Hubo una vez un joven en los montes Altai de Mongolia que aprendía de un gran maestro anciano. Tras varios años acompañándole en todo el maestro envió al joven aprendiz a las montañas. Le dijo:
-Ya es el momento, sube, y tras 10 días desciende. Por favor, a tu regreso tráeme un poco de leña de la montaña alta para que pueda realizar una hoguera para un ritual sagrado.
El joven aprendiz emocionado agradeció a su maestro la oportunidad que le brindaba y subió a la montaña donde permaneció por 10 días.
Tras 10 días sin comer ni beber el joven ya había sufrido casi todos los tormentos de la mente, ansioso por lograr lo que su maestro le había pedido y demostrar que era un fuerte y gran iniciado, permaneció inmóvil meditando en la montaña, supero el hambre, la sed y orgulloso de sí mismo descendió el último día con su maestro para demostrar que había superado la prueba.
Cuando regresó el maestro directamente le preguntó:
-¿Dónde está la leña que te pedí?
El joven iniciado simplemente contestó:
-Las olvidé maestro.
El joven no entendía como a su maestro no le importaba la gran esperiencia que había tenido. Estuvo sólo en lo alto de las montañas por 10 días. Superó el hambre, la sed, los miedos, el frío. El maestro sólo le preguntó por la leña.
-Regresa. Permanece allí otros 10 días y cuando regrese ahora no olvides traerme la leña para realizar una hoguera.
El joven lo comprendió: el maestro le había escogido a él. Había estado tan orgulloso pensando en sí mismo y en su proceso personal que había olvidado la inmensa oportunidad que el maestro le brindaba. Se sintió conmovido por la gran paciencia de su maestro y comenzó a sentir una devoción y una fe en él como jamás antes había sentido.
Ahora subió a la montaña y meditó en esta fuerte unión, meditó en las palabras del maestro, en sus enseñanzas, en su vida gloriosa, en la fe que tenía en su maestro. Meditó y comprendió que su maestro era la amabilidad del cielo en la Tierra y así, tras 10 días sintiendo una gran devoción y fe, sin importarle el hambre, la sed y el frio prolongados de su subida anterior, subió a lo más alto de la montaña buscando un árbol anciano que allí vivía.
Se subió al árbol y recogió las más frondosas ramas frescas para su maestro, comprendiendo que su maestro sólo podía recibir ramas valiosas como aquellas.
Cuando regresó emocionado de reencontrarse con su maestro, el anciano ni si quiera le miró a los ojos, fue directamente a tomar las ramas y cuando las vio dijo:
-No me valen. Estas ramas no me sirven, son demasiado verdes. Regresa otros 10 días a lo alto de las montañas y cuando regreses tráeme un poco de leña de la montaña para realizar una hoguera.
El joven discípulo ya no podía más, vencido se sintió completamente defraudado consigo mismo, tras 20 días sin comer ni beber, superando los desafíos de la montaña, regresó a lo alto del monte Altai. Allí se sentó en una roca y comprendió como su maestro le había abandonado, le había enviado a la muerte. Su maestro no había visto en él ni un destello de luz, por eso ahora le enviaba a la montaña, no podría resistir 10 días más sin comer ni beber, se sentía débil, abandonado, vencido, rendido, y allí se sentó esperando la muerte. Pasó un día, dos, tres … Meditó en su vida, en lo que había echo, en lo que había abandonado, en lo que había superado y lo que no. Con la mente clara se miró a si mismo y se rindió a la muerte.
El décimo día, sin darse cuenta, el joven ya estaba esperando que la muerte llegase en cualquier momento, con la mente en paz, sereno, sintiéndose completo, y justo en ese día vió frente a el lugar donde había estado sentado todo el tiempo unas pocas ramas secas de la montaña. Así pensó rápidamente en su maestro y pensó: “Le voy a llevar a mi maestro estas ramas para que haga su fogata y regresaré para morir más tarde!.
Se sintió feliz de poder ayudar a alguien, mucho más a su maestro, antes de su muerte.
Recogió las ramas y sin creerlo caminó fácil, parecía que su cuerpo no le pesaba. Lleno de alegría y paz llegó donde su maestro quien le estaba esperando para realizar una hoguera especial. Así le dijo:
-Ahora amigo, lo has encontrado.
-¿Qué encontré maestro? ¿Las ramas?
-No. En tu viaje te encontraste a ti.
Juntos al rededor de la hoguera comieron y bebieron y el discípulo aprendió cómo hay que liberarse del ego en cualquiera de sus formas para poder encontrarse con uno mismo.