Los conflictos en las relaciones son naturales y contínuos, y aprender a encararlos, con confianza, respeto y empatía es decisivo para tener relaciones saludables.
La creencia popular es que la agresión surge cuando una persona tiene malos valores adquiridos, cuando carece de empatía, de moral, cuando es cruel y disfruta del sufrimiento ajeno. Pero al observar con detenimiento, nos damos cuenta que la agresión surge cuando alguien con un conflicto personal, no posee herramientas útiles para resolverlo. No sabe cómo, no conoce referencias que le ayuden.
La búsqueda de comunicar el sentimiento sin resultado, pueden llevar a las personas a generar ese sentimiento en otros, trasmitiendo dolor para que logren comprender lo que sentimos.
La indiferencia, la exclusión, el bloqueo social, la manipulación, la coacción, el chantaje, el hostigamiento, la intimidación y la agresión, son estrategias para generar daño. Se realicen consciente o inconscientemente, su función es generar dolor. ¿Y por qué? Pues posiblemente porque no sepamos otra forma de resolver un problema. La persona no sabe disolver su propio sufrimiento, no sabe resolver el conflicto que tiene con otras personas, no puede encontrar la paz. Castigar se convierte en una forma de diálogo, generar dolor es la única manera que esta persona conoce para comunicarse.
Sin darse cuenta, esa persona que tiene un conflicto, genera dolor buscando un entendimiento. Pero no logra más que aumentar el daño y potenciar el conflicto inicial, su solución no sólo no es eficaz, sino que empeora la situación. Frustrada la persona porque aun no solucionó nada, la necesidad de hacer daño crece y las fórmulas utilizadas son cada vez más hirientes.
En el desarrollo emocional natural, las fórmulas de comunicación observadas, tienden a ser repetidas con insistencia hasta lograr integrarlas. El niño repite los mismos procesos observados en los adultos, ya sea entre ellos o hacia los mismos niños.
Indiferencia, agresión, castigo, maltratos físicos, emocional o psicológicos tan comunes en todas nuestras relaciones.
Luego, tal como han aprendido, dan la vuelta a la agresión haciéndose ver como víctimas.
El adulto no cree que castigue, mienta, manipule, coaccione o insulte a los niños porque tenga un conflicto con ellos o con él mismo que no sabe resolver, realmente cree que actúa por su bien, que los está educando, protegiendo; los niños, igualmente, cuando dañan a otros no creen que le estén haciendo sufrir, realmente creen que le están haciendo un favor, enseñándoles tal cual sus mayores les han mostrado a ellos. No les odian ni creen que el otro esté sufriendo, y la mayoría de las veces, la agresión se realiza a sus mejores amigos y parejas.
De adultos, las mismas estrategias comunicativas violentas son repetidas creyendo que tienen resultados positivos. Lo cual nos lleva a relaciones dolorosas y conflictivas que nos aíslan y convierten en un verdadero problema el amor y la confianza.
Tantas veces no somos capaces de resolver los conflictos y observamos a las personas sin saber cómo gestionar lo que sentimos. Tal vez exista una historia dolorosa previa, pero sobre todo hay mucha ignorancia, un gran desconocimiento ante la forma de comunicarnos con nuestro entorno.
Esta ignorancia en la comunicación nos lleva a tener más frustración, más dolor y más problemas personales. Lo cual genera más conflictos con el alrededor y más patrones incorrectos que pueden aprender nuestros hijos.
Y claramente, al intentar resolver el conflicto sin las herramientas comunicativas adecuadas, la persona no tiene ni idea que daña a los demás, que los agrede, que los acosa. Cree que está resolviendo problemas, pero ignora que genera otros aún mayores.
Este tipo de respuestas descontroladas para resolver conflictos emocionales comunes, generan graves daños emocionales. En los colegios se comprueba que son más comunes estas estrategias en niñas que en niños. El acoso escolar es más común en niñas que en niños, quienes a su vez, tienden a creerse victimas desconociendo el daño que están causando.
