Alegoría al descaro

Estamos en esos tiempos que la albañilería, la costura, la cocina se consideran un arte, pero para ser escritor, u orador, no es necesario tener pautas, ni mensaje verdadero, ni retórica alguna. En este tiempo, tal vez basta con querer expresar algo, para que todo el mundo lo escuche, y sin originalidad, creatividad, ni si quiera lógica, nos invaden los discursos vacíos, poco elocuentes, y sin gracia alguna. Y lamentablemente hoy día, aquellos que aun estudian el antiguo arte de la oratoria, ya sea a través de Schopenhauer o Aristóteles, parece que sólo buscan cautivar las masas con falacias disfrazadas de sabiduría, pues si no, descartarían las 38 estrategias para tener razón con arte, o todo el tratado de argumentación de Perelman, y con auténtica humildad, priorizaría la verdad ante tanta palabrería.

Obviamos que casi todos los libros para enseñar dialéctica y lingüística, estén centrados en las argucias que podría usar un estafador, para convertirse en sabio. Obviamos que quien desea decir algo, no se centra en la verdad, ni en la importancia del mensaje, ni en la calidad del mensaje. Obviamos que la malicia humana busca centrar el deseo de contar algo y ser escuchado, por encima del resultado en el oyente de dicho mensaje. Y el mensajero, en su afán por crecer, desenreda uno a uno los puntos que le convertirían en triunfador ante el público, ignorando la importancia de ser sincero con otros y con uno mismo.

Y puede ser que esta obsesión que durante tantos siglos tanto los políticos, abogados como periodistas y escritores, han desarrollado de tener razón, y no para guiar y ayudar al prójimo, sea lo que ha situado el arte del ganchillo muy por encima del arte de la dialéctica y la escritura.

Pero hoy quiero hacer ver, que, en definitiva, saber hablar en público, saber expresarnos con claridad, sencillez y pasión, logra que abramos nuevas puertas de oportunidades cada día en nuestras relaciones y en nuestra profesión cual fuere ella. Y si a esto le sumamos un mensaje certero, sincero y con respeto hacia el oyente, podremos descansar tranquilos sin sentir el veneno que el estafador, por mucho que escupa, tiene que saborear después de cada uno de sus discursos.

Cuando esta insana costumbre de querer decir algo sin tener nada que decir, sin saber hablar en público, sin respetar al oyente, se banaliza aun más, frivolizando la filosofía espiritual, humana, trascendental, nos encontramos en un juego peligroso que puede dañar poderosamente a los inocentes que buscan un atisbo de luz, entre tanta inconsciencia humana.

En su momento escribí este texto, disfrutando de las figurar retoricas. No tiene orden ni estructura, pero para mi se convirtió en un juego de palabras para desmontar la palabrería insana que todos hemos leído y escuchado en algún momento sobre filosofía trascendental. Lo hice rápido, en media mañana, y aun no lo corregí. Ojala lo disfrutéis tal cuál yo mientras lo escribí.

Título: Alegoría al descaro

Sorprendida ante tan desacertado discurso de tal y cual congreso sobre ese tema en boga de la realización personal, yo me pregunto, y sin demora expongo mis dudas con el único objetivo de generar una reflexión, sobre la moda de volverse, con total descaro, predicador, consultor o maestro desde un mensaje vago e ingenuo, sin arte alguno, sino artimañas, y sin empatía, sino prejuicios. Con una sinécdoque pido al lector sus oídos y ojos para escudriñar con fidelidad el asunto que acontece a fin de reflexionar sobre esto.

Pues me pregunto, ¿cuándo desapareció la capacidad del entendimiento humano para lograr un tan largo discurso sin objetivo ninguno? ¿Y desde cuándo tanta gente quedó desprovista de inteligencia, reflexión o pensamiento autónomo para escuchar y volver a escuchar las mismas palabras sin sentido? Pues no es difícil encontrar mensajes que carecen totalmente, en cualquiera de sus contextos y formas, de inteligencia, cavilación o lógica, cualidades hoy día que parecen ser un bien escaso y preciado, y si al menos pudiéramos decir que están dotadas de arte, ingenio o sensibilidad, podríamos dejarlo pasar, más tampoco hallaríamos belleza en ellas, sino tal vez sensiblería y credulidad.  

Hablo de un discurso sin metas, una quimera, con una constante repetición de extractos, frases de redes sociales y supuestas intuiciones, con un abuso de pleonasmos innecesarios para rellenar las frases con palabras que se utilizan sin necesidad para hinchar el tiempo a fin de parecer que se sabe más, tomando de una forma arbitraria el valor de la palabra y sin comprender la importancia de dicho tiempo, ni de dicha frase, hasta incluso ahogar el sentido de la misma; hablo un discurso que se está convirtiendo en un compendio de sabiduría para miles de personas. Cada día nacen más y más oradores que ignoran completamente la falta de sentido de su propio mensaje, y escuchando me pregunto si ese nuevo orador tal vez recibió un golpe en la cabeza, o simplemente el humo jamaicano u holandés que inhaló en la juventud continúa haciendo efecto en su visión, aunque claramente es una pregunta retórica.

