Muchas experiencias hacen que sintamos que hemos perdido la dignidad. En muchas ocasiones, sentimos que no nos han respetado, que se han cruzado ciertos límites. Tal vez esos límites no los conocíamos, tal vez ni si quiera sabíamos defenderlos. Cuando creemos que se han roto, nos sentimos heridos, vulnerables, frágiles.
La dignidad es un valor humano y la base de todos los derechos humanos. Justifica la capacidad de respetarnos a nosotros mismos. Se pierde la dignidad cuando una persona es humillada, maltratada, o tratada como un objeto, cuando no se respetan sus valores, ni su cuerpo, ni sus pertenencias.
La dignidad y el respeto dibujan el concepto del yo, lo protegen, lo preservan. Pongamos no un ser humano, si no un río. Un río es un algo, aunque no sepamos dónde empieza y dónde acaba. Un río riega plantas, alimenta animales, tiene un gran ciclo de vida. Sin embargo, cuando contaminamos el río actuamos en contra del río, lo rompemos, lo quebramos. El concepto de dignidad aquí es muy claro, el río ha perdido parte de él, se ha mancillado, se ha estropeado. Pero no sólo el río, si no a todos los seres que el río nutre.
En los casos extremos, la falta de dignidad actúa en forma cualquier tipo de maltrato y humillación hacia la persona, pero también se ataca la dignidad humana cuando se roba, se insulta, se degrada la fama y reconocimiento de otra persona, cuando se coacciona o se manipula a cualquier otro ser vivo.
Todas las leyes están escritas para preservar la dignidad humana, animal, natural…
Las personas que actúan en contra de la dignidad ajena suelen haber perdido la propia dignidad en algún momento, a tal punto, que desconocen los límites propios y ajenos. Las personas que maltratan la naturaleza suelen maltratar su propio cuerpo. Las personas que tratan a los demás como meros objetos, suelen sentirse ellos mismos como objetos. Las personas que roban suelen sentirse que la vida les robó.
Este echo no justifica los actos, ir contra la dignidad ajena es un gran agravio que debe reconocerse y sanarse.
Muchos libros de psicología evolutiva, muestran a los niños pequeños como carecen de ciertos rasgos relacionados con la dignidad, se les señala como egoístas, acaparadores, manipuladores, incluso tiranos… pero ¿realmente es así? Claramente no. Muchos comportamientos en la infancia están completamente relacionados con la cultura y el ambiente familiar o escolar. Los niños imitan, y prueba de ello es que otros niños pequeños, en otros hogares, en otras culturas, no muestran estos comportamientos, ni si quiera parecidos.
La naturaleza humana, igual que la naturaleza animal, es salvaje para la supervivencia, es capaz de cosas atroces, pero todas tienen un sentido y una lógica. En la naturaleza “robar” no es un capricho, el maltrato no es una realidad, incluso el abandono, tiene una razón de ser. Pero entre los humanos: matar, robar, maltratar, incluso a la propia familia, actos degradantes en contra de la dignidad propia y ajena, es algo muy común.
¿Podríamos cambiar esto con una educación que enseñe que esto está mal? No creo que sea posible. La única manera de aprenderlo, posiblemente sea comprender y respetar la libertad ajena.
Las personas deben primero y ante todas las cosas, aprender a preservar su propia dignidad. Las personas, desde la infancia, deben aprender a respetarse a sí mismas, vivir de tal forma, que tengan tan limpia la conciencia, que en cualquier momento puedan expresar el pensamiento que estén tejiendo, aunque surja de los más oscuro de su ser.
Conocer los límites ajenos es algo que se aprende en la niñez. Algunas personas que atentan contra la dignidad ajena, puede parecer que han tenido una buena educación, que han sido amados, comprendidos, entonces no comprendemos porqué no saben entender los límites ajenos, no podemos comprender cómo, si no han sido maltratados, maltratan o dañan a otros. Entonces podemos observar algo en su infancia, un abuso sutil, normalmente cuando las madres invaden su intimidad constantemente.
Cuando la madre, preocupada en exceso, actúa humillando a sus hijos y humillándose a sí misma, haciendo todo aquello que sus hijos ya pueden hacer solos: les ducha, les viste, les remueve la comida en el plato, les da de comer en la boca, les ata los cordones, les abrocha la chaqueta…está actuando en contra de su dignidad y la dignidad ajena. La madre actúa con todo su amor, pero no reconoce ningún límite. En parte es natural, pues la madre siente que sus hijos son una extensión de sí misma, entonces para ella, atar la chaqueta de su hijo de 10 años es normal, porque es como atarse la chaqueta a sí misma. Pero es un límite físico y moral irreconciliable. Imagina que te atan los cordones, que te dan de comer, que te visten, que te arreglan, que deciden por ti. Sobre todo, imagina que lo hacen mientras tú puedes hacerlo por ti mismo. Puedes pensar que no eres un niño, pero un niño también es un ser capaz de pensar por sí mismo. Por ello, el aprendizaje de los límites propios y ajenos, se empieza a enseñar justo en el momento en que el niño sabe hacer las cosas solo y se le permite hacer las cosas solo.