Los padres, profesores, cayendo en la trampa de la manipulación, realmente creen que sus hijos son las víctimas, sin descubrir una tendencia agresiva y dañina en sus hijos a la hora de afrontar sus relaciones personales. Entonces participan influyendo más negativamente en la resolución, porque no hablan de estrategias de comunicación, sino de víctimas, de sufrimiento. Los niños por ende no aprenden a solucionar los problemas, continúan teniendo los mismos, sólo que ahora se sienten más culpables y avergonzados.
El mayor problema de estas actitudes en la infancia se manifiesta años más adelante, cuando se normaliza el tratar mal a otras personas, el decir a los demás lo que deben hacer, pensar, cómo actuar, cuando el joven se cree por encima de otras personas, cuando evita y menosprecia a todos los que piensan diferente, cuando su desprecio al mundo llegó a tal punto, que se siente avergonzado de sí mismo por no ser perfecto.
Cuando una persona, de la edad que sea, se encuentra ante un conflicto emocional, por no saber comunicar algo en principio sencillo, o por no comprender a la otra persona, se inicia una serie de estrategias que generarán gran dolor, y de repetirse, tenderán a ser hábitos muy negativos de comunicación violenta.
La estrategia más fácil de adquirir es la indiferencia. Busca hacer sentir humillación, vergüenza, rabia. En esta estrategia, la persona sobre todo quiere hacer notar que es más feliz y dichosa cuando el otro no está presente. Por ejemplo, jugando con más entusiasmo y alegría, mientras aquella otra a quien quiere hacer daño, está presente testigo de su felicidad pero sin poder participar en ella. En parejas se suele hacer cuando la persona habla con gran alegría por teléfono y cuelga con seriedad y rigidez para acompañar de un incómodo silencio, haciendo notar que la presencia de esa persona genera indiferencia, incluso desprecio. Es una sencilla estrategia de castigo donde se deja de hablar, de mirar, de sonreír a quien se busca dañar emocionalmente.
Sobre todo, es una estrategia utilizada por mujeres, es una estrategia que enseña rencor. Nos quiere mostrar que hay una herida guardada y que no hay ningún interés por resolverla.
La indiferencia se transforma en exclusión. Con esta estrategia se busca realiza un bloqueo social, excluyendo a quien se busca dañar. Se le aparta del grupo, se ignora y se busca que la persona viva humillación y vergüenza para que no pueda relacionarse con nadie más. Se pueden inventar cotilleos, habladurías, gestos despreciativos, y poco a poco se coacciona a las demás personas para que se alejen de a quien se quiere dañar.
Es una estrategia que muestra la necesidad de castigar, de situarse en un lugar superior.
La exclusión generará muchos problemas emocionales que la persona que la inició desconoce. El bloqueo social se puede llegar a realizar entre amistades, familias, pero también institucionalmente, cuando un funcionario, o alguien en general, con rabia o despecho, busca que alguna persona no tenga ningún apoyo en ninguna institución, haciendo circular denuncias falsas, o información que ponga en riesgo la comunicación entre esa persona y las distintas instituciones. El bloqueo institucional es un delito, pero igualmente ocurre en familiares, amigos, en el colegio o en el trabajo, excluyendo alguna persona e impidiendo que se pueda relacionar desde cero con su entorno.
La persona que genera el bloqueo, busca crear indefensión. Tal vez así se siente y por ello necesita generar ese sentimiento en los demás. El objetivo es que todos tengan una visión negativa o condicionada de la persona excluida.
En las relaciones de pareja, es fácil ver cuando una persona corriendo acude al entorno, expresando su dolor, su vivencia, dejando en mal lugar al otro, condicionando esas relaciones entre otras personas, impidiendo que su pareja tenga amigos, apoyos, confianza de sus familiares. Al influir negativamente en los demás, es fácil que aquellos, aun sin creer la “versión” que han escuchado, estén condicionados negativamente. Entonces un tercer conflicto, una sucesiva situación problemática, con esa o con otra persona, dará lugar a que la “sensación” negativa creada en el entorno, se solidifique en desconfianza y distanciamiento.
