A todos nos asustan los compromisos, nos asustan las promesas, y muchas veces las utilizamos a la ligera. La palabra, hace años dejó de considerarse sagrada, y aquello que en el pasado se sellaba con una sola afirmación, hoy día requiere un contrato, testigos y recordatorios, pues la palabra, que antes era ley y motivo de honor, hoy no tiene apenas valor.
El miedo al compromiso de nuestra sociedad es innegable, y las repercusiones son nefastas para cada persona.
Cuando decimos que vamos a hacer algo y no lo hacemos, parece que perdemos una parte de nuestra energía, de nuestro poder personal, de la confianza en nosotros mismos. También cuando decimos que vamos a hacer algo y luego no lo hacemos, o lo abandonamos en el camino, los demás van perdiendo la fe en nosotros mismos, nuestra palabra empieza a perder fuerza. Con cada afirmación abandonada, con cada decreto roto, nuestra voz pierde más y más poder personal.
En un momento dado, casi pudiera decirse que alguien habla por hablar, que su voz carece de fundamento.
Las palabras tienen mucho más poder del que creemos, y aprender a utilizarlas es vital para recuperar confianza y voluntad.
Antes de iniciar un viaje, una aventura, un compromiso, lo ideal sería mirar hacia dentro y comprobar que el camino que queremos realizar esté en afinidad con nuestro corazón. Una vez realizado, podemos acceder a una fuerza superior, para ello se pedía consejo a los mayores, a los padres y abuelos, a los antepasados o a la divinidad. En el pasado, tras recibir esa bendición interna y externa, la persona ponía su logro en manos de la divinidad, dejando que fuera Dios quien eligiera si habría o no habría éxito en su aventura. Y entonces decretaba que sí lo haría. De aquí vendría la palabra, el compromiso y la certeza de que uno haría lo posible para que todo saliera bien.
De aquí surge la palabra “promesa” y su origen etimológico.
Pro = antes de
Miso=Missa, missus = enviar
Missa viene del verbo Mittere, meter, pero significa enviar, arrojar. Se utilizaba en las despedidas de las ceremonias, cuando el sacerdote acababa, decía:
Ite, missa est (Id, son enviados)
Que de alguna forma señalaba que ya tenían la bendición para continuar sus vidas. Y los fieles respondían:
Deo gratias (Gracias a Dios)
De este término missa deviene la palabra misa referida a la ceremonia religiosa, y también promesa.
Promesa vendría a significar ese pacto con Dios que realizamos antes de seguir nuestro camino. Algo así como encauzar nuestro camino a esa bendición recibida por Dios.
Es una forma de decretar que ponemos nuestra voluntad al servicio de Dios y al servicio que nos ocupa el camino que Dios nos está mostrando.
Es una forma de unir el alma y el corazón a nuestras acciones, por lo tanto, es un compromiso, no de acción y mente, si no de alma y corazón.
Del término “promesa” deriva “compromiso”, viniendo a significar:
Con= dentro de
Pro=antes de
Miso=Missa, missus = enviar
Se trata de actuar dentro de la promesa realizada. Se trata de poner la voluntad al servicio del camino para el cuál hemos sido bendecidos, el que hemos aceptado, el que asumimos desde el cuerpo, la mente y el espíritu. Compromiso es una palabra bella, que designa voluntad, servicio de corazón y asume que estamos en el camino que sentimos desde el corazón, y que apostamos por él.
Las personas no tienen pánico al compromiso en sí, sino a lo que designa su corazón. Pues el corazón manda, el corazón ordena. No se puede negociar con él, ni se puede delegar, ni postergar. Cuando el corazón señala una dirección, la vida entera se dirige ciegamente y sin dudar.
Cuando en este tiempo las personas estamos tan separadas de nuestro corazón y nuestra alma, cuando nuestras acciones están tan separadas de nuestra esencia, es normal tener miedo a las promesas, significan algo que no podemos entender. Los compromisos son mucho más desafiantes, pues requieren que el alma y el corazón, dos fuerzas que aterran en este tiempo capitalista porque son incontrolables, estén al servicio del camino, de la aventura nueva.
Pero imagina por un instante vivir la vida de tal forma que cada paso estés totalmente conectado con tu alma, que sientas cada paso que das y que te conmuevas con la vida, que permitas que la vida te cambie, que seas parte del camino porque sepas que tu paso dejará unas huellas imprescindibles para que te sigan quienes vienen tras de ti. Imagina por un instante saber que eres parte de la vida y que tus actos tendrán repercusiones en el camino que elijas y en otros. E imagina que caminas sintiendo lo que haces, sabiendo que es justo lo que debes hacer, lo único que puedes hacer, tu camino, tu destino. Imagina levantarte cada día comprendiendo que tu vida es tuya y de nadie más, y es justo lo que tienes que vivir.
Entonces surge una forma de gratitud mucho más profunda y serena. Una gratitud a poderes superiores que a veces negamos, que el ego niega por creerse partícipe, creador y manifestante. Surge una gratitud consciente de que tu vida pertenece a fuerzas superiores que te bendicen cada día de tu vida.
Y de esa gratitud y de esa clara consciencia, surge el compromiso, no al otro, sino al camino que escoges desde esa conexión del corazón y la mente, del alma humana y el espíritu divino.
Entonces hay una promesa, un compromiso serio, firme, un rendirse al destino que tu corazón ha planteado para ti.
Temer los compromisos es normal cuando la mente y el corazón están divididos, cuando no somos capaces de escuchar nuestros sentimientos.
Amar y sacrificarse en los compromisos es muy fácil cuando sentimos con fuerza nuestro corazón, y una ardiente fuerza llamada voluntad nos impulsa a actuar, a trabajar, a vivir, a ser.
Aprender a comprometernos es aprender a escuchar el corazón y asumir que es el maestro y el sabio en nuestra vida. Es rendirnos a las fuerzas del alma y aprender a fluir con el destino que lo más profundo en nosotros mismos nos tiene dibujado.