Un ejemplo muy curioso son los cordones, es humillante que un niño necesite que le aten los cordones, es humillante que dependa de otros para usar calzado, pero también es humillante para el adulto tener que atar los cordones a los niños. Los padres que esto lo entienden, compran calzado de cordones sólo cuando el niño sabe usarlos. Pero hay padres que compran zapatos de cordones demasiado pronto, generando esta humillación. No tiene sentido, el niño no aprenderá a atarse los cordones solo, pero al llevar esos zapatos, algo en él sabe que depende de otras personas para vestirse.
Otro ejemplo, humillante, novedoso en la crianza, son los parques de niños. Cuando muchos de nosotros éramos pequeños, la calle era de los niños. Corríamos y jugábamos en todas partes a nuestras anchas. El mundo, lamentablemente se ha vuelto peligroso, inseguro, y ya no se puede vivir así, por lo que hay unos corrales, unas zonas valladas para los niños. Ellos están atrapados, están jugando en una «zona segura», algunos hasta los 12 años. Atrapados ahí. Pero es más, sus padres o un adulto debe estar en la misma zona segura controlando su juego. Es una forma sutil de humillación donde el niño aprende que él manda. Luego ocurre algo curioso, los padres, acostumbrados a esta situación, viven y se desviven para los hijos: cuando van de vacaciones van al lugar que les gusta a los hijos, cuando eligen el menú, eligen el menú que les gusta a sus hijos, cuando se elije una película se elije justo la que les gusta a sus hijos, algunos padres incluso cambian sus amistades para tener aquellas cuyos hijos se llevan bien con sus hijos. Los padres, humillados, sin comprender los límites de la dignidad propia ni ajena, viven por y para sus hijos, enseñando que eso es normal, enseñando que eso es amor, sabiendo que el resto de su vida, el primero que elegirá, el primero que comerá, el primero en todo, será el hijo. Pero no es amor, pues rompe con todos los valores humanos. Los hijos aprenden que no hay límites en otras personas, que igual que ellos pueden elegir por sus padres dónde comer o qué comer, también lo pueden hacer con sus parejas, o con quien quieran. Aprenden que igual que ellos pueden elegir qué ruta de montañismo hacer, o qué no hacer, qué película verán sus padres, o dónde ir de vacaciones. Aprenden que elegir por otros, tomar decisiones por otros, no está mal.
En los nuevos campos de psicoterapia, este tipo de paternidad-maternidad se llama tóxica. La persona considera que está haciendo bien, considera que actúa con amor, pero sin darse cuenta, integra unos valores y un dolor subconsciente en sus hijos.
En una relación equilibrada, se elije algo que sea válido para todos por igual, que sea equilibrado. Una relación equilibrada no justifica los actos en el amor, sino que los actos se basan en el respeto, sobre todo el respeto al lugar que cada uno debe ocupar.
¿Estaba bien o mal hace años cuando éramos pequeños y al medio día tocaba ver aquellos noticieros horribles? ¿Estaba bien o mal que aquel mando a distancia era un privilegio que sólo los adultos podían controlar? Probablemente era abusivo, y eso llevó al extremo contrario en el que nos encontramos ahora, pero realmente esto ayudaba a comprender ciertos límites, límites que con los años uno aprende a poner. Parece un simple acto, el mando a distancia, la elección del menú, la elección de la ropa… parece un acto pequeño, insignificante, pero cuando no se aprenden, ¿Dónde están los límites de la coacción, manipulación para salirse con la suya, la exigencia a otras personas? Cada persona, en una relación equilibrada aprende su lugar, su espacio, sus límites, aprende a respetarlos y a hacerlos respetar.
Cuando el niño elije todo, cuando el niño es el protagonista en todas sus elecciones y se acostumbra a ver que otros hacen cosas por él porque sí, no porque les necesite. Cuando el niño aprende a ver que cocinan para él, le visten, le compran lo que piden, le lavan la ropa, le ordenan la habitación, le hacen los deberes… con estas cosas, el niño aprende que no hay límites, aprende que eso es normal que otros actúen para él, y vivan por él. Por un lado, aprende que es normal que le invadan, que le usen, que le manipulen, que hagan cosas por él, que tomen decisiones por él, aprende que no hay nada de malo en eso, ni si quiera hay nada de malo en que su madre les jabone en la ducha, o que les den de comer cuando ya saben sujetar los cubiertos solos, o que les revisen la mochila o la habitación, no hay nada de malo en controlar al otro, espiarle, porque lo han visto desde niños, lo han sufrido. Por otro lado, aprende que amar es entrar en el campo del otro, en su cuerpo, decidir por la otra persona, actuar por ella, pensar por ella, invadirla. Aprende que eso, es una forma de amor y autoridad saludable.
