Habita en mi un sentir profundo, allá donde no hay nombres. Un sentir indescriptible y asombroso, que mantiene todo despierto. Existe sólo un algo que, qué se yo, me señala con el dedo, o me observa, y me obliga a estar despierta.
Una mañana al despertar supe que no hay observador alguno, que era yo, siempre era yo; señalándome con el dedo. Me observé observándome y el observador se silenció.
Otro día me observé allá donde estaba el observador, y sólo quedaba infinito. No había nadie ahí.
Luego otro día abrí los ojos, no había pasado ni futuro.
Otro día miré al infinito, y ya no tenía brazos, ni piernas, ni ojos, ni oídos, ni frente, ni sabor, no estabas tú, porque no estaba yo, porque no estaba ni si quiera la nada.
Otro día surgió algo completamente diferente en mi jardín. Creció de una semilla que pareciera que vino de algún lugar lejano, aunque siento que siempre estuvo allí, que incluso es más vieja que yo, ni si quiera se si yo crecí al lado de ella o crecí porque estaba ella. Ya conocía la semilla, pues conozco los rincones que hay en mi jardín. La había visto y como no germinaba, la tomé por un recuerdo viejo, que por nostalgia o por ignorancia, no la quité. Pero un día, de esa semilla extraña, brotó algo que, aunque al principio parecía inofensivo, poco a poco acaparó toda la atención. Dulcemente y sin escrúpulos, la más hermosa flor apareció en el jardín del vacío.
Mi espacio interior se llena de intensos aromas, colores y sensaciones. Todo se transformaba en dicha.
La flor, todo lo inundaba con su aroma. Parecía que deseaba acaparar todas las miradas, hasta que, sin darme cuenta, yo dormía y vivía para ella.
Vuelvo a ese lugar sin agua, aire, tierra, fuego ni espacio. Vuelvo a diario. Permanezco en este presente donde el observador tan sólo es un chiste viejo. Y ya no estoy yo, sino una flor que por momentos me aterra. Y como una cascada de agua divina, limpia mis ojos de ambición.
Las personas piensan que una flor sólo es un amor. Muchas personas tienen flores dentro de sí. Y podría decir que mi flor es especial, aunque ya se dijo esto muchas veces. Pero es así. Mi flor no es común. Ella altera el mundo que habito desde la no forma.
Desde que está, germina ante mi mirada atónita una nueva forma de vivir y amar para la que muchas veces siento no estar preparada y, aun así, sin deseo ni engaño, ella crece acaparando todas las miradas. No hay hueco en mi mundo que no haya sido invadido por su aroma.
Podría decir que uno puede pelear, o elegir, pero no puede. Nadie puede pelear contra esto. Llegado un momento, si en tu jardín crece una flor así, sólo puedes rendirte. La calma que conocías ya no existe hasta que aprendas a convivir con ella y permitas que libremente crezca.
La mente intenta dibujar formas nuevas, poner nombres, equiparar y comparar. Entonces dice que esto que sientes es como tal vez, o que ya ocurrió, o que es el resultado de aquello o lo otro. Pero lo bueno de mi flor, es que creció cuando ya no invento nombres para lo innombrable.
Entonces pienso sobre esto, y se que la semilla y la flor y el aroma son la misma cosa, pero ese aroma me conmueve más allá del espacio donde esta la flor. Me conmueve el alma.
Y aunque es cierto que de varias formas la intenté apartar pensando que podría dañar mi silencio, ahora comprendo que me trae un silencio mayor, uno de esos que como un abismo paralizan no sólo la mente, sino todo lo que alguna vez creíste. Seguro que los nombres desaparecerán, pero su aroma transformó ya mi vida.
Testaruda, observo como se rompe uno a uno todos mis prejuicios.
Sin deseo alguno, comprendo que ya no hay pasado, presente ni futuro donde pueda esconderme.
Todas las demás cosas son sólo cosas, son cosas vulgares. La hermosa estrella que surge en la mañana lo sabe. Esas cosas son sólo cosas porque tienen pasado y futuro, incluso yo tengo una forma efímera, pues también tengo pasado y futuro, y tú, y todo lo que conoces. Pero ese aroma, no se si la flor tendrá pasado o futuro, pero ese aroma, ese conmovedor sentir que surge del no cuerpo, en la conciencia despierta, ese aroma, es. Tal vez no hay nada más que sea en mi mundo, y si lo hay, no puedo estar segura de que sea real.
Ojalá no se fueran a confundir por mis palabras, pero esto que se siente es más real que el tú y el yo y todas las cosas juntas, porque no tiene pasado ni presente ni futuro. Y quien piense que viene de allá, de lejos, está equivocado, quien piense que viene de ti, o de mi, o de alguien, también está equivocado. No surge de nada; no es originado, y como no tiene origen, por lo tanto, tampoco tiene fin.
No se altera, permanece.
Ante ello, sólo puedo estar quieta, contemplando. Ni si quiera lo puedo mirar, porque no vería nada. Y lo contemplo, aunque cualquier parte de mi que se agarra al tiempo esta aterrada porque sabe que se disuelve, sabe que esta dicha no es gratuita y obliga a disolver toda apariencia que durante tantos años me ha beneficiado.
Uno pudiera creer que es un juguete de un dios que habita en nuestros corazones y se hace llamar compasión.
Ese aspecto de la forma que conoce de mi flor, ese otro yo que camina en la orilla para ver sin mirar, ya lo ha cambiado todo. No está y lo cambió todo.
Hoy estoy segura sólo de anda. Incluso pudiera ser que yo no exista. Que no es un pensamiento, sino una sensación clara. Entonces surge esta flor en este jardín de silencio, y ahora sólo puedo saber que eso existe, porque no tiene casa, ni padre, ni madre, y continuará existiendo más allá de un yo o un nosotros.
Algunos piensan en llegar, y se agotan corriendo, pues no comprenden que germinan los tesoros en el espíritu sólo cuando uno deja de intentar llegar a ningún lugar.