El objetivo del camino interior es el autoconocimiento. No podemos olvidarnos de esto, pues de demorar la mirada hacia uno mismo, quien avanza en una búsqueda espiritual, simplemente estará creando una ilusión de sabiduría y conocimiento trascendental.
La meditación en el día a día no es otra cosa que mirar hacia uno mismo, para conocerse, descubrirse, amarse.
Muchas personas caen en el error de confundir esta mirada con una férrea disciplina de autocontrol, censurando todas las partes de uno mismo que no les gustan, generando una apariencia de perfección, evitando toda espontaneidad y frescura. Cuando la meditación es una forma de corrección de la mente, tarde o temprano, las sombras de uno mismo aparecerán en forma de ego espiritual. En estos casos la ilusión de sabiduría es tan fuerte que la persona realmente cree poseer algo, realmente cree saber, sus supuestas experiencias místicas son tan intensas que le apartan de la realidad. Su ego le lleva lejos, le elevan, pero le separan del resto del mundo.
La meditación como una forma de mirada amorosa hacia uno mismo entrega calma, paz, bienestar. La mente se expande y se calma y se logra una mirada consciente y constante de amor.
La meditación como una forma de mirada autoexigente, genera soberbia, y una falsa experiencia espiritual. La mirada se contrae, la mente se turba ante todo lo considerado “negativo” y está en constante desaprobación.
Así muchas personas del camino espiritual viven en la censura de lo que está bien o mal, o en conocimientos que han leído, aplaudiéndolos y repitiéndolos pensando que leer es lo mismo que vivenciar.
Cuando con sinceridad vivimos el camino interior, no buscamos nada, no anhelamos nada, sólo nos rendimos a la fuerza atroz que hay en nuestro corazón, la cual no podemos controlar. El verdadero meditante se rinde. No le queda otra, no puede seguir luchando y se rinde. Pero no se rinde a poderes superiores, ni se rinde a conocimientos que aparecen en libros, ni a frases hechas, se rinde a su propia experiencia vital, a sí mismo. Entonces busca conocerse, porque de alguna forma comprende que toda la lucha de su vida surgió cuando intentaba escapar de sí mismo, cuando se evitaba e intentaba ser cualquier otra persona.
Uno se rinde y mira hacia dentro, como quien está buscando una hormiga en una gran montaña. Día y noche mira hacia dentro para conocerse. Día y noche busca en cada instinto, cada pensamiento, cada gesto, preguntándose quién soy, preguntando, dónde surge esto que soy, observando. El observador cobra fuerza durante años olvidando el mundo externo y descubriendo cada rincón de la conciencia, de la manifestación, de uno mismo. No censura, no cambia, simplemente camina profundizando hacia dentro de sí mismo.
Un día, sin esfuerzo, algo ocurre, algo extraño de lo que nadie se percata cómo, ni qué pasó. Un día la mirada del observador desaparece, como si nunca hubiera estado ahí, y surge el estado contemplativo de la mente.
Es como si no quedase nada que buscar, porque ya se ha encontrado todo.
El buscador sabe que no ha encontrado nada, por es imposible poseer nada. La mirada de la contemplación no posee, no analiza, no encierra nada. Aun así, sigue atenta, constante y consciente, porque la vida es así, constante, consciente. La vida no se detiene, no tiene un paréntesis, no hay nada en la vida que de pronto descanse. Toda la existencia es. De la misma forma, la mirada contemplativa es una experiencia constante y consciente. No se busca nada, porque no se ha perdido nada, no se tiene que entender nada, porque no hay nada que entender, simplemente es.
El camino interior que anhela este momento también está equivocado, el camino interior que anhela un estado mental, también se pierde en ninguna parte. Porque el camino interior no pretende, sólo es un abrazo y una mirada constante y consciente hacia uno mismo.
Calmas a un bebé que llora hasta que deja de llorar, luego lo contemplas con cariño.
Calmas a tu alma que grita hasta que deja de gritar, luego contemplas la experiencia con cariño.
Esta contemplación no significa que sepas todo, igual que cuando calmas al bebé que llora no significa que nunca más vaya a llorar, sigues presente sosteniendo al bebé.
Y cuando comparamos la madre con el observador, podemos comprender qué tipo de mirada tienes hacia ti mismo ¿Qué tipo de madre eres para ti mismo?
Una madre muy apegada no permitirá al bebé crecer, ni ser, una madre con una mirada puesta en la preocupación, en la necesidad de sanación, en el dolor, no conocerá bien a su bebé, porque no le permite ser, lo corrige, lo guía, lo controla, lo atrapa en su abrazo intentando que su bebé sea perfecto, porque no acepta ninguna otra realidad.
Una madre muy desapegada, tendrá una forma de observar y cuidar al bebé muy débil. Tratará al bebé como si ya fuera un sabio, como si no necesitara ningún tipo de abrazo. Le dejará sólo y tampoco le conocerá. Ante sus gritos, su dolor, su temor, no hará nada. Ante sus caprichos, sus deseos y sus debilidades, tampoco hará nada.
Una madre en equilibrio, abraza con amor, mientras sostiene la vida que está desarrollándose de forma natural.
En un trabajo profundo, en una mirada interior profunda, uno debe también conocer qué tipo de mirada ejerce hacia sí mismo. En un trabajo profundo uno debe también observar cómo es su propia observación.
Por momentos mira la mente, los deseos, la postura, la actitud, la experiencia que se manifiesta en uno mismo. Luego observa con qué tipo de mirada está observándose a sí mismo; qué tipo de madre es para uno mismo.
Así un día y otro, hasta que uno conoce todos los deseos, todos los pensamientos, hasta que no puede haber autoengaño, porque uno se ha mirado con atención cada instante, sin censurar ni añadir, sin cambiar ni negar, se ha mirado para conocerse y descubrirse. Entonces no hay autoengaño, no puede haber mentira, no puede haber hipocresía. Entonces no existe incomodidad, ni tensión, ni lucha, uno se conoce y se abraza a sí mismo.
A la vez, uno ha observado su propia forma de mirar hacia sí mismo, uno ha observado y conoce la manera en que se ha tratado, sus temores, aquello que quería cambiar, aquello que no quería aceptar, ha conocido y superado las pruebas de su propia mente, ha conocido a su ego y lo ha visto. No hay engaño, no hay mentira, porque es consciente de cómo se mira a sí mismo. Entonces hay paz.
El camino interior sólo es un camino de autodescubrimiento. Sin embargo, mientras uno lo realiza, aprende a aceptarse, amarse, se descubre. Luego, llega un momento en que no hay nada que buscar, no porque se hayan abierto todas las puertas y la conciencia de uno mismo sea plena, sino porque ya no se teme abrir esas puertas. Uno ya no rechaza mirar hacia sí mismo.
Cuando una persona vive con la verdad, realmente significa que toda forma de autoengaño que el estado de somnolencia en que normalmente vivimos, sin saber qué hacemos, porqué hacemos lo que hacemos, porqué deseamos lo que deseamos o tememos lo que tememos, ese estado de somnolencia que nos lleva a actuar inconscientes y mecánicamente, desaparece.