A la imaginación se le asigna todo aquello que no nos creemos como real, sin embargo, todas las realidades surgen de ella. Imagina que el paisaje de la imagen es real, imagina que estas vivo, imagina que puedes pensar, soñar, hablar. Imagina que imaginas.
A la imaginación se le asigna lo fantástico, lo metafísico, lo abstracto y sin embargo hasta una silla ha sido imaginada antes que construida, antes que poder verla hay que imaginarla, hasta las matemáticas sólo pueden cobrar sentido en la imaginación.
De una forma muy materialista podemos darnos cuenta como todo lo que vemos a nuestro alrededor antes de crearse se ha tenido que imaginar.
Sin embargo no somos capaces de otorgar ese reconocimiento a la imaginación y la damos de lado en las decisiones importantes de nuestra vida.
Sin imaginación no existe realidad
Ya Descartes nos mostró como lo único real es la duda y es en la mente donde se crea la realidad, pero la mente no materializa las cosas, eso lo hace nuestra imaginación.
Parece muy enreversada esta afirmación, pero realmente, lo único que existe, lo único que podemos tener la completa certeza que es real, es aquello que imaginamos, pues si no imaginamos las cosas, lo que vemos, las ideas, los pensamientos, dejan de tener sentido hasta el punto que dejan de existir.
Ser imaginativo no significa ver el mundo de otra manera o crear en nuestra mente imágenes y sueños. Mucho más allá, la imaginación nos da la oportunidad de descubrir el mundo, crearlo, incluirnos en él, darle un sentido y, aunque parezca paradójico, crear realidades e irrealidades paralelas dentro de una misma realidad.
Sólo a través de la imaginación podemos dar sentido a lo que nos rodea.
La importancia de trabajar la imaginación no sólo reside en la capacidad que esta nos dará de descubrir nuevos aspectos de una misma realidad, sino también, y sobre todo, de crearlos.
La realidad se crea segundo a segundo, y es nuestra mente con su imaginación quien juega un papel esencial en dicha creación.
La imaginación bloqueada
Todos sabemos que hay elementos que condicionan la imaginación de las personas: la televisión, el trabajo monótono, el consumismo, las acciones mecánicas …
Si somos sinceros con nosotros mismos , nos daremos cuenta de que todos estos elementos parten de una realidad, muchas veces artificial, que no da pie a otras realidades.
No es verdad, literalmente, que la televisión limite la imaginación de las personas, pero sí les verdad que la realidad que nos muestra la televisión, es incompatible con otras posibles realidades que dejamos de crear cuando aceptamos la realidad de la televisión.
Es una contradicción de realidades, no de opiniones. Esta misma contradicción es la que, durante siglos, han mantenido la iglesia y la ciencia. Creer en una de las dos realidades nos hacía, inmediatamente, negar la otra. Y con qué realidad más limitada nos quedamos cuando vivimos inmersos en el capitalismo…
La realidad en la que creemos no debería negar la existencia de otras realidades. En cuanto esto ocurre, la imaginación se bloquea, pues mirar hacia lo absurdo e irreal carece de sentido en una mente racional. Para una mente así, racional, consciente de una realidad única y material, no existe la posibilidad de ver. Y no hablo de crear, ni de imaginar. Pues todo lo que vemos, sentimos y pensamos tiene que haberse imaginado antes para ser asimilado en nuestra mente, bien sea por nosotros mismos o por otros.
Lo voy a exponer de otra forma: Somos conscientes de que el mundo parece que “existe” fuera de nosotros mismos, para vivir, las personas deben ajustarse a esa realidad diferente, ajena a uno. Pero hasta que las personas no asimilan esa realidad, la juzgan y la incorporan en su interior, esta no existe. Nuestra capacidad de observar, de vivir, de involucrarnos activamente en la realidad está directamente relacionada con nuestra capacidad de asimilarla. Al asimilar la realidad exterior juzgamos, catalogamos, desechamos y aprobamos. Esto hace que una misma realidad sea totalmente distinta para dos personas, ya que cada una la asimilará de una forma distinta. La asimilación del mundo exterior, de la realidad, es una cualidad aprendida en base a la cultura y a la sociedad. Es por ello que en otras culturas mucha gente veía duendes y hadas, algo impensable en otras sociedades. La educación, la cultura les había mostrado la posibilidad de su existencia, las personas, a través de su cultura habían aprendido que existía esa realidad, ya sea paralela o no, existía otro algo, y la realidad, las ideologías la cultura no cerraba las puertas a dicha existencia.
El ver a estos seres no significa que una persona tenga más o menos imaginación, pero el no verlo sí es señal de no estar abierto a la imaginación y a los procesos creativos. La imaginación es esa parte de la mente capaz de dar forma a lo abstracto, lo abstracto no sólo existe, sino que es la base de la materia, de la realidad. Hace falta mucha imaginación para dar respuesta al mundo microcósmico y macrocósmico, la realidad atómica, la realidad celular, el universo infinito con galaxias finitas, el movimiento y el espacio son conceptos muy abstractos, casi sin sentido si se analizan con detenimiento. Y sólo a través de la imaginación la mente puede darles forma y puede asimilarlos. Sin embargo, en cuento estos elementos son aprendidos cultural o socialmente. Cuando una realidad, en vez de ser asimilada de forma natural, a través de la observación, la reflexión y la implicación personal en su descripción y fundamentación, dejará de ser un todo lleno de posibilidades y se convertirá en una serie de reglas y leyes que impiden a la mente a imaginar y ver los enormes espacios vacíos que dicha realidad contiene, y por consiguiente, impide intentar siquiera llenarlos de conocimiento.
