Es fácil amarse a uno mismo en un momento determinado. Algunas personas, ese día especial, se arreglan, se ponen guapas, dedican un tiempo a embellecer su forma, y ese día brillan más, la luz en sus ojos es más intensa. Olvidan muchas penas y viven con mayor alegría.
Y luego, ese día que surge una nueva cana, que su talla aumenta o que ven ojeras, arrugas o manchas en la piel, toda luz en sus ojos desaparece y vuelven a sentirse mal.
Más allá de todo lo que se dice en esta sociedad de consumo, sería hermoso que aprendíesemos a amarnos en el cambio. Las personas son hermosas siempre. Más allá del trabajo que dediquen a arreglarse.
Nuestro juicio tan duro hacia la naturaleza humana nos demuestra un desconocimiento total hacia los cambios que por su puesto todos vamos sufriendo a lo largo de la vida.
Un ejercicio que ya propuse en otras ocasiones es sentarte a contemplar a las personas en la calle. ¡Un día pruébalo! Siéntate en una terraza o en una plaza, un lugar concurrido desde donde veas pasar a muchas personas y ve admirándolas. Es interesante descubrir qué cosas te agradan y cuáles no, pero también utiliza tu sabiduría y descubre que tu juicio puede estar nublado por tu propia historia familiar y social. El ejercicio consiste en que a todas las personas logres verlas bellas, hermosas, pues realmente todos somos bellos.
Ese niño que llora y grita e inspira ternura y preocupación. Ese abuelo que camina despacito, con arrugas en las arrugas, que inspira compasión, amor, cariño. Esa mujer cansada que camina con ansiedad olvidando quién es, que inspira deseo de abrazarla y mirarla a los ojos con calma. Ese hombre que no se conoce. El que carga tanto peso. Aquellas mujeres que hablan sin parar o el matrimonio de ancianos que camina como si fuesen uno solo. Todos somos hermosos y en todo hay una belleza única que inspira compasión.
Compasión: compás + om. Uniendo con sabiduría.
Si al hacer este ejercicio uno siente que las personas le dan asco, temor, le inspiran pena o tristeza, desde su forma física, entonces es bueno replantearse porqué algo tan natural y perfecto como el cuerpo humano no nos resulta bello en cualquier de sus formas.
En nuestra cultura se ha perdido el compartir los baños entre mujeres o entre hombres, donde mujeres de todas las edades se juntan, se desnudan y se ve con naturalidad los cambios que claramente sufriremos a lo largo del tiempo. Igual los hombres y el compartir en baños comunes de hombres.
Así una joven que alcanza la pubertad, en nuestra sociedad, rara vez conoce cómo cambiará su cuerpo con los años, con suerte habrá visto desnuda a su madre o su abuela en alguna extraña ocasión. ¡Qué susto cuando su cuerpo vaya transformándose con los años sin explicación alguna! En todas las revistas, películas, televisión, se muestra claramente que con los años el cuerpo debería mostrarse igual que una quinceañera, pero la joven crecerá con total desconocimiento de que esta imagen está totalmente distorsionada, y al descubrir la realidad comenzará un odio hacia sí misma. Totalmente diferente sería cuando mujeres de todas las edades se juntasen con regularidad a compartir baños, sin pudor entre ellas con sus cuerpos desnudos. La joven descubre los cambios naturales del cuerpo humano. No teme a la edad, la reconoce y descubre el porqué de dichos cambios. El temor y la ignorancia desaparecería.
Nuestro aborrecimiento al propio cuerpo humano llega a tal punto que millones de personas hacen innumerables esfuerzos por ser diferentes de lo que son. Llegan a lastimarse, a operarse, a pasar hambre y dolor con tal de ir en contra de su propia naturaleza. Sin escuchar su cuerpo, sin respeto ni aceptación, buscan cambiar quién son, pues tal vez nadie les haya enseñado que son perfectos, o nadie les haya mirado con admiración y amor en su perfecta naturaleza humana, tal cual se muestra a lo largo de la vida.
Si uno no se ama a sí mismo en el cambio, raro será que logre amar a otra persona en el cambio. Si uno no acepta los cambios que sufrirá al crecer, al tener hijos, al trabajar, al envejecer, difícilmente podrá amar a la otra persona en sus propias y naturales transformaciones.
Aprender a amar y admirar al cuerpo humano tal cuál se muestra, nos ayuda también a vivir el amor plenamente en la intimidad. Nuestras relaciones sexuales no están sujetas a sentirnos inspirados por visiones agradables inspiradas en revistas, films o televisión, sino que el contacto y excitación sexual se basará en el mismo cuerpo humano. Cuando uno descubre la sexualidad desde el cuerpo y no desde la imaginación, la experiencia resulta muchísimo más placentera y amorosa. Pero si la visión de la propia naturaleza humana o de cómo debería ser el cuerpo es una percepción falsa y engañosa, el éxtasis sexual es algo inalcanzable que tan sólo se podrá vivir a través de la imaginación. La sexualidad se vive en el cuerpo, no en la imaginación. Y realmente es triste que dos personas no puedan hacer el amor con plenitud porque tras años uno deja de sentirte atraído por su pareja por los cambios físicos que esta persona ha sufrido.
Un ejemplo es cuando le resulta doloroso para un hombre descubrir los pechos operados de su mujer, lo cual deja de resultarle atractivo y excitante, ¿y no es mucho más atractivo y excitante descubrir lo hermoso del contacto con su cuerpo, el cual ha sacrificado una parte de sí mismo para continuar vivo?. Entonces las cicatrices, las heridas, el dolor, se convierte en miel. Entonces uno descubre un intenso placer al acariciar aquellas cicatrices tras una operación, que no inspiran una excitación sexual como antes se había vivido, sino mucho más, inspiran ternura, cariño, amor.
Aprender a amar en el cambio nos permite admirarnos a nosotros mismos en nuestros propios cambios, pero sobre todo nos permiten amar al otro en todas sus formas, descubriendo como aquello que nos podía parecer feo, o grosero, se puede tornar tierno y maravilloso.
Las heridas, las cicatrices, los michelines y las grasas, las entradas y las calvas, las arrugas, los olores de sudor, las arrugas, las lágrimas y los dientes caídos, el color de piel, la edad… se convierten en mayores razones para amar, inspiran ternura, compasión y nos ayudan a reconocer y comprender a quien amamos con mayor respeto y dignidad.