Desprecio

En esta época intensa en que vivimos, el desprecio es parte del día a día. Una actitud con la que todos convivimos. Desprecio por los que piensan diferente, desprecio de algunas mujeres hacia los hombres, de algunos hombres hacia las mujeres, desprecio de mayores hacia niños, desprecio hacia el de otra cultura, desprecio a quien tiene la piel diferente, desprecio de quien fracasó hacia quien fue exitoso, del pobre hacia el rico, del adinerado hacia el mendigo, desprecio del trabajador hacia el jefe, desprecio hacia el amigo cuando triunfa. El desprecio está presente en esos pequeños gestos, el lenguaje, el temor a lo desconocido, la ignorancia y el maltrato.
La diferencia de otras actitudes negativas, el desprecio muchas veces no es tan visible. Con actitudes, gestos, palabras peyorativas, la persona que desprecia muestra una total falta de respeto y una nula empatía hacia el otro.
Damos valor al rencor, la culpa, el temor, la ira, pero pocas veces notamos el desprecio y lo que conlleva.
El fin del desprecio, siempre es dañar. Consciente o inconscientemente, quien desprecia desea que el otro se sienta mal. El desprecio busca dañar de una forma más sutil que con la ira o el rencor: humilla, desalienta y hiere negando a la otra persona y situándola en un lugar inferior y vulnerable.
Aunque se pueda considerar un daño leve, el desprecio genera daño psicológico y emocional, humillación, vulnerabilidad y atenta contra la dignidad humana, no deja de ser una forma de marginación y maltrato.
En un nivel extremo tendríamos las personas que sufren el síndrome de Procusto, aquellos que desprecian a los que son diferentes o todos los que son exitosos, pues su fuerte miedo a no tener el control o no ser superiores, les llevará a denigrar a todos los que sobresalgan o pongan en peligro su posición.
Normalmente en psicología, al igual que con el resto de actitudes negativas, se trata el desprecio desde el prisma de quien lo sufre. Es fácil describir y tratar a la persona maltratada, aunque podemos intentar comprender dónde surge el dolor que puede llevar a una persona a despreciar, a fin de poder lidiar con ello y cambiarlo.
Para dar una pista donde nace el desprecio, comprendamos que cada veneno se transforma en su opuesto, y cuando transformamos el desprecio en su opuesto, generamos admiración, justo lo mismo que cuando transformamos la envidia en su opuesto. ¿Significa que el desprecio nace de la envidia? En gran parte sí, aunque el desprecio toma variantes significativas.
Una persona desprecia por que se defiende del reto de cambiar, porque las diferencias del otro representan lo desconocido, o sus propias vulnerabilidades, desprecia para proteger sus ideales, sus actitudes o su propia persona, desprecia también por envidia, enojo o rabia.
Cuando una persona desprecia por envidia le será difícil encontrar la envidia.
La envidia se habrá convertido en una espina en el corazón profunda, y quien sufre esa envidia ya no la puede diferenciar, entonces siente rabia, enojo, juzga al otro y sólo ve el juicio. Piensa que el otro es inferior, cuando le ve siente temor, o rencor. La persona ya no puede ver la envidia. Pierde su tiempo en ese juicio, y cuando ese juicio va tomando más y más forma, la envidia duele más profundo en el corazón, entonces la persona transforma el juicio en desprecio. Maltrata, mira mal, habla mal del otro o incluso insulta. Con gestos, palabras o actos, sitúa a la otra persona en un lugar oscuro y negativo con el objetivo de dañarla. Y cuanto más profunda sea la envidia que quien la sufre desconoce, más profunda será el dolor que querrá generar en el otro: un dolor personal, una humillación pública, un dolor moral.
La persona envidiada sólo siente ese dolor. Siente que le desprecian, le apartan, le limitan o le temen. Siente el juicio y el dolor generado. Siente la falta de respeto y la falta de amor.
Quien genera ese desprecio que surge de la envidia, jamás comprendería que el dolor original fue la envidia. Se alegra cuando el otro sufre, muchas veces creyendo que el otro “aprenderá la lección”, busca la venganza, o se regocija en el dolor ajeno.
Cuando mayor sea la envidia mayor es el disfrute si el otro sufre.
Por ejemplo, el rico que pierde su dinero, el exitoso que tiene problemas en su negocio o la mujer rechazada. Quien sufre desprecio, despreciará hasta regocijarse en el dolor ajeno, cuando por fin descansará de su desprecio y sentirá una ligera tranquilidad sádica. El único inconveniente es que la raíz original de su desprecio no se trató, por lo que se continúa sintiendo la envidia original, la cual se irá transformando, se volcará hacia otra persona, y a otra y a otra. Porque la envidia no tiene dueño, ni color, ni forma.
La envidia tan sólo es una semilla negra de la sensación ilusoria de separación. De no sacarse continuará generando sombras de separación que entregando sufrimiento.
La persona que sufre desprecio desde la envidia, empezará a generar gestos y actitudes negativas de desprecio hacia los demás. Posiblemente los vuelque en base a su identidad, por ejemplo, despreciar a las personas que son de tales creencias, de tales países, de tal sexo…
Tras ese desprecio y todos esos gestos negativos, encontraremos una incapacidad de admirar, de respetar y de amar, pues si no hay admiración y respeto, tampoco hay amor.
