A veces de niños no regalan un cajón secreto, un diario, un lugar para nosotros solos. Y es nuestro secreto. Se hace precioso aprender a cuidar la intimidad desde algo que sabemos que sólo nosotros y las personas que elijamos podrán descubrirlo. Y se hace muy feo cuando vemos como otro invade ese espacio, husmea en él o hablan de su interior. Nuestro secreto queda expuesto y sentimos una mezcla de vergüenza y decepción. A veces el secreto es algo más que un juguete y entonces llegamos a sentirnos totalmente invadidos, desnudos.
Aprender a cuidar nuestro espacio personal es desafiante. Aprender a ser asertivos. A delimitar nuestro espacio.
Las personas, cuando no aprenden esto, fácilmente invaden el espacio ajeno, ignorando el daño que les producimos a los demás.
Invadimos a los demás cuando tomamos decisiones por ellos, cuando contamos sus secretos, hablamos de ellos cuando no están, pensamos por ellos, publicamos fotos suyas o simplemente las mostramos. Cuando les abrazamos, tocamos o besamos y no lo desean. Cuando curioseamos en su vida, indagando y buscando algo en su intimidad, en sus emociones, en su mente.
Es fácil invadir el espacio personal de otro, cuando aconsejamos o creemos saber que es mejor para el otro. O cuando sentimos la responsabilidad de tomar decisiones por los demás. Cuando pedimos explicaciones, cuando invadimos en su tiempo o reclamamos, cuando no valoramos su intimidad. Sobre todo, cuando no sabemos reconocer dónde acaba nuestro espacio y empieza el de la otra persona.
Tal vez estemos más pendientes de los demás que de nosotros mismos. Tal vez volquemos nuestra vida en “ayudar” olvidándonos de nosotros, y tan sólo estamos desconfiando en la capacidad innata del otro de vivir y responsabilizarse de sí mismo.
La intimidad no sólo es un secreto, ni lo que vivimos cuando nadie más mira. La intimidad es el espacio de amor que surge en la relación con uno mismo.
Algunas personas, en la búsqueda de amor propio amplían ese espacio. Lo van sembrando y cultivan con respeto y cariño, generando un tiempo y un espacio de estar a solas consigo mismos, generando cada vez más autoconfianza y equilibrio.
Cuando nos invaden y nos sentimos totalmente indefensos, vulnerables. Perdemos incluso la capacidad de decir si o no, la asertividad. Dejamos de tomar conciencia de dicha intimidad y mostramos nuestro mundo interior maltratando dicho espacio. Desde preguntas: ¿en qué estás pensando? A las que no sabemos responder con un silencio respetuoso con nosotros mismos, hasta imperativos de: Dime que me amas.
Cuando el valor de la intimidad y el autorrespeto está roto, una persona puede sacar a relucir sus opiniones, sus sentimientos, los ideales, incluso su cuerpo o la imagen del cuerpo, puede buscar provocar con pensamiento, emociones y físicamente llamando la atención, y sin darse cuenta, autro-agrediéndose y mermando cada día más su autoestima.
En el niño y la niña comienza descubrir lo sagrado del espacio personal y lo importante de respetar su tiempo y sus decisiones. Una labor que se hace desafiante cuando el entorno es invasivo, curioso, controlador, cuando existen maltratos, abusos, cuando no existe la posibilidad de tener un espacio de intimidad. O cuando nuestros mismos progenitores nunca tuvieron dicho espacio ni respeto hacia él. Cuando nos acaparan, cuando hay chantajes emocionales o manipulación y mentiras en la comunicación a la que estamos acostumbrados. Al crecer, esos niños deben pasar el respeto de su vida aprendiendo a cuidar y respetar ese espacio, y más aún, es probable que no comprendan los límites en el espacio ajeno, invadiendo y controlando al otro, generando un abuso del espacio personal ajeno.
Para reparar el daño sufrido, sobre todo debemos conservar el respeto hacia nosotros mismos. Aprendiendo y descubriendo, paso a paso, dónde no podemos cuidarlo, cuando no sabemos decir no, donde nos sentimos heridos. Analizando con detalle qué ocurre cuando otra persona nos invade, acapara, manipula, controla…
Algunas personas optan por apartarse de quienes les dañan su intimidad, quienes les controlan y manipulan, sin embargo, también es positivo saber hacer frente a esta realidad y aprender a transformarla.
Cada persona es única, y no podemos saber qué piensa o siente el otro, por más sensibles que creamos ser, la mente del otro es única y maravillosa y tan sólo podemos admirarla, es imposible que podamos entrar en ella y comprenderla, la mente humana es única en cada persona. Y es importante que comprendamos esto, pues muchas personas acaparadoras, que sin respeto invaden el espacio interior del otro, se creen en capacidad de hacerlo por creer que saben exactamente lo que la otra persona está sintiendo o pensando o viviendo. Y no es así. Entonces se pierde mucho tiempo y energía vulnerando a la otra persona cuando creemos que estamos ayudándola.
El niño o la niña no sabe proteger ese espacio, ni si quiera sabe que existe ese espacio. No sabe que puede pedir a sus padres que no hablen de él, que no cuelguen sus fotografías en redes sociales, ni si quiera sabe que eso es una falta a su dignidad, el niño o la niña no sabe decir no, y ni si quiera sabe que tiene derecho a decir no. Por ello es ahí donde más deberíamos aprender a respetar, pues respetar es conservar su dignidad, su autovalía, e ir forjando poco a poco una autoestima sana, no un carácter arrogante y caprichoso basado en un niño consentido, sino una personalidad con autorrespeto, confianza en sí mismo y amor propio.
Decidir por ellos, desvelar sus secretos, utilizarlos para sentirnos bien, para colmar nuestra carencia afectiva, utilizarlos para no sentirnos solos, infligir sus límites aun creyendo que actuamos por su bien, controlar, manejar, invadir, abusar, son acciones claves que quedarán marcadas en su personalidad. Y es fácil cometer este error, pues el niño o la niña no sabe decir no, no sabe poner límites, sin embargo, ciertas acciones que nos parecen normales realizarlas con niños, serían una falta de respeto grave e inadmisible entre adultos. Un niño en una fase de desarrollo necesita tener límites, necesita protección, control, sostén, y todo se puede lograr sin invadir, respetando y amando su espacio de intimidad y enseñando así al niño y la niña a respetar a sí mismo.
Y qué difícil se hace la vida cuando convivimos con alguien que continuamente invade nuestro espacio, que no pide permiso para invadirnos. Debiendo justificarnos constantemente, apartando al otro porque sentimos su invasión o protegiéndonos de él. Llegando a mentir para que el otro no sufra o incluso teniendo que ocultar aspectos vitales por miedo a que la otra persona los trastoque con su invasión.
Debemos comprender que nuestro espacio interior es un tesoro, un lugar mágico donde amarnos y donde realmente pertenecemos. Nada ni nadie lo puede alterar. Es un portal a toda la luz, la conciencia y el amor del Universo, y la intimidad, sobre todo, es el camino para llegar a dicho espacio. De esta manera, una persona que toma conciencia de su intimidad, poco a poco va reconociendo su espacio interior logrando una apertura de su alma a una vivencia más trascendental, pura y profunda.
Por ello, al cuidar nuestra intimidad, al respetar el espacio del otro, estamos permitiendo el desarrollo interior y el despertar de la conciencia, nuestro y de los demás.