Desde que el hombre es hombre, ha buscado respuestas a sus preguntas, muchas veces arriesgando su vida, abandonándolo todo y emprendiendo senderos sin retorno.
La búsqueda espiritual tal vez sea la respuesta del más intenso deseo del alma. Cuando el buscador escucha su interior, una sed inagotable pareciera que le posee y le invita a seguir un viaje hacia aquello intangible, indescriptible e innombrable que sabe que existe, aunque no lo pueda compartir con nadie más.
La búsqueda espiritual es un camino solitario, a veces duro, sombrío, a veces maravilloso, donde se asemeja a un alma que busca su amor perdido. Pero un amor que hace siglos que no ve, y necesita para sentirse completo.
El camino espiritual no surge de la curiosidad ingrata y necia, ni tampoco del intelecto vacío de esencia, surge del corazón que reclama romper todas las barreras y disolverse en amor puro y divino.
Los sabios de la antigüedad, tras vivenciar estas experiencias místicas de fervor y esta huida para lograr un encuentro superior, fueron determinando en escritos, en palabras, aquello que vivieron y recorrieron, para ayudar a los que, como ellos, se ven inmersos en un sentir que les empuja hacia aquello imposible de señalar, de ver, de tocar, de oler, de degustar, de escuchar, pero, aun así, sólo quien lo siente en su interior, pierde toda duda y sabe que es real.
Entre esas enseñanzas, posiblemente sea en el Tíbet donde encontremos mayor claridad porque lamentablemente muchas culturas dedicaron mucho tiempo a quemar y borrar toda huella de sus gurús, de los eremitas o de los filósofos que suponían un peligro para su religión. Pues realmente, puede parecer peligroso para algunos, que se sepa que abandonarlo todo para encontrar el todo, es un motivo de alegría y dicha plena. Entonces allá donde esta práctica continúa viva, podremos encontrar respuestas que, en otros lugares, ya hubo quien se encargó de negarlas.
El auténtico buscador no se encierra en muros de monasterios, allá donde desde niños se les instruye y guía por el correcto camino, y donde muchas veces olvidan lo valioso de la auténtica experiencia transformadora, no son completamente bien vistos por todos los buscadores espirituales pues creen que pueden impedir que la experiencia mística se manifieste, incluso a veces son visto como estériles beatos, que dirigen su vida hacia la corrección, la pauta, la norma, desligándose completamente del camino del indomable espíritu que tan sólo busca el conocimiento verdadero.
Pero ¿dónde se halla este conocimiento? Claramente en ningún lugar, y en todos a la vez. Es la experiencia trascendental que surge de la auténtica vivencia mística, es un conocimiento vivenciado y no aprendido intelectualmente.
El verdadero sabio muchas veces no posee esas grandes cualidades que esperamos descubrir en un erudito. Muchas veces tosco, desagradecido o con grandes defectos, el verdadero sabio es aquel que integró la sabiduría y se rindió a ella.
Parece ser una constante que descubramos cualidades clarividentes en los maestros, cualidades que no han de ser malinterpretadas. La visión y el entendimiento surge de la propia realización. Las mismas enseñanzas tibetanas avanzadas muestran las cualidades místicas que se pueden desarrollar de manera natural en el camino interior, las cuales son una prueba de los logros obtenidos. Por ello, muchas veces el maestro, el sabio, está dotado de una clarividencia no nata, sino fruto de sus prácticas y su trabajo personal.
La enseñanza esencial se divide en el método y el conocimiento. El método es una energía masculina, entregada por el padre. Los gurús en Tíbet sostienen su símbolo con la mano derecha en un dorge de poder que reclama todo espacio de ignorancia para ser iluminado con la auténtica verdad. El conocimiento es la energía femenina, entregada por la madre. Los gurús sostienen su símbolo con la mano izquierda en una campana sonorosa que busca transformar todo espacio con su corazón.
En este camino primero se asciende peldaño a peldaño con los Paramitas. Una excelente vía para el desarrollo del conocimiento excelente que nos permitirá ir más allá del actuar y pensar común. Los paramitas se comprometen como un pilar sólido, en sostener al iniciado en su camino interior y no perturbar con vanidades la calma del espíritu.
El método y el conocimiento se abrazan en este camino interior, a veces señalado en los mudras que ansían recordar cómo se unen los dos aspectos del universo en el centro mismo del ser humano.
El conocimiento en sí, es una vivencia, no puede ser enseñado, sólo se puede transmitir la enseñanza, la práctica, que despertará el espíritu dormido y llevará al conocimiento trascendental. Estos métodos a veces son duras pruebas, enseñanzas de meditación, de respiración, a veces secretas confesiones que el mismo iniciado jura que jamás rebelará. Son consejos, guías que el maestro trasmite al discípulo desde una conexión necesariamente personal y kármica.
La mayoría de los buscadores, cuando hallan las respuestas, jamás las trasmiten. No se convierten en maestros, muy al contrario, continúan su vida a veces más o menos diferente externamente, por causa el toque de la sabiduría que han vivido, otras veces la experiencia los lleva a abandonar y volverse más ermitaños, y unas muy pocas veces, el despertar lleva a trasmitir aquello que se ha vivido. Normalmente esta idea de enseñanza no surge en la misma persona, sería muy arrogante que así fuera, sólo cuando el maestro reclama al discípulo que enseñe y guíe a otros.