Luego, en las relaciones, estos límites se quiebran casi cada día, cuando uno decide por el otro, cuando uno decide sin consultar al otro, pequeñas decisiones, decisiones en público, o incluso saca a relucir los secretos o intimidades del otro sin comprender dónde están los límites de la otra persona.
Muchas personas se comportan protegiendo un disfraz, manteniendo una pose, una máscara irreal de ellos mismos, que no refleja la verdad de quien cada uno es, ni de cómo piensa ni de lo que siente, sino más bien, lo que le gustaría que otros crean que uno es.
Las personas, en general, tienden a decir una cosa y pensar otra. Tienden a pensar algo y actuar en contra de lo que piensan. Tienden a esconder sus sentimientos y actuar en dirección contraria de ellos. Pierden su energía en cosas que no desean hacer y gastan palabras en aquello que no les apetece hablar. En general, pocas personas preservan su propia dignidad, pocas personas sienten respeto ni valoran su propio honor.
La dignidad, no sólo es el respeto hacia uno mismo, también es el respeto hacia las propias creaciones, la responsabilidad y coherencia. Se trata de actuar en línea con uno mismo. Una filosofía de vida que nos lleva a evitar ir en contra de nuestros propios actos, incluso, haciéndonos responsables y comprometiéndonos con los problemas que dichos actos pudieran generar.
El concepto de los propios límites, los límites físicos, morales, espirituales…, surge en el hogar. Hay hogares muy rígidos donde las personas aprenden a poner límites y respetar los límites ajenos, aunque no siempre son los límites que les gustaría respetar, y aunque entre muchas normas, es probable no tener en cuenta si estas limitan el desarrollo y expresión natural de cada uno. Hay otros hogares que, al contrario, son libres, nada represores ni controladores, donde aparentemente permiten a la persona crecer y respetan al otro, pero donde se pierde el aprendizaje para poner límites, la capacidad de diferenciar dichos límites, donde se evade la responsabilidad ante los propios actos, porque se valora más la expresión, la libertad y la espontaneidad, que el compromiso que cada uno adquiere con sus propias acciones.
Cualquiera de estas situaciones extremas, genera una pérdida de la dignidad, o del respeto hacia uno mismo. O, más común, la falta de un aprendizaje equilibrado y sano sobre la propia dignidad, el autorrespeto y el compromiso con uno mismo.
El mayor desafío en el trabajo del respeto, el autorrespeto y la dignidad, es la necesidad de ser honestos y responsables. No basta con pedir perdón, da lo mismo lo que hayamos podido pensar o hacer, no se trata de pedir perdón, sino de asumir las responsabilidades. El respeto se pierde cuando uno no asume las responsabilidades. Pedir perdón, pensar que hicimos lo que hicimos de buena fe, incluso que no éramos conscientes de lo que estábamos haciendo, no arregla el quiebre que tiene la persona consigo misma.
En el ejemplo que pusimos antes del río, no basta con pedir perdón. El río está contaminado por nuestras acciones, no importa que fueran inconscientes, es una realidad generada por nuestras acciones, entonces toca limpiar el río, toca transformar nuestros actos y responsabilizarnos de lo que hemos hecho.
Cuando una persona siente que actuó en contra de la vida, que hizo daño, lo normal es que se sienta mal. Esta conciencia y remordimiento, es algo que en política y sobre todo en medios de comunicación de masas se utiliza para generar cambios en la población. Se busca que la población se sienta culpables por algo, algo que por su puesto no han hecho y tampoco pueden resolver, algo que a lo mejor no existe, y su culpa los lleva a aceptar cosas que no aceptarían de ninguna otra manera. Esta manipulación la observamos, por ejemplo, en el mismo ejemplo del río. Una persona va una tarde al río y tal vez tire un papel o algo al río, tal vez esa visita manche el río, lo estropee, pero una fábrica que utiliza el agua del río para limpiar sus productos, o para soltar desechos químicos, esa sí está dañando el río. La publicidad es que ese pequeño consumidor contamina el agua, o que ese pequeño consumidor está agotando las reservas de agua. Le hacen sentir culpable, le hacen sentirse responsable, pero es una manipulación. Todos sabemos que el problema de las aguas, de la contaminación, de los incendios, no lo generan los ciudadanos de a pie, ni el pequeño consumidor, ni el pequeño empresario, que son las políticas de macroempresas, y de gobiernos que se benefician con estas empresas. Sin embargo, la culpa y el remordimiento hacen que la gente actúe, que acepte medidas que les limitan a ellos.