Porque impresionada estoy de tan alta trasgresión del lenguaje y el conocimiento, incluso ver como con total inopia, se agrede todas las formas del lenguaje y la gramática de la lengua castellana, y no hablaré de ortografía, pues, aunque este autodenominado genio pudiera concebir como dispensable, sabemos que tiene todo su sentido, claro que hay gente exagerada con la norma, los cánones y las pautas estipuladas, acostumbrados a encontrar el error en todo, que hasta olvidan la belleza en la forma, la armonía del caos y la inteligencia en el mensaje, y también es bien cierto que cuando se escribe algo a gran velocidad, o se habla durante varias horas seguidas, puede ser normal que se generen fallos, se alteren palabras o se confundan algunas formas verbales; incluso dentro del estilo personal, es más que normal que estos gestos, como pausas, mal tomadas, palabras con alteración en la frase, o acentos desajustados, generen una hermosa e interesante polirritmia que incluso que embellece, a mi parecer, el conjunto del mensaje, pues obliga a tomar una perspectiva nueva en la comunicación. De la misma forma que un pianista equivocará por error alguna nota sin comprometer la obra al completo, incluso pudiera ser que alterase tempos, adornos o melodías dentro de una misma armonía, queriendo o sin querer, para dar un sentido más personal al conjunto; y en ese contexto no es error sino acierto la diferencia, como una tilde diacrítica que nos señala que algo que en apariencia es igual, tiene un sofisticado sentido único. Que pueda parecer una barbaridad pero realmente la tilde de “sí” es sofisticada, porque no todos los síes tienen una tilde, sólo que el afirma, el que dice lo que siente, el que está de acuerdo, los demás síes están obligados a pluralizarse para poseer una tilde igual; sí, está claro, esa es una tilde especial, única, que embellece la forma. Visto así no está de más generar nuestros propios errores, únicos y perfectos, pues un pequeño hipérbaton condiciona como tropezón cuando aparece al corazón. Que luego, de tanto en tanto, en los errores, a veces surge un calambur, pues si es cojo el discurso, escojo no escucharlo y listo, pues ese filósofo no es conde, sino que esconde lo que realmente piensa; y me dice que no se aburra usted, o no recuerdo bien, tal vez que no sea burra; que para lo cual, casi me da igual.

Mas no estamos aquí para determinar los errores inspiradores, sino todos los contrarios, que surgen del desafortunado autor que con su prosaico modo intenta alimentar un deseo de interés personal, fama, razón o beneficio económico.

Muchos apodados filósofos, aunque sin ningún amor hacia la sabiduría y totalmente aferrados a las creencias juiciosas y subjetivas, especulan sobre la espiritualidad y todo aquello que acontece más allá: ese éter, o inteligencia, o espíritu; un ánima espirituosa que, al no ser visible, ni poseer desde los sentidos capacidad alguna de medirla o estudiarla, nos lleva a las más extravagantes tribulaciones sobre lo que podría ser. Desde este discurso, basado en un mensaje sin metas ni argumentación alguna, más allá de la exposición de una creencia personal, estos oradores justifican que necesitan expresar algo tan valioso y singular que, sin ese desgaste de adjetivos pomposos, solemnes y en definitiva análogos, no pudiera ser expresado. Aunque también, comprendiendo que se trata de un mensaje tan intenso y profundo, pudiéramos decir incluso poético, podría entenderse que no existieran palabras que puedan describir ese tan importante y único mensaje, y de existir estos vocablos, queda sobradamente claro que el orador los desconoce por completo.

Sin ironías más allá de las obvias, certero es que posiblemente nadie antes sintiera, intuyera o imaginara aquello que este nuevo filósofo asegura que tiene que transmitir, y por esto es imperativo inventar nuevas palabras, nuevas formas verbales, desmoronar todo sentido de las frases, o de ser necesario del discurso al completo; y por descontado queda recordar que hace unos 2500 años los padres de la filosofía ya se hacían las mismas preguntas que este individuo aunque desde una perspectiva mucho más humilde y honesta, y generaron, para no caer en diálogos triviales, toda una ciencia de la oratoria que ayudasen al buscador a encontrar respuestas más auténticas e interactuar con las personas en el razonamiento. Aunque posiblemente este personaje que hoy trasmite su mensaje, olvidó la historia por completo, o tal vez nunca supo de esto, y así se comprendería la exageración de prosopopeyas en esa divinidad intocable, porque esas mismas energías invisibles, según se predica, también conmueven, hablan, dialogan, exhortan, sanan, se ríen y hasta musitan cuando no las escuchan, ¿tal vez se hable de ángeles, poderes cuánticos, el sol y las estrellas? Indudablemente en este mensaje abunda la presunción que atribuye nuestros más desagradables defectos, a energías y fuerzas invisibles, lo cual, tras analizar el mencionado discurso al detalle, concluyo que no creo que se trate de la personalización desde el punto de vista retórico a fin de embellecer el mensaje, sino de la ignorancia de creer que realmente esas energías, piensan y sienten como los mismos humanos.

