Todos alguna vez se preguntan cómo desarrollar autoestima y lograr la paz interior, cómo amarse de una forma sincera y completa, y estar en paz con uno mismo.
Muchas veces, mirar hacia dentro es todo un reto. Tal vez a uno no le guste lo que vaya a encontrar, tal vez rechace una parte de sí mismo, o tal vez se niegue a cambiar algo, un dolor, un sufrimiento, que no desee perdonar y dejar a un lado.
Hay momentos en la vida, muchos momentos en la vida, que las personas se llenan de ruido para evitar poder mirar hacia uno mismo.
Suspiran entre engaños angustiados por el ruido externo, que no les permite mirarse, sin comprender que ese mismo ruido, ellos lo han puesto para evitar encontrarse con la verdad dentro de sí mismos.
El día que no necesitamos ruido, el día que no necesitamos silencio, la mente está en paz, independientemente de lo que ocurra fuera, independientemente de todo. Ya no hay juicio y se siente una gran liberación.
Hasta ese día el ruido es molesto, desagradable, algunas personas nos molestan, algunos lugares nos dañan. Y no se trata de algo externo, tan sólo es un conflicto interno, un dolor interno que no somos capaces ni si quiera de mirar, tal vez no lo queramos transformar, perdonar, tal vez no queramos dejar de ser la persona que sufre.
Paracelso, en sus 7 reglas para lograr salud y armonía, nos enseña de una forma muy simple cómo abordar este trabajo.
Pero, ¿cómo abordamos estas reglas? ¿Cómo ahondamos dentro de nosotros con el fin de lograr paz, cuando el mundo exterior, las cosas que nos han ocurrido, las que nos han hecho, se tornan dolorosas y no somos capaces de seguir adelante en el viaje hacia uno mismo?
Lo mejor es comprender que el dolor no está con nosotros porque sí, lo mejor es comprender que tal vez estamos aferrados al dolor. El dolor no surge por un trauma, sino por la conciencia y el sentir ante un hecho determinado en la vida. Otras personas pueden haber vivido la misma experiencia, y no haber tenido ningún dolor, ningún trauma. Es más, muchas personas han logrado superar ese mismo trauma, seguir su vida y recuperar la paz. No se trata del grado de sufrimiento, sino de la capacidad emocional, y sobre todo psicológica de cada uno para afrontar los distintos desafíos en la vida.
Cuando más desafiante haya sido la superación de la frustración en la infancia, más dolorosa se puede tornar una experiencia conflictiva. Aquel niño que no lograba superar su frustración, aquél niño que no tubo retos, ni la necesidad de tomar decisiones, que no se enfrentó a las verdades comunes y realidades del mundo, el sobreprotegido, o a quien hicieron creer que todo le iría bien si se esforzaba, o porque era buena persona, porque se lo merecía, el día que las cosas le van mal, sufre, sufre de forma inimaginable. Porque no sabe enfrentar esa sensación de fracaso, porque nunca lo hizo en la infancia.
También aquel niño a quien nunca le dijeron la verdad, a quien adornaron la verdad con engaños sutiles para que no sufriera, a quien acompañaron en su infancia con frases esperanzadoras de suposiciones y medias verdades. “Verás que en el colegio tendrás muchos amigos y jugarás todo el día”, “cuando seas conocerás a alguien con quien serás feliz”, “en el fondo ese niño te quiere (o te envidia) y por eso te trata mal”. Medias verdades para no afrontar que, en la vida, a veces uno no disfruta, ni del colegio, ni del trabajo, ni encuentra una pareja, a veces alguien nos hace daño simplemente porque es así, no porque nos envidie ni porque sea su forma de expresar su amor.
Pero estas medias verdades, estas frases esperanzadoras, marcan una forma de ver la vida en los niños en las que no pueden comprender cuando les ocurre algo malo. Si sus padres les han asegurado que harán muchos amigos, ¿por qué no los tienen?, si sus padres les han asegurado que les irá todo bien, ¿por qué no sienten que eso sea así?
El dolor del adulto que creció con medias verdades, sin entender cómo funciona la vida, puede sufrir enormemente ante los desafíos que se encontrará inevitablemente. Vivir una vida de frustración, de temor y de ceguera. Culpando el resto del mundo de los “premios” prometidos por sus padres, que no ha recibido.
Entonces ocurren cosas en la vida, experiencias sin más, y la persona no comprende cómo superarlas, ya que ni si quiera comprende por qué han ocurrido.
De aquí el shock, de aquí el bloqueo para avanzar. Uno no puede mirar hacia dentro, porque dentro no hay problema, o eso considera. Uno no puede lograr entender lo que pasa, no logra saber porqué se siente mal, o porque vive lo que está viviendo. No puede haber aceptación ya que, de alguna manera, considera que “no merece” esa vivencia, que no hizo nada para tenerla, que merece tener una vida mejor, siente la injusticia como un niño a quien se le niega un regalo en navidad.
Mirar hacia dentro se hace insufrible, el juicio hacia Dios, hacia la vida misma, hacia los padres, hacia todo lo que a uno le pudo ocurrir, bloquea la posibilidad de mirar hacia dentro, y aparece una sensación de frustración e injusticia que se acrecienta al no saber resolver los propios sentimientos, y continuar centrándose en resolver la situación de vida, sin comprender, que el mayor de los problemas, es el resentimiento y la frustración.