Los medios de comunicación de masas utilizan estos conceptos, la dignidad es algo que se quiebra casi en cualquier personaje ficticio en cualquier medio. Los actos más terroríficos se justifican en estos medios porque, quien los causo tenía buenas intenciones, o se sentía mal, o se sentía dolido. También aprendemos en los medios de comunicación de masas que cuando uno pide perdón, el mundo entero le ayuda y desde ese momento todo queda perdonado y todo funciona bien. Los medios de comunicación de masas enseñan que robar, matar, agredir a otros está bien siempre que el otro sea mala persona, o tengamos una buena razón, o simplemente está justificado porque somos personas que hemos sufrido mucho.
Los medios de comunicación de masas manipulan constantemente, pero «por tu bien», enseñándonos que tomar decisiones por otros es algo bueno, siempre y cuando consideres que sabes algo que crees que el otro no sabe, entonces, la «verdad» de unos pocos, o la verdad impuesta, se convierte en un arma, un arma social, de manipulación, de coacción, que atenta contra la dignidad humana, contra la libertad de elección. De la misma manera que cuando a un niño sus padres les dicen que harán lo que ellos digan porque sí, porque ellos saben mejor que sus hijos lo que les conviene, o que ni si quiera les consultan, sin embargo, los padres darían su vida por sus hijos, ¿pero realmente creemos que gobiernos, multinacionales, medios de comunicación… están llenos de gente preocupados por las personas, que saben más que ellas en todos los aspectos y que darían su vida por los demás? Sin embargo, cuando de niños no aprendimos a ver manipulación ni cómo se quebraban los límites personales dentro de casa, ¿Cómo sabremos ver la diferencia ante algo más grande que nosotros mismos?
Jugar con los valores y con la educación de los valores humanos, sólo degenera dichos valores, y no podemos olvidar que son valores universales, atemporales, que tarde o temprano renacerán con fuerza obligándonos a cada uno de nosotros a responsabilizarnos de nuestros actos, a ser coherentes, comprometidos con nosotros mismos, a respetar y respetarnos. Independientemente de que aprendamos que algo está bien o mal, dentro de cada ser humano hay una pequeña brújula interna que generará un conflicto en nosotros mismos cuando actuamos en contra de lo que sentimos que está bien o mal.
El trabajo espiritual es sencillo, realmente sencillo.
Se trata de trabajar la honestidad, para salir de la culpa y el remordimiento, para actuar de forma respetuosa y responsable con nosotros mismos.
La culpa y el remordimiento nos paralizan, generan un sufrimiento y una carga. La responsabilidad nos libera, nos hace sentirnos en paz con nosotros mismos.
Se trata de reflexionar sobre estas situaciones en las que hayamos podido sentir que hemos perdido la propia dignidad, ya sea por causas ajenas a nosotros o que nosotros mismos lo hemos generado. Se trata de observar cómo nos hemos sentido y en qué ocasiones hemos podido hacer sentir a otros así.
Se trata de observar qué situaciones nos rodean, generando culpa, remordimiento, dolor, situaciones de las cuales seamos testigos directos para comprobar que no estamos siendo influenciados por información filtrada o parcial.
En muchas ocasiones esta meditación hace que comprendamos cómo funciona la culpa, cómo el ego parece proteger al dolor cristalizándolo en forma de remordimiento. Parece que es un dolor que no nos permite avanzar, nos limita, nos quiebra, nos anula.
Los cuentos de hadas son sabios en este aspecto, mostrando como los personajes malvados, aquellos que van contra el alma, contra el ser, como pueden ser la madrastra, que representan esos aspectos de nuestro ego que intentan protagonizar la vida, lo primero que hacen es intentar anular nuestra esencia. El ego, tras el dolor, tras la culpa, crece y busca una justificación para quebrar el alma.
Entonces, cuando meditamos en el dolor, abandonamos el ego, abandonamos las creencias y la culpa. No buscamos sanar el dolor, sino observarlo, escucharlo, comprenderlo. El ego al contrario busca cambiarlo, esconderlo, romperlo, justificarlo. Cuando nuestra meditación se pierde, aparecen pensamientos, ilusiones, que analizan el dolor y lo excusan. Aparecerán también imágenes y recuerdos que justifiquen nuestros actos. Pero a la conciencia, al alma, le importan poco las excusas, sólo busca vivir la verdad.
Así, observando, podemos meditar en el dolor escuchándolo y abrazándolo. Tomando conciencia de él.
Al hacerlo así, el trabajo se vuelve sencillo y liberador