De lo que se presume en el entredicho discurso donde lo menos importante es ser locuaz, es el discurso en sí, ni el cúmulo de palabras sin sentido, ni la buena pose, ni la plática sin orden ni cautela, ni la integridad en el mensaje, ni la incapacidad que tendría cualquier oyente o lector de resumir cualesquiera de sus disertaciones, ya fuera que este padezca falta de agudeza o de memoria, tan sólo el objetivo de que el oyente crea a ciegas lo que se dijese, fuera lo que fuese: por fe, condicionamiento o ignorancia, ¿por qué? Porque lo dice el filósofo que llegó previamente a deducir que era correcto lo que hablaba, y con esto basta, bueno recordar que en este tiempo extraño donde todo vale, queda implícito en casi todos los discursos vendidos de esta índole, que el oyente que no entendiera el mensaje o no creyera en él, simplemente es ignorante, no está conectado con su propia ánima o, dentro de este contexto de desarrollo personal, se puede deducir que es una persona tóxica, negativa u oscura, lo cual viene a significar que mejor que nadie se acerque a ella. Con esta amenaza, el oyente o lector accede a un conocimiento que, de no ser capaz de entenderlo, será por culpa suya y no del mensaje mal formulado ni del mensajero errado, y en todo caso ante cualquier duda o tensión, la amenaza se intensifica pues el karma pondrá a cada uno en su sitio, y si aun así no se recibiera una respuesta positiva en cualquier oyente, y el filósofo necio, realmente piensa que, desde un espacio más profundo y significativo que sólo él puede percibir, el oyente acogió el mensaje que era para sí y para nadie más, un mensaje que curiosamente ni se pronunció con palabras ni se puede repetir, y de esta forma su alma sacará provecho en un nivel que nadie más ve ni comprende, que le servirá para lo que tenga que servir y en el momento oportuno. Básicamente sería como ir al médico, tomar una medicina y al ver que no hace efecto el médico indicara que la medicina es inteligente y ya hará efecto cuando realmente deba hacerlo. Concluimos así que lo menos importante es sacar provecho de las tan valiosas formas del lenguaje en estos incontables discursos, sino que nuestro apodado filósofo continúe siendo el centro de atención, y más tarde poderes, o fuerzas ocultas, místicas, indescriptibles o innombrables, harán lo que tengan que hacer para que la sabiduría se presente y se manifieste mágicamente en todos los participantes.

Una constante antítesis en el mensaje, que desde una máscara de humildad sonsaca constantemente la arrogancia en el engrandecimiento por ser conocedor de una comprensión única, a la que sólo se llega con el método y medio con el cual el sofista llegó; hablamos de mensajes callados, manchas inmaculadas, que surgen de majestuosos vagabundos, que caminan detenidos hay el lugar de la nada.

Y para qué molestarse en dialogar con el tipejo pues es una auténtica paradoja saber que el conocimiento hará más ignorante a nuestro nuevo filósofo cuando enrede los mismos conocimientos y los transforme en su verdad absoluta. Ahora pues podemos comprender la hipérbole de la falsedad del pensador sin ideas, comprendiendo que cruzarle en el camino, es como encontrar una fiera en medio de la selva, y ante ciertas personas con esa agudeza y tan finas en el descaro y el engaño, lo mejor es huir, ya que podemos encontrar en ellas colmillos como sables y escuchar verdades falsas que nublen la razón tan rápidamente como neblinas en los pantanos de una depresión. Que pueda ser que, no tan exagerado, y en un símil más real, se trate de un predicador como ave adormilada que está aún aprendiendo a volar, esperando la oportunidad del viento adecuado que impulse lejos y ayude a abrir las nuevas alas.

Entrar en esta forma de enseñanzas incompletas, sería como ese matrimonio que va a la deriva y tras veinte años de casados intentan recordar cuándo y cómo decidieron contraer nupcias, y concluyen que nunca dijeron palabra alguna al respecto, sino que por unas y por otras, desde unos y otros, de aquí y de allá, se dio por sentado que lo harían. Luego sin saber cómo, acabaron en la iglesia, más tarde, sin saber cómo, acabaron en el banco con una hipoteca, y sin saber cómo, ya tenían tres hijos; desconociendo la diferencia entre ser padres y tener hijos, y viendo a los niños crecer solos, sin guía y sin freno, tan rápido como las insatisfacciones y la desilusión crecía en sus vidas, pasados los años, uno con el otro y el otro con uno, sin tener sentido el matrimonio en sí, los casados cansados de su enlace, descubren que nunca habían dicho lo que sentían, lo que pensaban, ni lo que deseaban, ni antes de emprender tan larga empresa juntos, ni durante tantos años casados, y ahora, años después, se miran infelices y descubren que en la vida sintieron amor el uno por el otro, ni deseo, ni gana de tal aventura, sino que se acostumbraron, se acostumbraron al olor, a la voz, al medio día, a la noche, a la cama, y se dejaron llevar por un discurso prescrito por sus padres, por la cultura o simplemente por no saber pensar antes de decidir, o discernir antes de decidir.

Pues como dice este filósofo del espíritu invisible, en definitiva, no es el discurso, ni el mensaje, ni la sabiduría lo realmente valioso de lo que forma su plática, y por ello no es necesario elocuencia ninguna, sino que la importancia recae en la persona que lo está entregando, la única capacitada, según se fanfarronea, el único digno para entregar dicho valioso mensaje que nadie más entiende, pues es tal la dignidad que le dignifica que para qué intentar entender ni igualar en el entendimiento. Metafóricamente su mente en la luz sería cual pez en el agua; su presencia: un faro que todos necesitamos en la oscuridad del entendimiento; su mensaje: una mosca ruidosa en la habitación oscura cuando intentas dormir.

Pues hoy aquí me pregunto cómo una persona puede farfullar tantas soflamas que, aunque bellas en apariencia son totalmente vacuas en su esencia; y sin fondo alguno en el discurso se presume de ingenio, arte, coherencia e incluso de ser poseedor del don de la palabra, ignorando que ya existe toda una ciencia sobre la oratoria, y podría valerse de alguna figura retórica o a dirigir el mensaje para que no todas las frases vengan a significar lo mismo para no parecer atascado en la sinrazón de la razón desazonada que busca el silencio porque no encuentra respuestas y encuentra ruido en el callado vacío.