Se dice que en las zonas más pobres del mundo, es dónde hay más felicidad. Se dice que aquellas personas que crecen sin nada, son más felices en su día a día. Claramente esa felicidad no depende de la carencia de cosas, sino del aprendizaje esencial en la infancia, el vivir en la verdad del día a día, una realidad nítida, innegable y clara a la que los niños en ciertas regiones, por sus condiciones de vida, han de afrontar sí o sí. Y se basa también en la aceptación de esa realidad, la que sea que llegue, sin negarla, sin sentir el odio ni la rabia. Y desde esa aceptación, la superación y la transformación de la realidad que cada uno vive. El niño crece comprendiendo que la vida no es injusta con él, la vida es así. El niño sabe que no le ocurren cosas malas, sino que ocurren cosas malas continuamente a todos. Y sabe, desde niño, que todos tenemos la obligación de enfrentarnos a las cosas que nos ocurren, superarlas, transformarnos en los momentos difíciles y avanzar, independientemente del deseo de rendirse, un deseo que es cada vez más pequeño, hasta inexistente, cuando más conciencia tenga la persona de que uno es capaz de superarse y cambiar su vida, siempre que acepte la realidad que le toca vivir el día de hoy.
Juzgar, negar, rechazar una experiencia, evitar enfrentarse a ella, sólo lo agrava y, el problema no es esa experiencia, sino el sinfín de experiencias que llegarán en la vida. Que no han de ser malas experiencias, a lo mejor no son las esperadas.
Y aquí tenemos el mayor sufrimiento en occidente, no se trata del dolor por experiencias difíciles, es un sufrimiento porque uno no ha conseguir lo que quería conseguir, porque la vida no es como le gustaría. Tal vez no tenga la pareja soñada, o la casa soñada, o el trabajo soñado. No sufre por que la vida le trata mal, ni por experiencias dolorosas, sino por frustración, por no tener, por no poseer, la codicia emocional, espiritual, material, le hace sufrir.
Para esta persona, la vida puede ser enriquecedora, preciosa, sin embargo, esta persona, sufre. Y al darse cuenta que tiene todo lo que podría desear, sufre más. No es falta de gratitud, al contrario, siente gratitud por todo lo que tiene, es sufrimiento por la frustración de algo mucho más profundo, interno, a lo que no puede acceder, ni comprender. Sufre porque, aunque la vida es maravillosa, siente dolor dentro de sí, sufre porque no se ama, sufre por falta de silencio, de paz interior. Tiene de todo, su familia tiene salud, tiene trabajo, tiene una economía buena, tiene amistades, tiene inteligencia, pero sufre sin saber que se aferra a la frustración, por una mala educación, por una educación en el inconformismo, en el dolor, en la frustración, en la ambición insana, además, un inconformismo, una frustración y una ambición, no reconocidas, porque la verdad siempre fue encubierta, porque todo lo que de niño vivió fue un espejismo, un teatro o un circo para que el niño disfrute y no se preocupe por nada, no vea cómo es la vida, no se angustie ni un momento, considere que la vida es un premio tras otro.
La autoestima comienza en la autoobservación, la autoestima no existe sin una honesta mirada hacia uno mismo. No podemos amar a alguien a quien no conocemos, sería engañarnos en ese amor. No podemos amarnos a nosotros mismos si no somos capaces de vernos tal cuál somos, y aceptarnos tal cuál somos. La autoestima no se basa en el amor propio, se basa en el autoconocimiento y la aceptación. Desarrollar el amor propio sin entender cómo es uno, cómo piensa, qué nos hace sufrir, qué nos da alegría, en qué nos hacemos daño, y porqué nos castigamos a nosotros mismos, comprender todo esto, ser objetivos, sinceros, humildes con nuestras limitaciones, nos llevará a desarrollar la autoestima que necesitamos para vivir la vida.
La falta de autoestima está totalmente ligada a la frustración por no lograr lo que uno quiere. Entonces, ¿se tendrá autoestima cuando se consiga el premio que se cree merecido? ¿realmente la mente humana es tan ingenua para creer que cuando uno posea todo cuando desea será feliz?
El autoengaño está ahí en forma de mentiras constantes. En una sociedad consumista, donde aquello que compras, lo que “adquieres”, es tuyo porque lo has pagado, y eso te hace feliz. Y no sólo pagamos objetos, compramos hasta relaciones que tratamos como si fueran cosas.
Antes, una amistad duraba toda la vida, ahora, en el momento que no nos sirve, que no nos satisfaga, que no sea lo esperado, la desechamos igual que una máquina rota y vieja. Tal vez intentemos “reparar” a la otra persona. “reacondicionarla” para que sea de nuestro gusto, pero si no logra el cambio deseado, la desechamos, ya no nos es válida.
¿Podemos hacer lo mismo con nuestro fuero interno? ¿podemos hacer lo mismo con lo que sentimos, con nuestras emociones, con nuestra manera de ser? Ahí surge un problema. Podemos comprar de todo, cambiarlo, desecharlo, o eso creemos, pero no podemos cambiar lo que somos. Y ahí surge un dolor muy grande. Una falta de aceptación, de honestidad, de amor propio.
La autoestima nace en este trabajo de aceptar la vida, aceptarse a uno mismo, comprenderse, observarse. Cuando más moleste el ruido externo o interno, cuando más nos afecten los conflictos, las personas, los juicios, las realidades propias o ajenas, cuando más silencio necesite uno, más falta de honestidad en la mirada hacia uno mismo hay. Por eso le molesta el ruido, porque no logra mirar hacia dentro. Y un día, no habrá más remedio, un día se verá tal cuál es, en el espejo nítido del alma, y ese día, todo ruido, todo juicio, todo dolor externo, desaparecerá.
La autoestima se convertirá en una puerta hacia la paz interior.