Por ejemplo, el niño excluido, el niño apartado, víctima de cualquier persona, una vez está sólo, en una situación de indefensión social, con cualquier pequeño problema que tenga con otro niño sólo, servirá para confirmar lo necesario de excluirle y apartarle del grupo. Se verá entonces como el problemático, como el conflictivo, sin comprender el contexto ni las situaciones previas. Además, la persona excluida, en esa sensación de vulnerabilidad, se defiende más, se siente frágil, no tiene el grupo que la protege, su reactividad es más negativa y rápida, porque sabe que está solo y nadie le defenderá. Entonces es más fácil que genere conflictos, es más vulnerable a ellos.
La persona que genera la exclusión va buscando “aliados” de su dolor. Los aliados es mejor que sean numerosos y conocidos entre ellos, la estrategia es que el grupo se empatice, que hagan suyo el dolor, que defiendan a la persona y su vivencia como si fuese de ellos mismos, ignorando a razones de ser necesario. Su primer objetivo ya no es solucionar, sino dividir y generar nuevos problemas para justificar su sufrimiento. Su segundo objetivo es situarse en un lugar de poder, de orgullo, con pilares como la supuesta verdad o amistades fieles, donde nada le lleve a ceder y solucionar el problema inicial. El grupo, ignorando lo que ocurre, se empatizan y se sitúan opinando, defendiendo y agrediendo como si ellos mismos hubiesen sufrido, todo sin saber si realmente ocurrió lo que les han condicionado a creer.
El bloqueo social generado impedirá a la persona pedir ayuda, tener amigos, apoyos, encontrar trabajo… En el colegio, igual que en malos matrimonios, las relaciones se rompen excluyendo y castigando.
Aun no hubo ningún tipo de agresión, ni fue necesario, cuando la persona está sola ya se ha generado una situación de humillación y vergüenza. El grupo se consolida y se bloquea toda respuesta amistosa.
Más tarde, al intentar intervenir y reacondicionar el grupo, el excluido pasa a ser una persona públicamente “diferente”, que ha sido o continúa siendo problemática. Quien excluyó no es alguien que normalmente sea observado por el grupo, las personas que excluyen no comprenden normalmente el mal que hacen, tienen el apoyo y la seguridad que entrega el grupo desde el inicio. Incluso muchas veces, la idea de volver a integrar al excluido es de la misma persona que logro el bloque social, convirtiéndose en salvador, generoso, bondadoso, héroe, aunque sólo intenta mantenerse en ese lugar de razón, orgullo y poder.
Integrar una persona excluida no consiste únicamente en ver los defectos de esta persona, sino en los defectos del grupo que lo han permitido, que han alimentado la exclusión. Se trata de trabajar sobre las personas que generaron la difamación, la indiferencia y el menosprecio que causó el bloqueo.
El hostigamiento es otra estrategia de ataque mucho más ingenua y negativa. Normalmente se utiliza cuando la víctima está indefensa, siendo atacada de una forma intensa, constante y a veces silenciosa. El atacante no tiene ni porqué ser el mismo que generó el conflicto, sino pudiera ser un compañero que hizo suyo el problema. Y cuanto más aislada esté la víctima, menos podrá defenderse.
El hostigamiento busca debilitar. Su objetivo es lograr que la persona, ya indefensa y sin confianza, se debilite moralmente y se derrumbe. Se trata de un ataque directo, ya sea con insultos o no, o indirecto, con gestos y expresiones soeces. El atacado, al vivir la situación un día y otro, se acostumbra a ello y deja de intentar hacer nada para protegerse. El insulto se repite; el gesto se repite; las frases que generan dolor se repiten. Poco a poco, la persona deja de tener confianza en sí misma y en su alrededor y se acostumbra a vivir en la agresión.
En nuestra idea de acoso, la víctima es una persona frágil, con baja autoestima, débil, el acosador, al contrario, es fuerte de carácter, orgulloso, sin empatía. Pero realmente no tiene porque ser así. Muchas veces la persona sufrió tanto hostigamiento que dejó de defenderse. A través de las vejaciones, insultos continuados, pequeños castigos, habladurías… cualquier persona, por muy fuerte que sea, va debilitando su carácter y acostumbrándose a ser el punto de mira.