Opino, aunque mi opinión no es determinante, sino más bien un contraste más en el arcoíris de las ideas del camino de la evolución a través del pensamiento humano, que aunque se trate de un tema profundo como la metafísica, el desarrollo personal o la conciencia de uno mismo, también aquí se debe utilizar el sentido común, la agudeza o el juicio, y no es justificable eludir la inteligencia y la lógica por tratar de un tema aparentemente abstracto, en todo caso se generará lo que estamos viendo hoy día: un discurso vacío, que tal vez surgió de una idea auténtica, o de otro discurso o de algún libro, o simplemente de una frase que claramente no da de sí como para tanta garla. Es comprensible que de semejante ruina se tengan que utilizar técnicas de venta, poses, suspiros y silencios que no conduzcan a ningún lugar más que al llamado de atención, pues no hay ningún lugar al que ir, ni ninguna verdad a la que encaminar al espectador, pues si la hubiera, de entrada, la hubiera reconocido.

Comprendamos que este tipo de discursos sobre estas preguntas, tienen miles de años, de aquí surgen las grandes preguntas que la humanidad siempre se hizo; son preguntas innatas al desarrollo humano en cualquier de sus culturas, fases y evolución; apropiarse de dichas preguntas y respuestas, es tan necio como restar valor a todos los pensadores, buscadores o religiosos que ya en el pasado dedicaron su vida a estos conceptos, o sentirnos más avanzados o superiores sólo por vivir en otro tiempo, aunque sabiendo que no sabemos nada, ni si quiera hoy podemos confirmar que el tiempo avanza en un continuo lineal, ni hay ley que determine que una causa genera un efecto, pues teóricamente podría ser igualmente perfectamente al revés.  Entonces ¿cómo pues podemos concluir que tenemos una luz, o una respuesta que sea más verdadera que otra? Sacar a la luz dichas deducciones tan juiciosamente sin respeto a los predecesores, insultando su memoria, banalizar su esfuerzo y encontrándolo simple y accesible, señala mezquindad y generará un discurso sin responsabilidad ni honestidad alguna.

Cuando alguien no tiene los pies en la tierra, no tratamos sobre una persona demasiado sensible, sino aquella que no tiene conciencia de la realidad y no actúa responsablemente. Tener los pies en la tierra no se trata únicamente de la necesidad de entender la vida, ni de ganar más dinero, ni de tener un mejor trabajo, sino de ser responsable, integro, coherente, o, dicho de otra forma, decir, hacer y pensar en armonía, asumiendo las consecuencias de nuestras propias decisiones y comprometidos con ellas.

Pero en este caso, este discurso ambiguo al que me refiero, al menos estuviera adornado con bellos pensamientos, trataríamos el tema desde una perspectiva artística. Lo que cuando se intenta decir algo, que no es importante, aunque se piense que sí lo es, y ni si quiera se saca provecho del arte de la elocuencia o la emoción para que el oyente disfrute de tan hermosa lectura, se tratará entonces de un tema sin fundamente con un despropósito completo.

Invito pues a recapacitar sobre la veracidad de los textos leídos, o de las palabras escuchadas, comprendiendo si alguna vez, realmente, sirvieron para algo, o se buscó en ellos faltas, trasgresiones o engaños, sin recibir el trasfondo, pues también pueda ser que la tendencia humana a encontrar falla en todo, nos lleve a no percibir la belleza, el arte y el ingenio, como tantos artistas desprestigiados que murieron en la pobreza o en el anonimato.

Por otro lado, invito también a encontrar personalidad, arte y elegancia en el discurso, valor, corazón y autenticidad; advirtiendo que a veces no es tan necesario ser un gran orador para dar un mensaje significativo, ni ser un gran artista para trasmitir belleza y sentimiento, pero, visto lo cual, si se carece de sentimiento que trasmitir, de mensaje que entregar, pues al menos que se tenga alguna maña y aptitudes adecuadas para tal misión.

Haberlos los hay: mensajes de gran calidad, integridad, valor, sobre el desarrollo personal y sobre cualquier tema. Vemos así personas comprometidas con su propia faena y como buenos profesionales no venden conocimientos, sino que los trasmiten tal cual ellos los aprendieron y practican, donde el único intercambio monetario es por la actividad y no por la sabiduría; pues sin un don de la palabra, con sencillez y con grandes dudas, sin seguridad en lo que hacemos, sino practicando, perseverando, buscando, que a raíz de las propias realizaciones, deciden generar una escuela y no un negocio, pues la sabiduría no se puede vender, ni regalar; y es bueno generar entusiasmo en el oyente, participación y conciencia, un buen orador también te remueve, te conmueve y te transforma, no te silencia ni te desprecia.

Sin embargo, cuando en el discurso se evita todo razonamiento deductivo, inductivo, hipotético e incluso comparado, podemos hablar que estamos en un tipo de razonamiento ausente, posiblemente generado para lograr un recurso literario tan común como una elipse, pues muchas veces, sin decir nada, buscamos decir todo, como esas veces que en la plaza de los enamorados, él la mira a los ojos callados, y en el suspiro silencioso le expresa el alma, sin decir sabe de todo, luego cerrando los ojos, se convierte en labios, con un gesto rendido clama al cielo del dolor del cuerpo separado por el cuerpo que roza, luego se regocija en el encuentro de las pupilas dichosas; pues claramente trátese aquí de ese tipo de discursos que generan una elipse más avanzada, no tan simplona como la mía, algo mucho más sensible, espiritual, podríamos llamarla incluso etérea, tan etérea que se elude completamente del discurso la parte de la argumentación que busca entrever el razonamiento para dar sentido a la conclusión de la exposición.

