Un Zugzwang es ese momento en una partida de ajedrez, donde cualquier movimiento posible supone que todo empeorará, y la mejor o única opción sería no hacer nada.
En la vida tenemos que aprender a tomar nuestras propias decisiones, es nuestra responsabilidad, y de hecho es bastante humillante cuando continuamente permitimos que sean otras personas que decidan por uno.
Cuando unos padres o maestros, por apego o por control inutilizan a sus hijos tomando todas y cada una de las decisiones por ellos, tarde o temprano, la persona totalmente dócil se dejará llevar sin voluntad ni coraje por la vida. Entonces su vida será un supuesto zugzwang, donde parecerá que lo mejor es no tomar decisiones, pero no es así. Falta inteligencia para decidir, falta el valor de asumir las responsabilidades de las decisiones tomadas. Pues es muy fácil pedir disculpas, pero es muy desafiante asumir las consecuencias de las propias decisiones. Cambiar después de darnos cuenta que nuestras decisiones no han sido correctas, exigir al otro que cambie es fácil, lo difícil es avanzar después de saber que nuestra decisión, al igual que todas las decisiones, supuso una implicación. Ahora hay que tener el valor de afrontar la vida, asumir la responsabilidad, cambiar, transformar, actuar. Pero es fácil acobardarse, dar un paso atrás y elegir no volver a tomar decisiones, o atribuir nuestros errores a los demás.
Entonces en la vida, indispensable, es aprender a decidir. Decidir y asumir las propias decisiones, con más o menos inteligencia, nos apartará de la humillación de sentirnos incompletos. Pues no importa si nuestras decisiones son erradas, las asumimos con coraje y con voluntad las llevamos a cabo, ¿y qué es la vida y qué significa ser humano si no eso?. Pero qué difícil es cuando siempre lo han hecho por nosotros. Cuando todos nos dicen qué hacer, cuándo, cómo.
En la vida continuamente hay que tener el valor de tomar continuas y pequeñas decisiones, sí, pero también la voluntad de llevarlas a cabo. Ambas cosas se desarrollan en la infancia. Durante los primeros 12 años desarrollamos, si nos permiten hacerlo, esa sabiduría para saber qué elegir y ese coraje para elegir asumiendo las consecuencias de dichas decisiones, y más allá, aprendemos a desarrollar la voluntad para llevar a cabo esas decisiones.
Una persona puede saber tomar muy buenas decisiones, pero no tener la voluntad para llevarlas a cabo. Entonces se quedará impotente, posiblemente en un mundo vohemio, limitado, depresivo. Donde no falte la creatividad, el buen corazón y la inteligencia, pero falte la acción y la determinación para avanzar. Muchas veces se confunde esta situación con la creencia de que dicha persona teme ser exitosa, pero no es así, lo único que ocurre es que no ha desarrollado la voluntad para llevar a cabo sus decisiones. Y posiblemente tenga las mejores intenciones, pero también hay que aprender a desarrollar la voluntad.
Otra persona puede tener gran voluntad, pero ser incapaz de elegir por sí mismo, por lo que absorberá la energía de otros, su creatividad, sus ideas, posiblemente se beneficie de éxitos ajenos, se apropie de las ideas de los demás y las lleve a cabo como si fuesen propias. Suelen ser personas muy exitosas y que se jactan de su posición.
Pudiera ser también que una persona con gran voluntad, pero incapaz de decidir en su propia vida, simplemente sienta frustración por su propia limitación. Se sienta impotente, indeciso y acuda de un lugar a otro haciendo pequeñas acciones con poca utilidad y trascendencia en su vida. ¿Tal vez un millón de cursos de formación para alguna profesión a la que no se dedicará? Tal vez dedicar la vida a que sus familiares logren sus objetivos, por ser incapaz de elegir los propios objetivos y comprometerse con ellos.