La envidia, como una espada de doble filo, no sólo hace daño a quien va dirigida, sino sobre todo a quien la genera. Esa persona poco a poco se sentirá más lejos de los demás, incapaz de amarlos y comprenderlos, no podrá sentir admiración ni respeto por las personas que más profundo tocan en su corazón, pues rápidamente sentirá envidia y sin darse cuenta, tendrá gestos de desprecio por las personas que más ama.
Se podrá trabajar el desprecio en los pequeños gestos, primero aprendiendo a escuchar, a mirar, sin gestos, sin dar por sentado lo que creemos que el otro dirá, aprendiendo a escuchar en nuestro propio rostro y en la propia palabra, un lenguaje o formas irónicas inconscientes que su objetivo real sea dañar o ridiculizar. El desprecio se mostrará de una forma muy sutil, por lo que en algunos gestos no seremos capaces de encontrarlo. La ironía, las imitaciones, los chismes o incluso los gestos mientras nos comunicamos, serán muestras de ese desprecio.
Durante este trabajo evitaremos creer saber que le ocurre al otro o si el otro sufre lo mismo que nosotros. Una de las premisas más importantes para captar la necesidad de centrarnos en nosotros en vez de en otros al intentar observar nuestras formas de desprecio, es la rapidez con que la persona que guarda esa oscuridad de separación en su corazón, generará un juicio sobre el otro: hoy tiene mala cara, se le ve mayor, seguro que piensa esto, cada día está peor, ha engordado….
La sombra de separación, cuando uno ve a otra persona, hará que dejemos de sentir la alegría del encuentro y rápidamente sintamos el juicio, y muchas veces negativo o despreciativo, el cual señalará todos los defectos. Entonces el amor se enturbia, el sentimiento de alegría, la admiración, la dicha, se enturbia, se ensombrece.
En el desarrollo personal toma un aspecto muy oscuro, cuando la persona cree saber la capacidad del otro de sentir, de estar conectado, de vivir el amor. Interesante cuando el desprecio le hace creer a uno que puede saber lo que el otro siente, piensa o ama o la calidad de su sentimiento. Incluso haciendo creer al envidioso que puede saber quién está realmente conectado y quién no, quién ama y quien no. Pero realmente tras ese juicio hay un problema intenso de sufrimiento por una sensación ilusoria de separación que genera juicio, desprecio y temor.
Entonces iniciamos el trabajo intentando observar en nosotros todos esos gestos, palabras y actos que atentan contra la dignidad ajena, pero no que atentan de una forma clara, sino pequeños gestos de desprecio, miradas, palabras o incluso pensamientos que inconscientemente buscan generar daño o defender nuestra sensación separación.
Para hacer esto más claro, es bueno tomar nota, escribir en algún cuaderno todo aquello que sentimos que estamos haciendo con desprecio. Y al apuntarlo obligaremos a nuestra mente a no desenfocarse en esta labor.
Tras esto o mientras tanto, iremos descubriendo dónde nace ese desprecio. Dónde nace el gesto, la palabra o la actitud hiriente. Buscaremos su origen y muy posiblemente, lo primero que captemos es que el dolor original nada tiene que ver con la persona a quien va dirigido el desprecio.
Cuando con sinceridad abrimos nuestro corazón sentiremos el vacío ilusorio, no la vacuidad plena de la consciencia, sino un vacío, un hueco, como una nube oscura que enturbia nuestra mente y no permite que haya luz.
Cuando más nos hayamos alejado de nuestros verdaderos sentimientos, más grande será la neblina que percibamos.
Pudiera ser que la persona que hace este ejercicio note que quiere mantener esa neblina, pues es cómoda. Es cómodo a veces ya que nuestra vida artificial está basada en esa neblina. La falta de amor, de sinceridad, de tranquilidad, la falta de transparencia en el trabajo, en la propia vida, surgirá de esa neblina. Una neblina que no permite que veamos ni que amemos. Es posible que al quitarla no nos guste descubrir que muchos aspectos de la vida se han formado sobre una ilusión de separación, o que hacemos daño a las personas que más amamos, o que no somos capaces de admirar al otro o de alegrarnos por sus victorias, sino que hay regocijo en su sufrimiento.
No es posible aprender a amar, el amor ya está, solo hay que vivirlo, no es necesario aprender. Simplemente hay sombras que enturbian la luz de nuestra mente, generando ilusiones que nos alejan de la realidad. Y la ilusión de separación será tal que no nos permite vivir el amor.
No tenemos que gastar fuerzas en vivir el amor, el amor no cuesta esfuerzo alguno, ni sombra. No hace falta aprender a amar porque todos sabemos. Pero sí debemos gastar energías en disolver todas esas sombras para que la luz ilumine nuestras mentes, y en esa luminosidad, toda envidia, enojo, rabia, apego, separación, se disolverá, entonces podemos sentir el amor, la admiración y vivir en la claridad.
Luchamos con nuestras sombras transformándolas, las utilizamos para que se conviertan en el mismo antídoto ante el veneno que representan
Cada veneno se transforma justo en su antídoto.
Aquella persona que ha sufrido la humillación, el desprecio, la ira, el maltrato, la envidia o la humillación. El trabajo será el mismo. El sentimiento que se vive es el mismo, el dolor de separación, la misma sombra desde otro ángulo.

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