temores, angustias.
Cuando una situación ensombrece tu vida, hay que desapegarse de la ilusión, apóyate en lo duradero y profundiza en las raíces de la verdad. Entonces la ilusión se disuelve, tan cual en la mañana se desdibuja la luna reflejada en el agua.
Abrir el corazón depende de la capacidad de soltar y fluir.
De esta manera podemos vivir una implicación en la vida más sincera y completa. Amando a los que nos rodean por quienes son y no por quienes creemos que son. Dejando de ser la persona que observa, el corazón que ama, el dedo que señala, y siendo la mirada, el amor, la manifestación.