La escucha en el trabajo meditativo

La primera parte del trabajo meditativo es abrir el corazón; la segunda parte del trabajo es escuchar.

Primero escuchar el viento, luego escuchar el mar, luego escuchar el cielo. Escuchar la noche, escuchar el fuego. Escuchar el propio cuerpo…

¿Qué necesito? ¿por qué estoy experimentando esto? ¿qué intenta decirme el Universo, o mi cuerpo, o la vida? Y si no intenta decirme nada, mejor, entonces sólo escucho.

Mantenerse sentado y escuchar, observar, sentir, estar. Sin intentar cambiar nada, sin intentar ser nada.

Esta parte del trabajo es sagrada, es especial.

Algunas personas se duermen, entonces se van, dejan de escuchar. Dejan de estar ahí. No quieren recibir, o no quieren ser transformadas, o dicen que se aburren, se dejan ir hasta quedarse dormidas en el arrullo y la melodía tan encantadora y embriagadora de la vida. Es precioso mantenerse en la escucha atenta. Es importante, para ti, para aquello que escuchas.

Puede que no escuches porque no valores lo que te rodea, o porque creas que necesitas más, o porque creas que lo que te rodea no significa nada para ti. Puede que no escuches porque no valores que todo cuanto hay en ti es creado y mafiesto gracias a tu alrededor.

Escuchar se aprende desde niño, cuando comprendemos que somos en función de nuestro entorno. Pero hay personas que se sienten únicas, especiales, superiores o inferiores, mejores o peores, no importa el grado, se sienten separadas y diferentes, y no escuchan. ¿por qué vas a escuchar si crees que lo que escuchas no influye en lo que eres hoy? Quedan dormidas y en ese sueño no ven nada, no viven nada, su mente no se agarra a nada, no proyecta nada. Quedan dormidas mientras conducen, mientras hablan, mientras viven. Se comportan mecánicamente, automáticamente responden, como amebas reaccionando a los estímulos que les rodean, pero sin comprender lo que hacen, ni lo que les ocurre, sin controlarlo.

Si estas en ese “pilo automático”, detenlo un momento y escucha. Escucha las olas del mar, el viento golpeando el cristal, escucha el llanto y la risa, escucha la lluvia, escucha la alegría de las flores, escucha la vida. Toda la vida es importante, cada instante es importante. Sales del piloto automático escuchando.

Es un grave error querer salir del piloto automático haciendo más cosas, porque muchas veces entramos en ese estado cuando nos han hecho creer que hemos nacido especiales, que tenemos que lograr algo especial, diferente, o mejor que otros en la vida, somos diferentes, tal vez mejores o peores, y eso hemos aprendido. Y en ese impulso por crear, generar, ser, inconscientemente, no creando desde la imaginación y el sentir, en armonía con lo que nos rodea, sino creando desde el temor a no ser suficientemente buenos, o malos, o tristes, entonces dejamos de escuchar, de ver, de observar. Porque nos sentimos diferentes, mejores o peores.

La segunda parte del trabajo interior, cuando uno abre su corazón, es escuchar el entorno. Incluso el propio cuerpo. Observar y escuchar atentamente.

No temas conmoverte, es más, permite que aquello que escuches te conmueva, y observa la conmoción que hay en ti.

El sol te entrega calor, abrígate en ese calor, siéntelo, escúchalo, y observa lo que sientes, cómo te transformas con ese calor.

El viento te estremece, observa el estremecimiento.

El fuego te cautiva, y escuchas, observas tu estado de atención y el magnetismo generado cuando las llamas se mueven ante ti.

Pero no dejes de escuchar.

Cuando avanzas en la escucha, en la meditación, dejas de mirar fuera y observas lo que ocurre en ti cuando las cosas te transforman. Lo que ocurre en ti cada instante. Quién eres al inhalar, quién eres al exhalar. Quién eres cuando miras el mar, quien eres cuando miras la noche, quién eres cuando amas, quién eres mientras escuchas. Observas y escuchas el silencio.

Y este es un trabajo bueno.

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