Por otro lado, tendríamos las personas que toman buenas decisiones, tienen la voluntad de llevarlas a cabo, y no asumen la responsabilidad de dichas acciones, pues todas las acciones tienen un efecto. En cuyo caso habría que aprender nuevamente a tomar decisiones, comprobando una por una todas las repercusiones que surgirían de cada decisión. Para desarrollar este coraje y responsabilidad uno debería aprender a no culpar a otros de los problemas, y debería pararse a meditar sobre los efectos de sus acciones, y más aún, las repercusiones y reacciones que surgen en los demás. Uno tiene que aprender a decidir desde tres ángulos diferentes:
¿Qué siento ante este asunto? En esta forma de toma de dicisiones la focalización esta en las sensaciones, emociones, intuiciones. El mismo cuerpo nos ayudará a decidir. Aunque también puede ser una forma engañosa. En caso de tomar decisiones desde una sensación, con más fuerza que nunca habrá que desarrollar la voluntad para tener la perseverancia de continuar con la acción decidida una vez que el sentimiento se pase. Por ejemplo, podemos elegir tener una relación en base a un sentimiento de amor, pero si el sentimiento desaparecer ¿desaparecería también la relación? Que lo mismo podría ocurrir con un trabajo, un cambio de domicilio, una profesión, etc.
¿Qué pienso ante este asunto? Con este método de tomar decisiones valoraremos los pros y los contras, meditaremos sobre cada detalle y avanzaremos con inteligencia. Posiblemente las decisiones no sean tan buenas, pero son racionales, concretas y nos ayudarán a lograr éxito y coherencia.
¿Desde dónde tomo esta decisión y por qué? Posiblemente la forma decidir que más me entusiasma y con la que más me siento identificada consiste en una comprensión no de cuál es la decisión en sí a tomar, sino que parte de mi necesita tomar una decisión, porqué y para qué. Es una forma de toma de decisiones desde la intromisión, la reflexión y la meditación. Los contras son muchos, pues muchas veces no somos honestos con nosotros mismos. Pero tenemos que aprender a comprender cuál es el verdadero propósito de dicha decisión antes de tomarla.
Y por último, tenemos estas situaciones maravillosas, increíbles de las que hoy estoy hablando, que se originan de una forma mística en la vida, donde hagamos lo que hagamos, la decisión está tomada ya desde el cielo. El destino ya está escrito. Pudiera ser que creamos que, como en un zugzwang, cualquier movimiento o decisiones empeoraría la situación actual, pero también pudiera ser que la situación está en un equilibrio perfecto dirigiéndose con fuerza hacia un destino inevitable, en cuyo caso, lo mejor es detenerse, no pensar, no recordar, no imaginar, no indagar, y vivir: descansar en el AHORA.
Aunque parezca lo más acertado y hermoso, realmente es desafinte tener el coraje de quedarse quieto. De no enfrentar, no elegir, no controlar. Es desafiante dejarse llevar por la hermosa corriente que a todos nos traslada hacia ninguna parte.
Para una persona que no asume las consecuencias de sus errores, es fácil y común. Porque pensará que vive así, aunque no, lo que hace es perder su propia energía no encargándose de sus asuntos, cuyas consecuencias tarde o temprano regresarán una y otra vez hasta que surja el coraje y la responsabilidad que obliguen a vivir con honestidad.
Para una persona que nunca toma decisiones, el permanecer quieto también se vería fácil y sabio, sin embargo, posiblemente no comprenda apenas la diferencia. Porque para poder desarrollar la sabiduría para saber diferenciar entre las cosas que podemos cambiar y las que no podemos cambiar, antes hay que haber desarrollado el coraje y la voluntad para cambiar las que sí podemos cambiar.
Es desafiante no poder hablar, entregar, cambiar, caminar. Es desafiante comprender que, durante ese precioso espacio de tiempo en que una extraña conjunción de energías esté presente, ese tiempo donde esa estrella alumbra nuestra casa, de nada sirve avanzar, porque la mejor decisión es no hacer nada.
Por ello zugzwang y el arte de comprender que ni si quiera sabemos si somos reales o no. ¿Quién elige y por qué, desde dónde, para qué? Se presentan algunos instantes en la vida llenos de gracia y sabiduría, donde hay un «yo» no presente, que desde ningún lugar, está moviendo todas las fichas y por más que queramos no podemos predecir nada, tan sólo maravillarnos y descansar.