Aunque también tenemos que recordar que es importante comprender en qué tipo de oyente nos hemos convertido para integrar pensamientos ajenos sin reflexionar sobre ellos, pues como todos sabemos ya, una mente llena de creencias, no podrá absorber ni una pizca más de conocimiento, sino reajustando las ideas nuevas con las que ya se apropió en el pasado; una mente llena de veneno, no podrá más que juzgar, envenenar y dañar cada uno de los nuevos conocimientos que aparezcan, por muy buenos y valiosos que sean; y una mente que no logre una buena atención, aunque lea y relea, aunque escuche una y otra vez, no entenderá nada de lo que se trate, pues realmente estará en la inopia y todo lo que entre en ella saldrá tan rápido como un mosquito genera tan rápidamente un tan molesto picotazo, y algunos, con el pico pican con razón, no sólo el brazo, sino también el ego.

Y así, ojalá, hoy sea la inteligencia, comprendida como una cualidad necesaria de desarrollar para poder esculpir nuevas ideas y dar forma a la vida desde la creatividad y el ingenio, abandonando por fin un discurso insustancial, trivial, iluso, llano, sin sentido, o repetitivo; e incluso. Ojalá nos diéramos cuenta que pensar diferente no conlleva herir a los demás ni creer que sabemos más que otros, no significa ser rebelde ni romper con lo ya establecido. Comprender que existe una obcecación cultural por permanecer ignorante que hay que resolver, descubriendo que la cultura no son sólo tradiciones, y que sólo con inteligencia podemos avanzar como individuos y como ente social, y no me refiero a ese tipo de inteligencia que se mide en los test de inteligencia, pues tantas personas que socialmente están realmente desahuciadas por falta de ella, tienen más coherencia, valor y sentido en sus vidas que otras tantas que aparecieron algún día como altas capacidades; pues la mente, tal cual se presente, hay que aprender a reajustarla, sacarla provecho, discernir lo valioso de lo inútil y diseñarnos a nosotros mismos comprometidos con mejorar y ser fieles a lo que sentimos.

Pues así se forma este discurso que molesta como quemazón: sin verso, sin mácula, sin ánimo, ni entendimiento, con desconocimiento total del uso de antónimos y sinónimos, de sustantivos y adverbios, y con un desmesurado uso de adjetivos que, sin acompañar a sujeto alguno, tan sólo adornan frases para que pareciesen contundentes. Frases tras un orador oportunista que no aporta ni resta nada, sino acumula palabras, repitiendo frases, sin respeto alguno al tan valioso silencio que agrede, pues cualquier trinar, grillar o croar es mejor recibido antes de tanta parafernalia y frase sin sentido. Con párrafos que tal cual podrían verse que se copiaron de anteriores, sólo que utilizan diferente estructura, palabras o versos nuevos aparentemente inspiradores. Que podría al menos crear alguna paranomasia para adornar la trama, que para qué voy indignar al lector con vagos ejemplos innecesarios, cuando es posible que, al indagar en el texto, incluso en una lectura causal, ya surja alguno de forma casual, y de no ser así, al ser una figura retórica avanzada, avanzo sin pausa para no caer en la trampa de perder la trama y que podamos a fin entender lo que realmente nos atiende.

Tal vez también veamos en ese referido discurso de este personaje sin rostro, modismos en exceso y expresiones fuera de contexto, o con un tono y forma limitadas, en una disimulada pedantería, que también se me podría acusar a mí en este aspecto de un inoportuno alarde de erudición en mi humilde esfuerzo por provocar reflexión, cuando realmente sabe bien quien me conoce que tan sólo soy una persona sencilla y con pocos conocimientos o medios para la expresión oral o escrita, pues con simpleza me expreso en casi cada una de mis exposiciones, lo que en esta ocasión, y para dirigirme a un público que considero mucho más brillante y exigente, elijo este lenguaje que considero más oportuno, para que el susodicho oyente comprenda que, el orador ha de saber cambiar de registro dependiendo de cuál sea su fin, su mensaje y los oyentes, incluso debería valerse de tecnicismos y un léxico adecuado, pues de no ser así, el mismo mensaje quedará en el olvido rápidamente. Imaginase pues hace 200 años una declaración de amor con la ridícula expresión de: “Eres la poesía que mi boca intenta pronunciar atrapándome en simples suspiros que ahogan el alma que clama por tu mirada”. Sería una declaración inapropiada para esa época, y por ello, pero en el presente en cambio, sí sería muy bien visto, lo que ahora mismo, sería horrible escuchar una declaración de amor del tipo: “Necesito tu danza prohibida para saciar el hambre de mis entrañas”. Este tipo de declaración de amor, en este tiempo moderno quedaría grosera, grotesca, excesivamente directa, la juventud busca algo más indirecto, dulce y acogedor, por ello en el lenguaje es de vital importancia adaptarse al momento, al tema y a quien vaya dirigido el mensaje.