Nuestra cultura nos enseña que sólo lo que antes de nosotros ha sido visto, catalogado, observado o descubierto es real. Antes de nosotros ha tenido que llegar otra persona más y mejor persona que nosotros que lo ha observado y le ha otorgado a dicha información, la veracidad y la realidad de la que está inmersa. Esta cultura convierte a los individuos en entes pasivos de una realidad previamente imaginada por otros.
Cuando hablo de estos temas con personas muy “racionales”, escépticas podríamos decir, me sorprende ver cómo el mencionar nombres de famosos, ya sean científicos, médicos o actores, da credibilidad a las distintas posturas. Para nuestra cultura, un científico es más persona que yo o que tú. Para nuestra sociedad sólo la fama y el poder capacitan a las personas del poder de la “actuación”. Sin fama y sin poder, una persona no sólo es pasiva a la realidad, sino que ni si quiera sería capaz de crear o afirmar la existencia de otras realidades, por mucho que las haya sentido, vivido o experimentado.
Nos enseñan, no sólo a defender una realidad que desconocemos y en la que no podemos influir de ninguna forma, sino también a negar la credibilidad de las personas que experimentan otras realidades. Lo curioso de esta estratagema más bien política, es que nos hace negar las bases que fundamentan otras culturas y otras sociedades milenarias. Nuestra joven sociedad y joven cultura se apoya y nace en un instrumento que cegó nuestra imaginación por completo, la televisión. Para las personas inmersas en culturas con televisión, cualquier otra cultura que no tiene televisión o no ha llegado a tal adelanto, es una persona incapaz de ver la realidad. Absurdo pero cierto.
Si observamos este hecho con detenimiento podemos darnos cuenta que este hecho esta artificialmente creado para mediatizar las mentes y los corazones. Una mente sin imaginación es una mente sumisa. Da lo mismo que su sumisión le lleve a delinquir o a ser un rastrojo de la sociedad. El ser sumiso nos hace negar la capacidad de ver otras realidades. Y más aun, si no creemos en estas realidades o en la capacidad humana de percibirlas, para que intentarlo.
Pero las personas carentes de imaginación, las personas racionales y materialistas no son capaces de aprobar la existencia de lo abstracto, lo desconocido, por ello son incapaces de verlo o de valorarlo.
Es por esto que se hace necesario cortar de cuajo con estas creencias. No debemos valorar ninguna realidad ni ninguna afirmación que niegue cualquier otra. Ya no por el hecho de que esto nos hace vivir ciegos a la auténtica vida, sino por que nos cohíbe de ser nosotros, de expresarnos y sentir como lo haríamos de forma natural, que es a lo que quiero llegar.
Cuando comenzamos a dar rienda suelta a nuestra imaginación tendemos a coger “cachitos” de realidades ya creadas y darles una forma distinta, una forma más personal. Pero el proceso creativo, la imaginación en bruto con la que contamos, tiene por meta crear de la nada una realidad propia, distinta a cualquier otra, una realidad que de respuesta a todas nuestras preguntas y que sólo cuando surge de nuestro interior es válida.
Sólo así la vida cobra sentido, sino, no es nuestra vida la que vivimos, sino lo que la sociedad espera, lo que pensó y creo artificialmente para nosotros. Un rol, un ente una realidad incapaz de dar respuesta a las preguntas más básicas y sencillas como: ¿qué hago yo aquí? ¿dónde estoy?¿cuándo llegué?¿cómo soy?, etc.
La realidad en la que creemos nos intentará contestar estas preguntas de la forma más superficial y rebuscada que exista. Para esto, hay que tener en cuenta que las respuestas verdaderas, las validas:
primero, nos dejan una agradable sensación de haber descubierto algo, es un estremecimiento corporal y mental que nos lleva una calma muy especial, parecido a cuando encontramos las llaves después de haberlas buscado durante horas pero a lo grande;
segundo, salen de nosotros mismos, no del exterior;
tercero, son respuestas sencillas, entendibles hasta por un niño pequeño;
quinto, nuestra personalidad sumisa y racional intentará negar a toda costa su veracidad y credibilidad, de hecho, es necesario que se produzca ese choque entre los dos estados del ser para que la persona tenga la posibilidad de ver el estado real polarizado de su mente y así poder elegir entre el ego, artificial, ajeno, limitado y tendente a la autodestrucción, y el yo;
cuarto, cuando las sentimos estamos convencidos de haberlas tenido siempre en nuestra mente;
sexto, no niegan la existencia de otras respuestas u otras realidades, pero, para nosotros, se convierten en pura realidad, sin lugar a dudas, lejos de cualquier hipótesis o probabilidad;
séptimo, nos llevan a la duda, a la incertidumbre, al deseo de descubrir más sobre nuestras posibilidades
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