El hostigamiento hiere y derriba toda protección personal hasta el punto que la víctima empieza a plantearse que hay algo realmente mal en ella. Aquí surge la susceptibilidad y el miedo a ser atacado, criticado, rechazado. Las personas del entorno recuerdan el propio dolor, su presencia, su felicidad, la seguridad en si mismas, su independencia o su éxito personal, recuerda que uno ha vivido atacado intermitentemente durante semanas, meses o años.
Un comportamiento común en una persona que ha sufrido esta forma de acoso, es una constante búsqueda del bienestar ajeno, una preocupación constante por que todos los demás estén bien, aun a expensas del propio sufrimiento, entonces, es posible que toda asertividad natural se olvide y comience una etapa de dependencia emocional.
Otra estrategia muy utilizada en el acoso, creyendo que así se logrará algo, pero generando un mayor problema, es la manipulación. Mentir y manipular ayudan al agresor a dirigir la atención hacia donde ellos quieren, buscando un resultado determinado, sin importar el contexto o las demás personas. La manipulación, el chantaje y la mentira, intentarán dar la vuelta a la resolución del conflicto, llevando al entorno a creer que el agresor no es más que una víctima. El objetivo es lograr la solución que le place al agresor. Una técnica que lleva a manipular la verdad, el contexto, las situaciones, a mentir a las personas que rodean a uno y al otro, a los amigos y a uno mismo.
Vivir con mentiras y engaños no es fácil porque tarde o temprano nos acabamos creyendo esas mentiras. Para la persona que intenta manipular a su entorno, realmente es probable que crea que esté diciendo la verdad, pero no comprende que la verdad es subjetiva, y tampoco entiende que la auténtica verdad no puede dañar, sino que sana el dolor.
Manipular, significa también que la persona comprende que hay un conflicto, y comprende que todo conflicto requiere una solución, pero aun no comprende que la solución de ese conflicto sea la que uno elija. Aun vive en el capricho, en el egoísmo y aun las partes afectadas no se escuchan ni se entienden. Por ello, la persona con necesidad de arreglar la herida inicial, manipula la verdad y a terceras personas, tal vez porque no le guste el único camino posible, o tal vez porque no quiera aceptar que hay más soluciones viables.
La intimidación es una estrategia que busca generar miedo. Cuando no se logra lo que uno quiere, cuando se ha visto la necesidad de una solución, pero esta no es la que le gustaría, la intimidación es la fórmula que imita el agresor para coaccionar y lograr su propósito. Al inicio, con indiferencia se buscaba humillar, con exclusión se buscaba indefensión, con hostigamiento se buscaba desprotección, con manipulación se buscaba tener la razón, pero con intimidación se busca generar miedo. La persona se siente asustada, o bien porque no le quedan estrategias, o bien porque realmente sufrió miedo y necesita expresarlo y hacerlo entender. Intimida a quien ahora es su “presa”, que intenta que se sienta realmente asustada.
El niño, el adulto, se siente ahora aislado, avergonzado, herido, solo, indefenso y asustado. Con la intimidación, el atacante busca sacar a la luz sus mayores temores, pudiera ser que use sus secretos, o pudiera ser que se aproveche de otras personas, como amenazar con quitar la custodia, con despedir, con abandonar… incluso la persona pasivo agresiva puede intimidar con la amenaza del suicidio, con tal de generar atención y miedo en su víctima.
Poco a poco con estas fórmulas fácilmente se genera coacción y amenaza. Una vez el temor está en el cuerpo de la víctima del acoso, la persona se puede volver más tirana y caprichosa. La coacción busca unos resultados concretos donde se utilizan las herramientas necesarias para lograr que la persona, completamente intimidada y manipulada, actue a favor del agresor. Coaccionando a su víctima y a su entorno. Ha logrado lo que quería, ha logrado estar en un lugar de poder, protegida por el grupo, ha logrado manipular la verdad, y ha logrado generar temor. La coacción ahora es sencilla. Tal vez más o menos sutil en función de la inteligencia de la persona. Un niño o adulto podría entonces decir: “si hablas con esa persona no volveré a saber más de ti”, o con una formula más astuta pero igualmente negativa: “no puedo seguir siendo tu amigo porque aquella persona me hizo mucho daño, y si tú también eres su amigo, siento que tú me harás daño a mí también. Verte a su lado hace que me sienta triste…”. Hay una amenaza, pero mucho más sutil y despiadada.