Comprometidos con la necesidad de un uso del lenguaje para comunicar, expresar y generar emoción, se pueden usar muchos recursos, que no hablo pues de metonimias y sinécdoques originales, pues su mejor frase está llena de significado vacuo, y la lanza sin mérito alguno hacia los oídos de la gente. Puestos a descubrir el apetente de aprobación discurso de nuestro nuevo sofista, observamos como se repiten una y otra vez con expresiones ajenas que reconstruye como si fueran nuevas, en anáforas tal cual los políticos las generan en sus aburridos discursos cuando no saben que decir, y sin sentido se repiten, repiten las palabras, los versos que una vez escucharon, repiten su tono, prosaico se repite, repiten su gesto, repite el sonido, redunda y repite, y si al menos descubrieran que esas palabras no requieren ser enfatizadas, no sería tan abrumadora la necesidad que muestran de escucharse a sí mismos pronunciando una y otra vez los mismos sonidos bajo las mismas palabras. Podrían, ya de paso, generar hermosas aliteraciones que signifiquen algo real, y no sacadas de ningún lugar, como ese pronto rendir del sentir que presto percibió las palabras repetidas y grabadas como improntas en la profunda crisálida del entendimiento que se abrió paso a la puerta del verso; y si acaso el vuelo del ave que con valor visiona la libertad, alza las alas y se transformara en palabras, que desde mi voz vuelan a tu corazón, sin opinión ni vicio, pero con mi aliento.

Conservo la idea de que, sea como fuere, es necesario señalar la intensa alegoría a la mente, a sus sombras, a la ignorancia y los astros que la rodean, que atónitos los ojos del alma no puede más que mirar lo que la circunda pensando como real todo aquello que le condiciona; y con tan mala pata y tan desatinado ha sido el entendimiento contemporáneo, que tantas veces hemos olvidado que se trataba de una alegoría y empezamos a observar el símbolo como si tuviera vida propia, tal cual Miguel Ángel golpeando con su martillo a Moisés y gritándole que hablara porque realmente creía que estaba vivo, que tanto mirar el símbolo llegamos a creer que es real, y nos convertimos en aquella persona que inconsciente mira el dedo que señala y no a dónde señala este; que desde siempre, a estas personas se les sentaba en la última fila con la esperanza de que algún día comprendiera el sentido de la analogía y dejaran de una vez por todas de quedar atrapados en símbolo. Nos queda claro que conocimientos de sobra tenían los sabios del pasado para describir con total detalle aquello que evitaban mencionar, y con hermosas y sencillas metáforas, dibujaban simbólicamente sobre el lienzo de la historia del firmamento humano, sin embargo, eligieron estas formas sin formas, con razón, y de no entender la razón que tenían, mejor repetirlas para ver si por casualidad, algo de su ingenio se nos pegase al jugar a ser filósofos, pedagogos, pensadores o sofistas.

Que esta etopeya tan vehemente formada hacia esa persona charlatana, estólida, ingenua y mameluca, raspamonedas de pacotilla, pisaverde con ese tan deshonesto discurso, viceversa, sin ingenio, remeda; que no sirva como ejemplo de insultos, críticas ni desganas, pues no intento ponerla en entredicho, sino simplemente sacar a relucir una humilde opinión sobre ese discurso que camina sin norte ni sur, con un tono y ritmo que adormece, sin comprender la tan necesaria forma, armonía y entereza en cualquier mensaje, mucho menos la adaptación que el mensajero debe crear del uso del lenguaje para llegar mejor al oyente. Y con tanto que busco sigo sin comprender cómo de todo eso que diciendo y diciendo no dice nada, se logran editar tantos libros sin sabiduría, mensaje ni tan siquiera entretenimiento alguno, pues si al menos fueran divertidos, pero no son más que un cúmulo de empalagosas frases muy bien adornadas que hasta un niño pudiera reducir a unas pocas palabras. Pues incluso una onomatopeya, cuasi aliteración, podría definir mejor el vulgar balbucir tan blando como el bla bla, que vocifera el buen actor.

Que, en resumidas cuentas, sabemos que solamente con epítetos no se consigue nada, pues, aunque alumbrase la luz de la verdad la antigua oscura noche de la mente atenta, disolviendo así la bruma del vacío del alma, y excitando la callada tierra de tu cuerpo con la sencillez de una pura revelación, no por ello en la desnuda voz sincera, encontramos más verdad por ser más elocuente y bella en su formulación.

En resumidas cuentas, llámese hoy en día orador al que habla y escritor al que escribe, ignorando que el título también requiere saber hablar o saber escribir, ya fuere con elegancia, con belleza, con coherencia, destreza, inteligencia, o veracidad. El oficio del orador y el escritor es un antiguo arte de aquellos que con el don de la palabra nos llevan a recrearnos en la imaginación, la reflexión y el recuerdo; nos invitan a pensar por nosotros mismos, o con avidez declaman aquello que está prohibido pronunciar, y de una forma sagaz invitan al entendimiento exponiendo y acercando la verdad a las personas, sobre todo con buen gusto, rima, sentido e inteligencia, diciendo un poco más que aquello que pareciera que quisieran decir; quién pudiera sentir el conmovedor arte del sonido y sentir el arrastre de las palabras talentosas que huelgan por expresar lo inexpresable, tocar el alma, señalar lo invisible, atraer las miradas de los inocentes y puros niños o hasta sonrojar la dura roca.