Aquel maestro que se autodesigna como tal, dentro de un prisma del significado trascendental de la propia búsqueda y del camino, es una muestra de arrogancia y despropósito a su propio camino y al camino de otras personas. En la tradición tibetana, sólo aquel que recibió la orden expresa de su maestro puede enseñar legítimamente, cualquier otro alumno podrá trasmitir algo de lo que aprendió, compartirlo, pero no enseñar y trasmitir como él lo recibió. De la misma forma que lo sería aquél que se pone así mismo un nombre espiritual sin entender que el nombre nuevo es el resultado de la “adopción” del maestro al espíritu perdido que busca hallar el auténtico camino.
Cuando uno se pone así mismo un nombre espiritual, continúa siendo un huérfano en el vasto espacio, buscando una luz divina que le acoja y le abrace.
El maestro elije su sucesor, normalmente uno o dos, que continuará enseñando y trasmitiendo como él lo hizo. De esta forma se asegura de mantener un linaje lo más puro posible de la misma enseñanza que él recibió. En algunos casos vemos que un discípulo no elegido para ello, se dedica entero a trasmitir las enseñanzas de su maestro y en muchas ocasiones esto es algo muy mal visto porque desprestigia el linaje al no haber recibido la bendición para ello, pudiendo perpetuar la tendencia a que se formen falsos maestros de ese linaje a raíz de sus actos, y con el tiempo, ensuciando la enseñanza raíz.
Otra muestra de arrogancia es aquel discípulo que abandona un maestro creyendo haberlo superado. Ingrato y orgulloso, no aprendió lo que un maestro significa, no lo supo valorar.
Este tipo de conducta tan envenenada y orgullosa, según los sabios del Tíbet puede acarrear problemas en vidas posteriores, incluso eras enteras, pues tras otras 1000 vidas, cuando resurja la posibilidad de ser honrado y bendecido por la enseñanza de un maestro, volverá a sufrir la misma desdicha de creerse superior y pudiera volver a caer en esa mala decisión de despreciar y negar al otro.
Claramente hay maestros que se disfrazan de sabiduría, claramente hay embaucadores, hay personas que se benefician económicamente o sexualmente, claramente el inicio del camino espiritual es el discernimiento. Pero cuando una persona encontró una joya preciosa, una muestra de luz divina, aunque fuese sólo en una piedra o un helecho, aprender a honrar esa experiencia es esencial para luego aprender a diferenciar la conciencia plena espiritual de la deslumbrante y engañosa luz de la propia vanidad.
También se puede ver aquella persona que ha recibido en sueños y visiones las claves para enseñar y ha sido bendecida a través de experiencias místicas y visiones trascendentales por divinidades superiores. En este caso también estaría bien visto entregar enseñanzas, y algunos grandes gurúes recibieron las enseñanzas en sueños y experiencias clarividentes.
Aun así, para encontrar un camino espiritual no es necesario un maestro, ningún gurú entregará el conocimiento, sino la llave que accede a ese conocimiento. El maestro representa la madre que acoge, sostiene durante nuestro viaje de las vidas que haga falta, y nos entrega las claves para poder realizar. Y estas claves pueden estar igual en muchos lugares, se puede encontrar de muchas formas, pero basta con mirar, de una forma más amplia, el resultado de nuestras reencarnaciones, idas y venidas hacia el dolor y la jaula de la mente, para comprender que es sabio encontrar alguien que pueda guiarnos en ese sendero.
Este maestro, en la tradición del Tíbet, podrá acogernos o no, entregándonos refugio, amparo, y será quien nos transmita aquellas claves del camino que ya vivió.
Muchas veces este maestro no cuenta lo que él vivió, ni lo que le transmitieron, tampoco utiliza las mismas palabras ni los mismos métodos, dedica su visión al mismo iniciado entregándole justo lo que cree que puede y sabrá recibir. El discípulo sabio acepta esto y no reclama de más. Espera pacientemente.
Dentro de las enseñanzas nos encontramos una raíz esencial que son el “cómo actuar”, los Paramitas de los que hablamos.
Luego suele haber enseñanzas místicas mágicas. Esta parte de la enseñanza es viva y despierta gran curiosidad. El buen iniciado tibetano busca con ansias enfrentarse a los retos espirituales, parece celebrar las pruebas diversas del mundo mágico. Igual el chamón en Mongolia o el sabio en América, parece que tiene un especial interés para superarse a sí mismo ante estas situaciones. Las pruebas espirituales, energéticas, astrales, etéricas, se convierten en un trabajo incesante de observación y conciencia.
Por último, la enseñanza centrada en las prácticas es tan sólo una guía, una llave, no un fundamento esencial. Aun así, son respetadas como la verdad esencial, porque esas enseñanzas nos permitirán llegar a esa verdad.
Tanto ante un maestro como al Universo místico, el iniciado recibe por su gurú o por visiones y sueños las claves de aquello que justo puede abarcar en ese momento, y no más ni menos. Esa enseñanza debe ser valorada, asentada, integrada y practicada para poder dar un paso en adelante en el camino interior. Cuando el iniciado descubre que lo que está recibiendo es un tesoro, deja de buscar más, deja de leer, de indagar, de comprometerse con mil aspectos de la espiritualidad paralelos que puedan despistarle y comprende que está siendo señalado en un único punto que debe valorar. Y centra toda su atención en aquello que ha sido señalado, aunque duela, aunque parezca precario, aunque parezca humillante o absurdo. El iniciado comprende que el ese es el paso en ese mismo instante y eso justamente es lo que trabaja hasta que aparece otra señal, otra claridad que le lleva a dar un paso adelante en la práctica interior.
Los mismos sueños pueden ser algo que sirva para comprender qué aspectos están siendo ahora señalados para tener una amplia visión o más concreta. Pero normalmente el iniciado deja esta decisión en manos del maestro el cuál, con su visión interior, sabe determinar el siguiente paso del discípulo.