Las estrategias de coacción llevan a envolver a alguien en situaciones comprometidas, desafiantes, donde las decisiones siempre acaban haciendo daño a otras personas. Muchas veces obligando a elegir sólo dos opciones, la buena y la mala.
Cuando la persona ya no tiene estrategias comunicativas para dañar al otro, es cuando utiliza la agresión. La agresión no surge el primer día, en el primer momento, rara vez es así, normalmente surge como un recorrido donde el acosador utilizó muchas técnicas para dañar sin conseguir absolutamente nada.
Cuando se llega a la agresión no queda más remedio que regresar al inicio y recapitular lo que ha ocurrido. Pero por el camino hubo muchos pequeños y grandes castigos con el objetivo de dañar. La agresión es la última forma posible que la persona suele utilizar para generar daño y gestionar su problema.
Y aquí tenemos todo un camino que conduce a lo que conocemos como acoso, pero no es más que un problema grave de entendimiento de las propias emociones, de los propios conflictos y una falta de recursos en la comunicación.
Pero volvamos al inicio. La persona que agrede, el acoso, el hostigamiento, la indefensión, el castigo… son formulas erróneas, dañinas, que dividen y debilitan a las personas y al grupo. No sólo se utilizan entre niños, sino también entre adultos, entre instituciones y hasta entre países. Aprender a comunicarnos con respeto y armonía es vital para poder generar nuevas interacciones que nos permitan resolver nuestros conflictos con amor.
Sin importar quien tenía razón la primera vez, sin importar el tipo de conflicto que tengamos entre manos, debemos acabar con estas situaciones, intentando resolver los problemas sin generar dolor en otras personas.
Se hace extraño ver lo común que es en niños justificar la agresión porque el otro dijo, el otro hizo, el otro antes, ayer… No importa lo que pasara, importa que no tenían estrategias para solucionar lo que les ocurría, y si no tenían estrategias adecuadas para resolver los conflictos con ellos mismos, mucho menos con su entorno.
Creo que es imperativo aprender a resolver los conflictos sin generar dolor en otras personas. Pasara lo que pasara, generar dolor únicamente causa un nuevo conflicto y no soluciona el anterior.
De igual forma, los niños no podrán resolver conflictos emocionales si los adultos que les rodean no logran fórmulas eficaces para resolverlos. Necesitan estas herramientas, y necesitan repetirlas para lograr integrarlas y hacerlas parte de su vida.
Asertividad, confianza, autoestima, equilibrio, crítica y autocrítica, autobservación, reflexión… son cualidades que deberían estar en todos nosotros, pero también las estrategias de comunicación para lograr esos resultados, así como entender la pautas que no deberíamos seguir porque generan justo lo contrario.
Para empezar, logrando comprender que algunas de las actitudes que realizamos a diario, tienen el objetivo de generar dolor, de castigar, de dañar, sin darnos cuenta hemos normalizado conductas que dañan a otras personas. ¿Cómo es posible pues que todo el mundo se haya sentido alguna vez acosado, atacado, pero casi nadie se dé cuenta de cuando ataca a otras personas? ¿Vivimos en un mundo de víctimas con agresores invisibles?
La agresión está en nuestra forma de comunicación, en las estrategias que seguimos para resolver los pequeños conflictos, no los grandes, sino los pequeños conflictos que nacen de la prisa, del día a día, de la monotonía, del aburrimiento, de las deudas, de la ansiedad… y sobre todo, los pequeños conflictos que nacen por no saber entender qué estamos sintiendo y qué hacer ante nuestro sentir.