El ignorante tal vez quede en los vocablos más comunes, las frases repetidas o aquellos adjetivos que parecieran más grandilocuentes, pero pensemos por una vez, y utilicemos el buen juicio, ya que, si alguien quiere hablar, porque necesita, porque realmente hay algo que impera y necesita ser expresado, o tiene la enfermedad del excluido y requiere callar el llanto de su soledad, pues que hable, que se exprese, pero no por ello será un erudito de la palabra, ni un poeta, ni un artista. Reconozcamos que todos sabemos que, si rellenamos nuestras bibliotecas de libros vacíos de contenido, o atiborramos Internet de opiniones sin integridad ni inteligencia alguna, los verdaderos mensajes, los más valiosos y con mayor sentido que tantas veces surgen en la sencillez y no en el arte de la elocuencia, permanecerán una vez más en el olvido y en el anonimato, hasta que un listillo, sin miramientos ni honor alguno, los plagie y exponga con gran descaro como propios, porque hoy en día, más importante que el mensaje, o la reflexión del mismo, es el mensajero que tantas veces habla sin llegar a ningún puerto, sin lógica ni destreza alguna, más si con buenas técnicas de venta y falta de honestidad y transparencia.

Pues mirase que se mira si el fontanero realmente sabe de electricidad o de cañerías, o si el albañil sabe construir casas, o tal vez fuera experto en venderlas, y todos podemos comprender la diferencia en estos oficios, pero en la palabra, cuando alguien habla, escribe o lee, parece que importa poco cómo lo expresa o qué es lo que está expresando, pues mucho menos se sabrá poner claridad sobre la verdad, coherencia y sencillez de su discurso, que con honestidad, en la mayoría de los casos es plagiado.

En este aspecto recordemos que estamos en un país donde suspendemos en comprensión lectora, no por falta de venta de libros, sino posiblemente por falta de invitación a la reflexión, ya que el considerado buen filósofo actual, no es el amante del saber, sino el poseedor de una verdad absoluta, que posiblemente gasta demasiados esfuerzos en demostrar su verdad, y pocos o nulos esfuerzos en escuchar al otro, y así se genera una forma de pensamiento donde desde niños no sabemos discriminar entre teorías, hipótesis y leyes universales, y creando así un despropósito hacia el saber, el conocimiento y la cultura.

Un escritor que sólo escribe historias vacías, convertirá el arte de la narrativa en un insustancial caldo desaborío sin gracia alguna, pues para eso, continuamos con las novelas de aventuras, porque ya sabemos que no quedan héroes auténticos, pero sí malos escritores, profesionales incompetentes y políticos delincuentes, que todos se podrán disfrazar con una cháchara elegante, más no dejará de ser un balbucir de más descaradas mentiras para esconder la auténtica atrocidad de la falta de dignidad humana.

Luego está la asombrosa capacidad del predicador moderno al introducir el uso de mensajes inspirados, pero, ¿inspirados en qué?, ¿en quién? ¿desde dónde surge la necesidad de comunicar semejante palabrería? Claro que puede ser que haya personas que conectaran con energías, voces, formas extrañas, inconscientes colectivos, seres místicos, ¿por qué no va a ser así? Y de serlo, quien soy yo para negarlo, sin embargo, el intuir o recibir un mensaje no exime la responsabilidad de lo que se ha dicho, y este dato haría que muchos peligrosos mensajes dejasen de salir a la luz. Recordemos pues lo que le ocurrió al desafortunado Tomas Rodaja, aquel licenciado de vidrio que, tras un hechizo, decía todo lo que pensaba con gran ingenio y a quien nadie podía tocar por que se rompería, hasta que curado comprendió que nadie ya quería volverle a escuchar. Hoy en día el mundo se rodea de licenciados vidriera que no son de vidrio, que no tienen ingenio, pero como lo que dicen, según dicen, no lo dicen ellos, sino que intuyen o sienten o perciben desde alguna invisible fuerza superior que lo tienen que decir, pues se exime toda responsabilidad de haber dicho lo que se ha dicho, y que se enfade el otro si quiere, porque, en definitiva, no se ha dicho nada.

El buen orador, aunque diga aquello que ha intuido, lo ha dicho él, lo ha verbalizado, ha generado esas palabras y, por ende, asume la responsabilidad de ese discurso.

Pues simplemente imitando a los logógrafos, no creo que uno pueda llegar muy lejos, pues ya Aristóteles mencionaba la necesidad del carácter moral, la emoción y la argumentación en cualquier discurso que se precie, mucho más un discurso filosófico; y ya que tantos conocedores de verdad se presentan como sofistas, sería bueno conocer los procedimientos clásicos para la oratoria en dicho ámbito, comprendiendo que no sólo basta con hacer una declamación con todos los recursos orales o visuales a los que uno accede, sino también es bueno encontrar un estilo, a ser posible propio, que sea poderoso, apasionado, intenso y con apóstrofes si es necesario, conclusivo, directo y totalmente lógico y sincero: algo que ayude a persuadir al público con un mensaje realmente enriquecedor.

Luego las librerías están llenas de esos best seller creados por escritores que parece que nunca han leído un libro y un día, sin comprender, se levantaron y comenzaron a escribir sobre algo que intuían o sentían, y sin gracia ni argumento alguno, repiten conocimientos que cientos de veces ya se trataron en el pasado, ni si quiera comprenden que a veces lo que uno piensa y siente no es tan importante ni tan necesario contarlo, aunque con tan bonita portada, el libro es una tención para adornar las estanterías.   

Debemos entender que, con esta constante y masiva exposición a través de tantos medios, como libros, videos, artículos, cursos y conferencias, los oradores actuales carecen totalmente de actio y elocución, incluso desconocen lo que esto significa, beneficiándose de la publicación masiva, y no de la inteligencia en su discurso para llegar a la gente.

¿Pues qué importa, en la ignorancia del lector ingenuo, si el libro es bueno o malo? Si aparecen varios volúmenes con una nota sobrepuesta de una edición especial en la entrada de la librería, posiblemente sea lo mejor del momento, posteriormente basta con que varios lectores cojan una o dos frases con más de mil años de antigüedad, aunque mal atribuida al autor moderno, la embellezcan con una imagen bonita y la publiquen en las redes sociales. De una forma u otra, surgimos de una sociedad que costó alfabetizar, y en ese contexto, todos los libros son señal de ciencia certera, y toda persona con un libro bajo el brazo, es señal de culta, ignorando que muchos libros parece más bien que destruyen sin querer los legados del saber tan valiosos de la humanidad.

Atónitos descubrimos la aclamación de la gente a la repetición de frases sin sentido; La total falta de diferenciación entre los decretos, preceptos, afirmaciones, teorías o suposiciones; El uso constante de locuciones teóricas en forma de leyes pareciendo así rotundas verdades universales, en lo que tan sólo son suposiciones o ideas vagas personales; Y esa búsqueda de apropiar para sí lo que, durante milenios, otros, con más ingenio y sabiduría, ya expresaron.

Dejando atrás la gran duda de cómo es posible que un discurso tan vago e insustancial haya tenido tanto éxito, cuando ni si quiera discrimina entre adverbios, sustantivos, pretéritos indefinidos o anteriores, mucho menos logra diferenciar entre participios y gerundios. Sin lograr comprender nada sobre una base ininteligible porque realmente nada hay que entender ahí, valgámonos de la razón, de la razón, en el eco de la sinrazón, que nos queda para descubrir que no hay verdad, ni argumentación, sino que ese discurso no es más que un constante exordium: una introducción sin fin donde el único objetivo es ganarse al público. Público que también siente, piensa, recapacita, es capaz de interactuar, e interactuando hila, hilando teje, tejiendo concatena, concatenando genera ideas nuevas, ideas surgidas de la anadiplosis de los propios sentimientos de su corazón defraudado ante un discurso tan presuntuoso. Pues ya decía mi madre que en todo discurso que se precie aparece una epanadiplosis y una anadiplosis, que no significa esto que se repliegue tu intestino como Aristóteles utilizó el término en el pasado, sino que se te repita algo porque desde las entrañas insiste en salir, pues: amo sencillamente las palabras que más amo, siento cada palabra tan adentro que es lo único que siento, verso entre el olvido de nuestro aliento otro verso, y más allá, cuando parece que nada queda por decir, continúo más allá, más allá, más allá…

Todos sabemos que estamos dañando el lenguaje por culpa de los medios de comunicación masivos, aunque considero que no podemos entender a qué nivel llega esta trasgresión, pues ya no se trata de despreciar palabras por creerlas innecesarias simplificando el mensaje para que pueda llegar a más y más oyentes, o de restar el valor al significado real de cada palabra, aportando el significado que a cada uno le da la gana, o le conviene en los diferentes contextos, tampoco se trata de explotar recursos retóricos porque hayan dado resultado en el pasado a otros interlocutores, sino que, sobre todo me sorprende el uso de expresiones sin ningún sentido que abundan en nuestro lenguaje oral y se están extendiendo como un virus en el lenguaje escrito.

Trátese a los modismos con ligereza y generarán una nueva forma de lenguaje propia, cerrada, donde nadie expresa con claridad lo que piensa, siente o ama, sino que cada persona da por sentado que el otro entenderá, a raíz del tono de voz, los gestos o las expresiones que, si las viéramos escritas y en un sentido literal, incluso tal vez expresan lo contrario de lo que uno quiere decir. Habituados a las ironías entremezcladas con oportunos modismos en expresiones mal pronunciadas, uno ya pocas veces diferencia cuándo utiliza el lenguaje para herir, para tergiversar la verdad, para manipular o para expresar un pensamiento. Acostumbrados a la falta de contundencia en la expresión, pocas veces comprendemos que ciertos mensajes no tienen sentido, ni dirección alguna, sino sólo son un reclamo de atención o una lucha por tener razón o por conseguir lo que uno quiere; y algo que resulta incluso doloroso, nos hemos acostumbrado a que los profesores y maestros no puedan enseñar y facilitar el conocimiento auténtico, o la capacidad para encontrar ese conocimiento por uno mismo, sino que vendan conocimiento como se venden productos en un supermercado, desde ese lugar se compran conceptos y creencias, despreciando el valor único de la verdad y el esfuerzo del aprendizaje, de la misma forma que compramos cosméticos para embellecer, esconder defectos y ocultar la ignorancia que llega al punto de doler.

Ahora, dicho esto, cuando comprendemos que trivializar el lenguaje lo trasgrede y corrompe de la misma forma el mensaje, imaginemos que podrá ocurrir cuando trivializamos a través de los mismos medios y de la misma forma, conceptos profundos, conocimientos ya sean objetivos o subjetivos, sabiduría real o cualquier forma de entendimiento que lleve a la recapacitación.

Que si por suerte, fuera afortunada y entre los oyentes alguien atento hubiera comprendido que ya di ejemplos de sobra para lograr un discurso algo más enriquecido, con acotaciones, ejemplos, figuras retoricas, de esos que gustan a los puristas, o esos que embellecen incluso la sátira lengua del crítico vulgar como yo hice en esta alegoría al descaro de hablar sin decir nada, y de no ser así, o de no valer nada, válgame la desvergüenza de formular tanta palabrería sin sentido y que al menos, si no instructivo, haya servido el presente como lúdico entretenimiento.

1 comentario en “Alegoría al descaro”

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